Capítulo V. En la Esfera de Cristal

La boca de la serpiente estaba cada vez más cerca. Alex intentó conjurar un hechizo pero se percató al instante de que sería inútil; ninguno parecía ser apropiado de realizarse estando debajo del agua: si gritaba explosionem lo más probable era que formara una inmensa burbuja delante de él, o un torrente de agua que no serviría de nada, si usaba sparkio las chispas se consumirían al instante, con su rayo de hielo terminaría congelando tanto a él como a su amigo, y ni hablar del relámpago de polvo de hadas, con el que había vencido a los ojáncanas; la electricidad y el agua no eran una buena combinación, y acabaría por matarlos a todos. 

Mierda —pensó Alex mientras veía acercarse a la serpiente con la boca abierta. Desde su interior emergió la misma luz blanca que había visto anteriormente y comenzó a ser arrastrado con fuerza hacia ella, impulsado por el tentáculo de la cecaelia. Llegó hasta ella, internándose en la boca de la serpiente marina, deslumbrado por el fulgor que tenía delante de él. 

De repente, sintió que su cuerpo caía sobre una superficie plana y la luz blanca se extendía alrededor de él, convirtiéndose en una espaciosa sala pálida y reluciente, sin muebles, cuadros, sillas o ningún tipo de decoración, era un enorme espacio en blanco. Aunque, más pronto que tarde, vio de nuevo a la serpiente, esta parecía nadar en el aire, dirgiéndose hacia él con una siniestra sonrisa en su rostro. Tan rápido como le fue posible,  apuntó su varita hacia ella; cuando de pronto una voz le interrumpió: 

¡Sheket! 

La varita salió disparada desde su mano y fue a parar a una esquina de la habitación. Delante de Alex se había aparecido Elisa, con una expresión en su rostro que se le antojaba inocente y alegre. 

—Tu amigo quizá debería evitar ser tan imprudente —dijo mirando hacia su extremo izquierdo, dándose cuenta que Johnson se había aparecido justo a su lado —Toma —la varita de Alex apareció de nuevo en su mano. 

—Deben de dejar de hacer eso —dijo el mago mientras invocaba el hechizo de aire caliente para secar sus prendas y las de su amigo, mirando a su alrededor al mismo tiempo, descubriendo que la serpiente de mar no se encontraba realmente ahí, más bien parecía estar siendo proyectada en una imagen tridimensional en el fondo de la habitación, sin que ella reparara en su presencia. 

—Y ustedes deberían encontrar algo para evitar mojarse tanto —respondió Elisa soltando una pequeña risa. 

—Bueno —añadió Johnson—, teníamos un par de sombreros, pero me parece que los dejamos en nuestra última parada. 

—¿Qué es este lugar? —exclamó Alex.

—En un momento hablaremos de eso —respondió Elisa—. Mientras tanto, siéntense. 

Chasqueó los dedos y la mesa y las sillas reaparecieron delante de ellos, con las mismas tazas con chocolate que no habían tenido la oportunidad de terminarse. Johnson de buena gana fue a sentarse y le dio otro sorbo a su bebida, que seguía caliente. Alex, por otro lado, se tomó un momento para contemplar y comprender lo que veía, aunque no logró llegar a ninguna conclusión congruente, por lo que también tomó asiento. 

—Estábamos hablando sobre tu varita —dijo Elisa—. ¿Tienes idea de dónde provienen los materiales con los que se fabricó? 

—Bueno… eso ya te lo he dicho —respondió Alex. 

—Sí, árbol de ambrosía y todo eso. Pero, estos árboles… ¿De dónde provienen? 

—Pues… Todos los materiales son de origen natural, si es a lo que quieres llegar. 

—Exactamente. Ese era mi punto. La magia proviene en gran parte de la esencia misma de la naturaleza, incluso los seres feéricos y mágicos dependemos de ella en ocasiones. En conclusión, no le pertenece a nadie. Tomamos su poder prestado y es responsabilidad nuestra protegerlo. 

