El Famoso Músico-Fauno (Cuento de hadas)

 El Famoso Músico-Fauno


En un viejo bosque de faunos, ahí donde aquellas criaturas con piernas y cuernos de cabra solían cantar, tocar instrumentos y comer durante todo el día, apareció una mañana soleada un músico que, cabe decir, también era un fauno, con nada más que una guitarra entre manos. Los habitantes del bosque no tardaron en reunirse a su alrededor y, aunque era dos veces más alto que el fauno promedio (quienes no eran precisamente conocidos por tener una alta estatura), lo recibieron de buen agrado. 

¿Solo tocas la guitarra o también algo más? —quiso saber un pequeño fauno. 

—Oh, no, no. Solo la guitarra. Je, je —respondió el músico. 

—¿Has viajado mucho? —preguntó otro. 

—Oh, sí. ¡Muchísimo! —dijo el músico—. Y es por esa razón por la que estoy aquí. Je, je. He viajado tantísimo que me he quedado sin gente que me escuche. Porque allá, afuera de este bosque, todo el mundo conoce mis canciones. Es por eso que he decidido venir aquí, para deleitarlos con mi voz y mi guitarra. 

—¡Oh, toca para nosotros, por favor! —dijeron los faunos del bosque al unísono. 

Y así, cada día, se le empezó a escuchar al Famoso Músico, que interpretaba canciones de su propia autoría una y otra vez, y el público, naturalmente agradecido, le suplicaba que volviera a tocarlas, aún cuando ya era la novena o décima vez que lo hacía. 

Pasados unos meses, los faunos más jóvenes continuaban mostrándose agraciados con su música, emocionándose cuando el Famoso Músico despertaba un día con la letra de una nueva canción que se le había ocurrido entre sueños y no tardaba en interpretar en público. Sin embargo, los ancianos, optaban por encogerse de hombros y hacer la vista gorda ante su presencia. 

—No es la gran cosa —decían unos—. Suena muy parecido a muchas otras cosas que ya hemos escuchado con anterioridad. 

—¡Todas sus canciones suenan exactamente igual! —decían otros—. ¡Todas! ¡Absolutamente todas!

Sin embargo, el Famoso Músico continuaba atrayendo a los faunos más jóvenes, a tal punto que ellos comenzaron a reprochar toda crítica negativa dirigida hacia su preciado artista, respondiendo con rebeldía y amenazas a todo adulto que osaba a cuestionar su impecable talento. 

Una mañana, el músico hizo el siguiente anuncio: 

—Me está costando mantenerme, queridos. Los arreglos constantes de mi guitarra y los tés que tomo para cuidar mi garganta salen caros. ¡Así que a partir de ahora deberán entregar unas cuantas monedas cuando vengan a uno de mis espectáculos! Considero que este es un trato que nos beneficia a todos. 

Aunque el precio de entrada a sus conciertos era caro, los jóvenes faunos que pudieron lo pagaron sin chistar; y, los que no, compraron tés y cuerdas de guitarras para regalárselas al Famoso Músico. 

—¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias! Je, je —decía él. 

En el bosque también vivía un gran anciano fauno, sabio y magistrado en cientos de magias, materias y prácticas alquímicas, al que, durante una noche de fogata, se le preguntó su opinión acerca del aclamado músico. 

—Hmmm pues… Hmm… No me gusta su música. Hmmmm… Para mí es un dolor de cabeza. 

Sus palabras no tardaron en hacerse de conocimiento público, llegando a los oídos del Famoso Músico por parte de los faunos más jóvenes, quienes se habían alterado y molestado por el comentario del viejo. 

—¡Me da igual! —declaró el músico con aire de indiferencia—. Por mí, pueden tirar a ese viejo por un acantilado. ¡Me da igual! 

Sus seguidores le prestaron mucha atención y, a la mañana siguiente, convocaron una pequeña asamblea, donde decidieron que seguirían sus órdenes al pie de la letra: tirar al viejo fauno por un acantilado. Lo tomaron por sorpresa mientras dormía, sacándolo de su cama y metiéndolo en una bolsa de tela, llevándolo hacia el borde del bosque, donde terminaba para convertirse en un gran acantilado con vista a un mar cristalino. Ahí dejaron caer la bolsa y, despreocupados, regresaron a su hogar. 

Los faunos adultos no tardaron en enterarse de su crimen. 

—¡Cómo han podido! —les gritaron—. ¡Cómo se les ocurre hacer algo así!

Y, en cuanto supieron que el Famoso Músico había sido el que dio la orden de arrojar al pobre anciano hacia su muerte, fueron de inmediato ante él, cargando picas, arcos, flechas y cuchillos, listos para lincharlo. 

—¡Por Pan! —exclamó el fauno músico—. ¡Obviamente no lo decía en serio! ¡Su juventud será estúpida! ¡Yo nunca les ordené que hicieran eso! 

Con guitarra en mano y cargando un gran cofre con todas las monedas que había logrado conseguir de sus conciertos, se puso de pie, hizo una reverencia y exclamó: 

—¡Me voy! ¡No son dignos de oír mi música! ¡Nunca lo fueron! Ah, ¡y me llevo todo el dinero que me dieron! ¡Lo tengo bien merecido por todas las molestias que me han dado! 

A pesar de los llantos de los jóvenes y sus súplicas que imploraban porque se quedará, el Famoso Músico se largó de ahí ese mismo día, ignorando los rostros entristecidos de los faunos pequeños y los rostros enfurecidos de los grandes. Así, el bosque quedó sin la sabiduría del anciano y, por supuesto, sin la alegre música del músico, que muchos alegraron no volver a oír jamás. 


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