—Bueno… eso suena bien, supongo. Jamás lo había visto de esa manera, pero hace sentido. 

Elisa frunció los labios y, por un instante, a Alex le pareció notar que sus ojos perdían su brillo, como si hubieran sido apagados por un terrible recuerdo. 

—Hace tiempo yo también habría dicho lo mismo —dijo con voz trémula—. Pero nuestro enemigo parece haber cambiado las cosas… 

—El Hada Roja —dijo Alex. Johnson le miró con intriga, esperando poder saber más de aquello que habían estado persiguiendo en los últimos días. 

—Sí, ese mismo —respondió Elisa—. ¿Qué sabes sobre él? 

—No mucho. ¿Tienes información que pueda sernos de ayuda? 

—No sé qué sepas tú… Pero te diré lo que yo sé. Él vino a verme hace unos meses, pues ambos compartíamos la idea de que la magia pertenece a la naturaleza y a nadie le corresponde adueñarse de ella. Venía con una idea en mente: crear un lugar seguro para todos los seres feéricos, donde no temieran ser capturados por su poder, cosa que suele suceder en ocasiones. Mis selkies, por ejemplo, son presas comunes entre los cazadores. 

»En un inicio yo estuve encantada con su idea, y me ofrecí a darle todo mi apoyo. Pero entonces… Comenzaron los rumores. Se decía que aquellos que se negaban a ayudar al Hada Roja eran llevados por la fuerza hacia El Refugio y los que oponían resistencia eran sometidos a torturas y trabajos forzados en ese mismo sitio. El Hada Roja por aquel entonces… no era tan poderosa, pero sí logró conseguir aliados que lo eran. Como por ejemplo, los ojancanas. De cualquier modo, yo ya había dado mi palabra… y, por más que intentaba hacerle entrar en razón, diciéndole que podíamos encontrar maneras pacíficas para armar El Refugio. Pero él se negaba… y mis criaturas pagaban por mi “mal comportamiento”. 

—Oh… —exclamó Alex—. Lamento escuchar eso. Debió haber sido terrible. 

—Lo fue… Pero por suerte no duró mucho. Tiempo después él partió en búsqueda de algo para recuperar su poder… o para dejar de estar tan inestable. Nunca tuve en claro qué era lo que quería. Recorrió Darvir, Londinium, Holiand y hasta Kanthrya de ida y vuelta, y me parece que también pasó una temporada en la Nación Azul. Una vez que lo consiguió, se dirigió hacia el Refugio mientras que otras criaturas peligrosas hacen su trabajo sucio, como seguir capturando criaturas mágicas y deshacerse de toda persona que se le oponga. 

—¿Tienes idea si ya ha regresado al Refugio? ¿Dónde se encuentra ese sitio? 

Elisa negó con la cabeza. 

—No sé nada más…. No tengo ni idea de dónde está ni dónde podría estar ese refugio. Lo siento.

—No pasa nada —dijo Alex. Sintiendo que tenía la garganta seca, optó por darle un largo sorbo a su chocolate caliente descubriendo que, en efecto, estaba muy bueno, aunque le incomodó ver de reojo a la gigantesca serpiente flotando en el fondo—. ¿Ya podemos saber dónde estamos? 

La cecaelia sonrió y asintió con la cabeza, mirando por unos segundos a la serpiente proyectada en el fondo. 

—Estamos dentro de una esfera de cristal —dijo Elisa. 

Alex, que le estaba dando otro sorbo a su chocolate, se entumeció al oír a la cecaelia y tuvo que forzarse a tragarse la bebida para evitar escupirla. 

—¿Perdona? —dijo mientras fruncía el ceño a causa de la sensación de ardor que le había causado el chocolate tras atragantárselo—. ¿Una esfera de cristal? ¿De las mágicas? 

—Sí, precisamente. Como sabrás, pues no serías mago si no lo supieras, las esferas de cristal almacenan un gran poder mágico. En especial nos permite ver diferentes elementos que suceden en el tiempo presente, pasado y futuro. Esta esfera es tan grande que nadie puede manipularla a su totalidad, pero sí que se pueden hacer algunos trucos con ella. Actualmente nos encontramos viendo a uno de nuestros enemigos, en tiempo real. 

—¿Qué es esa cosa? —exclamó Johnson con sobresalto, como si no se hubiese percatado de que había una inmensa serpiente flotando en la sala.

—Me alegra que preguntes —respondió Elisa—. Es una de las criaturas que el Hada Roja ha podido reclutar, de hecho fue con la que más se demoró, pues proviene de una tierra lejana. Su nombre es Kai-Kai, un semidiós de las profundidades, prácticamente invencible para nosotros. 

—¡¿Qué has dicho?! —Alex de nuevo habló con sorpresa, incorporándose repentinamente—. ¿Un semidiós? ¿Por qué el Hada Roja buscaría a alguien como él? 

—No sé mucho al respecto —confesó la cecaelia—, pero según se cuenta entre los rumores del Océano, Kai-Kai ha buscado desde hace años retomar el control sobre las aguas para mantenerlas libres de seres humanos. Es posible que la idea de un refugio le haya atraído, tanto así que decidió viajar hasta nuestras tierras para formar parte de él. Es posible que nuestro enemigo en común lo haya escogido para someter a los seres marinos que se opusieran a su causa. 

—Pero… —continuó diciendo Alex—. De ser así… Eso significa que…

—Viene hacia acá, sí… Es lo más probable. Ya he advertido a todas mis criaturas de lo que se aproxima, estamos organizando los últimos preparativos para salir de aquí cuanto antes. Pero es una tarea compleja, pues es difícil atender a todas las necesidades de seres mágicos tan distintos. Me temo que no lo lograremos a tiempo, o al menos estaríamos saliendo de aquí poco después de que Kai-Kai se presentara. Según lo que muestra la esfera de cristal, podría encontrarse aquí dentro de tres días. 

Se quedaron en silencio por un momento, hasta que Alex retomó la palabra:

—De ser así… Me temo que nuestra obligación es protegerlos, aún tratándose de un semidiós. Debemos por lo menos hacer el intento de detenerlo mientras ustedes huyen. 

—¡Sí! —correspondió Johnson—. ¡Haremos lo que sea necesario!

La cecaelia soltó una pequeña risa, conmovida por el entusiasmo de ambos hombres. 

—¿Están seguros de poder con eso? ¿Qué harán para detenerlo? —les preguntó.

—Ya pensaremos en algo —respondió Alex—. Pero por ahora debe usted volver con sus criaturas y ayudarles en la medida de lo posible.

—Bueno… Supongo que tienes razón. De cualquier modo les ofrezco un sitio donde descansar dentro de esta cueva. Espero que sea de su agrado. 

Una puerta de cristal emergió en el lado derecho de la cecaelia, alzándose desde el blanco suelo. Se abrió, dejando ver en su interior un pasillo oscuro iluminado por antorchas azules colocadas sobre paredes de piedra. 

—Por favor, entren —dijo Elisa—. Nix les acompañará. 


En el pasillo hacía frío y se oscureció casi por completo cuando la puerta se cerró detrás de Alex y Johnson, tan solo iluminados por la gélida luz de las antorchas. De pronto, hubo un pequeño chasquido y un montón de espuma y burbujas revolotearon hasta que de ellas emergió la nereida Nix. 

—Oh, ¿me han llamado? —se mostraba desconcertada, como si la hubiesen movido de un lugar a otro en contra de su voluntad y casi sin que se diera cuenta de ello. 

—Ehm, me parece que sí —respondió Johnson—. Elisa nos dijo que nos mostrarías un lugar donde descansar. 

Nix miró hacia sus alrededores, dando una vuelta a la izquierda y otra a la derecha, moviendo su cabeza y salpicando a los dos amigos con diminutas gotas de agua que salían disparadas con cada movimiento que ejercía. 

—Oh, creo que estamos en el palacio subterráneo —explicó—. Sí, puedo mostrarles un lugar. Síganme, por favor. 

Avanzaron en línea recta por el oscuro pasillo, donde, además de la tenue oscuridad que había, lo encontraron además bastante silencioso, sin más sonidos que sus pisadas que resonaban en forma de eco. Se detuvieron al llegar a un vestíbulo redondo con tres puertas de madera en las paredes y una escalinata que parecía conducir a un nivel inferior. 

—Cada recámara cuenta con una cama, tocador y mesa de lectura —indicó Nix—. Instálense en la que gusten. 

—¿Suelen recibir visitas constantemente? —preguntó Alex. 

La nereida apartó los ojos con aire pensativo. 

—Bueno, humanos como ustedes no. Pero de vez en cuando vienen a nosotros seres con ciertas necesidades similares a las suyas… Hace tiempo vino un anjana, ¿saben? Seres misteriosos, si quieren mi opinión. No habló mucho, ni siquiera con Elisa. Tan solo buscaba alimento y refugio. Le ofrecimos esa habitación, la del centro —Nix señaló hacia la puerta de dicha recámara. La tenía justo delante. 

—¿Ojancana? —dijo Johnson—. ¿Qué hacía un ojáncana aquí? 

—No, no ojancana —respondió la nereida—. Anjana. Son todo lo contrario. Calmados, bellos e inteligentes. 

—¿Es cierto eso? —preguntó Alex, intrigado—. ¿Un anjana? ¿Aquí? ¿Y por qué no nos contó Elisa sobre eso? 

—Wow, tranquilo. Muchas preguntas… Sí… estuvo aquí hace unos días. Y supongo que Elisa no les contó al respecto porque, como les decía, el sujeto no habló mucho… Para nosotros fue como atender a un invitado más que tan solo estaba de paso y necesitaba ayuda con lo feo que ha estado el clima en Holiand últimamente. Pero bueno… Espero que descansen bien. Si necesitan algo, tan solo digan mi nombre. Estaré vagando por ahí y por allá…, ayudando en lo que sea posible a mis hermanas. 

—Elisa nos contó acerca de su retirada —hizo saber Johnson—. ¿Necesitan ustedes ayuda en algo? 

La nereida miró hacia el suelo y sus puntiagudas orejas se contrajeron. 

—No —respondió con voz suave—. Estamos bien. 

Y, acto seguido, desapareció entre burbujas y espuma. 

Johnson miró a Alex con gesto que decía sin tener que decirlo: ¿La he ofendido? 

—No te preocupes —respondió Alex, encogiéndose de hombros—. Supongo que no será nada personal. Deben de estar muy afligidas por la situación. Será mejor que descansemos mientras tanto, ya deben de estar muy avanzadas las horas de la noche. 

Alex estaba por entrar en una de las recámaras, cuando Johnson lo detuvo: 

—No podemos dormir, señor. Bueno… Al menos yo no podría después de la noche que hemos vivido. Creo que es momento de que me diga exactamente qué esta sucediendo y lo que debemos de hacer. Todo parece más complejo ahora. 

Alex bajó la mirada, asintiendo repetidamente, dando a entender que estaba de acuerdo con lo que pensaba su amigo. Sin embargo, no dijo nada por un largo rato, permaneciendo perdido en sus desorganizados pensamientos, agitándose el cabello con nerviosismo, para después mirar fijamente a su amigo. 

—Lo sé —dijo—. Lo sé. Entre aquí conmigo, por favor. Es momento de que hablemos. 

Alex procedió entonces a abrir la puerta de la recámara. Su interior era justo como Nix lo había descrito, con una cama al fondo, un tocador con silla de madera y un buró con una lámpara de noche. El mago intentó encenderla, pero, al notar que su foco no encendía, rebuscó entre los cajones del tocador hasta encontrar unas cuantas velas que fue colocando sobre el buró y debajo del espejo. Johnson se sentó en el borde de la cama, colocando su maletín con sus pertenencias al lado de él,  y miró a Alex expectante mientras que él tomaba asiento sobre la silla. 

El mago sacó una vez más la varita e hizo aparecer una libreta entre sus manos. La abrió y ojeó rápidamente sus páginas, hasta detenerse en una que contempló con ojos sobresaltados, pasando la mirada rápidamente sobre el papel. 

—Mire —le dijo a Johnson, entregando la libreta a sus manos. 

En un inicio, a Johnson le costó trabajo entender qué era lo que estaba dibujado sobre el papel y, tras darle vueltas a la libreta por un par de segundos, tan solo logró distinguir dos rostros deformes que parecían fusionarse en una especie de humo oscuro hecho de carboncillo. 

—Alex —dijo Johnson sin aliento—. ¿Qué es esto?

Alzó la libreta, dirigiendo su mirada hacia el mago. La suave y cálida luz de las velas formaban en su pálido rostro una serie de sombras difuminadas que se movían al compás del tranquilo movimiento del fuego.  En sus ojos se reflejaban las luces de las velas de manera que simulaban el efecto de un espejo infinito, las llamas se repetían interminablemente hacia el fondo de sus iris. 

—Se llama nokai —respondió finalmente el mago—. Es una criatura peculiar, cuyo origen es tan incierto que muchos ni siquiera creen en su existencia, por más seres mágicos que hayan visto a lo largo de su vida. Los nokai se componen de dos partes distintas y complementarias que por lo general permanecen separadas y dedican su vida a juntarse de nuevo para llegar a su forma definitiva. 

»Sin embargo, para eso requieren de una fuerza externa. Dependen de un objeto o ser poderoso que mantenga ambas partes unificadas en un mismo cuerpo. Un objeto como… una piedra filosofal, por ejemplo. De llegar a juntarse a ambos lados, el nokai alcanza su máximo potencial, con poderes sobrenaturales peligrosos y una inteligencia superior a la de los seres feéricos convencionales. Este, Johnson, es la criatura a la que nos enfrentamos… y me temo que es la peor de su tipo. Posiblemente más inteligente y poderosa que un nokai promedio. 

Johnson volvió a mirar el dibujo de la libreta, sin poder evitar estremecerse al ver a los rostros deformes emergiendo desde el humo, preguntándose qué tipo de apariencia tendría una vez que ambos estuviesen reunidos. 

—¿Usted ha visto uno completo alguna vez? —le preguntó a Alex. 

El mago negó con la cabeza. 

—No exactamente. Todo lo que sé sobre ellos proviene de leyendas urbanas y mitos similares, pero no es de los relatos más populares que se cuentan antes de dormir o alrededor de una fogata. Me atrevería a decir que no sabría nada sobre ellos y dudaría de que realmente nuestro enemigo fuera un nokai de no ser porque llevo tiempo siguiéndolo… Más de lo que me gustaría admitir, y la mayor parte ni siquiera fui consciente de a lo que estaba por enfrentarme. Tengo la sospecha de que… este nokai lleva planeando esto desde hace años, por más que no haya tenido un cuerpo completo en un inicio y por más que sus dos partes han estado divididas hasta hace poco que consiguió la piedra filosofal. 

—Cuénteme, por favor —dijo Johnson—. Necesito saber. 

Las pupilas del mago se extendieron, dando la apariencia de formar una inmensa habitación oscura dentro de sus ojos donde tan solo había una hilera de velas cuyas llamas danzaban lentamente. Curioso era imaginarse que, dentro de los recuerdos de Alex, se aparecía un escenario similar al que reflejaban sus ojos. Un pasadizo oscuro, repleto de velas encendidas que aparentaba no tener fin. Pero, conforme más se acercaba, más lograba distinguir una silueta. Un hombre vestido de rojo estaba sentado sobre su trono, y sobre sus manos reposaba un libro viejo y polvoriento. 


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