Capítulo VII. La Llegada de Kai-Kai

Ambas fieras se miraban fijamente, las dos listas para lanzarse una encima de otra y batirse en un salvaje duelo. Pero, antes de que pudieran ejercer movimiento alguno, una luz despertó desde el cielo, moviéndose con un aire fantasmal en una escala de colores rojizos. Alex miró en su dirección, deslumbrado por su luminosidad. El gul y el cazador también se vieron atraídos por el espectro, dirigiendo su mirada hacia él, mientras se movía por encima de ellos. 

—¡Un demonio! —gritó de pronto uno de los cazadores. 

—No —exclamó Nicanor al aire—. Es imposible. Nos dijeron que ya habían limpiado esta zona de ellos. 

De pronto, el Rey Gul se desmoronó sobre la tierra, sin señales de que nada o nadie lo hubiese herido a simple vista. Seguido a eso, el resto de las criaturas también cayeron al suelo y al mismo tiempo comenzaron a retorcerse y gritar de forma gutural. 

—¡HAGAN QUE PARE! —gritaba el Rey Gul—. ¡POR FAVOR! 

Alex, paralizado, miraba con horror a los guls moverse a manera de convulsiones sobre el suelo, con sus demoníacos ojos encendidos en una intensa luz escarlata, como si se hubieran incendiado, estallando en llamas. 



Alex siguió bebiendo su taza de chocolate caliente, como si narrar tal relato no fuera gran cosa, saboreando cada sorbo con gran satisfacción. Johnson ya se había terminado el pan con queso y miraba estupefacto a su compañero. 

—¿Y entonces? —preguntó él—. ¿Qué pasó después? 

Alex se encogió de hombros y dejó su taza a un lado. 

—En un inicio creí que se trataba de otro tipo de fenómeno sobrenatural. En Kanthrya son comunes un determinado tipo de seres a los que llaman “demonios”. No son precisamente seres mágicos, sino más bien bestias que absorben almas humanas. El caso es que, existen diferentes tipos de demonios, entre ellos los elementales, los cuales son los únicos que se manifiestan de manera inmaterial, siendo los menos comunes de su especie. Los cazadores de Kanthrya naturalmente pensaron que el espectro rojo se trataba de un demonio elemental, aunque estaban muy desconcertados por dos razones. 

»Primero, antes de ir a la cacería, otro grupo de cazadores se había encargado de eliminar a los demonios restantes de la zona que habían ocupado los guls, para así dejar el terreno libre y no ser interrumpidos por ellos. Segundo, que un demonio elemental posea un cuerpo humano es, según se dice, bastante común; pero nunca se había visto que atacaran a otros seres que no fueran los de nuestra especie. Además, como podrá usted notar, no fue precisamente una posesión, más bien parecía que aquella fuerza los estuviera torturando. 

—¿Y a qué conclusión llegó usted? 

—Me tardé en relacionar los sucesos que ocurrieron con el vampiro y los guls, pero pronto comenzaron a haber más avistamientos de este fantasma rojo. Por lo que, tan pronto como me llegaron los rumores, no me demoré en ponerme a investigar. Entrevisté a varios magos y brujas sobre el asunto, pero ninguno se ponía de acuerdo en decirme qué era lo que estaba rondando por ahí. Por lo que comencé a recurrir ya no solo a enciclopedias mágicas y bestiarios, sino también a mitos y leyendas populares, hasta que encontré entre estos manuscritos la leyenda del nokai. Aunque no fue hasta que vi a dos de estos espectros coexistir de manera muy curiosa en un mismo sitio al mismo tiempo que comencé a inclinarme hacia la idea de que estos seres en realidad existían. 

»Pero, como le digo, aún no estoy seguro al cien por ciento de qué es aquello a lo que nos enfrentamos, aunque me atrevo a decir que el día de hoy obtuvimos algunas respuestas y, por lo menos, sabemos qué es lo que planea. La cuestión ahora es hallar una manera de hallarlo a él y a su Refugio. 

—¿Cree usted que…? ¿Cree usted que esta serpiente nos pueda decir algo? 

—¿Se refiere usted a Kai-Kai?

—Sí, él mismo. ¿Cree usted que él pueda decirnos algo al respecto? 

—Es posible, pero solo si logramos vencerlo, cosa que me parece resultará de lo más complejo. ¿Tiene usted alguna idea de cómo hacerlo? 

Johnson se lo pensó por un instante. 

—Hmm. No, pero ya pensaré en algo. 

—Bueno, entonces le dejaré pensar. Mientras tanto, creo que sería bueno descansar un rato. Quisiera levantarme temprano mañana para buscar a Elisa, me gustaría que me enseñara el hechizo sheket. Tengo el presentimiento de que me será de ayuda en un futuro. 

Alex se puso de pie y caminó hacia la puerta de la habitación y, antes de retirarse, miró hacia Johnson con una melancólica sonrisa y le dijo: 

—Buenas noches.

—Descanse —respondió Johnson. 

Sin molestarse en cambiar sus prendas de viaje, Jack Lewinson Johnson se metió en la cama, encontrándola cálida y arrulladora. Sin embargo, no pudo conciliar el sueño al instante, pues la imagen siniestra de la serpiente Kai-Kai se movía en su mente, mostrando su maniática sonrisa mientras avanzaba por las frías aguas del océano. Sin poder deshacerse del demonio que habitaba en su cabeza, comenzó a pensar en una manera de vencerle y, mientras le daba vueltas a la idea, sin darse cuenta de ello, se quedó dormido. 


Cuando el mago despertó sintió que no había dormido ni un cuarto de hora, aunque, de cierta manera, podía percibir un amanecer joven alzarse en el cielo, por encima de la tierra, a causa de los polvos de hadas que flotaban en el aire y le otorgaban su magia. Se sentían como el rocío de una mañana calmada, esparcido sobre el césped de un jardín tranquilo bañado sutilmente por la luz del sol. Sin embargo, su sueño se había sentido como cerrar los ojos durante cinco segundos para después volverlos a abrir sin darse cuenta de haber estado en un profundo reposo durante unas cuatro o cinco horas. 

—Bueno —dijo en voz alta—, será mejor que me ponga en marcha. 

Se quitó el pijama que había hecho aparecer para la ocasión, cambiándolo por su vestimenta usual y saliendo al pasillo iluminado por las antorchas de luz azul, dándose cuenta de que su aspecto no había cambiado en lo absoluto con la llegada del día. 

—Pues no —se dijo así mismo—. Estoy bajo tierra —miró hacia sus alrededores y dijo—. Nix… ¿Estás por ahí? 

La nereida apareció al instante, flotando y soltando un fuerte bostezo. De su boca salieron grandes burbujas que se elevaron hasta reventarse poco antes de tocar el techo de piedra. 

—¿Me llamó usted? —dijo, frotándose los ojos. 

—Sí… Una disculpa. ¿Te he despertado? 

Nix se encogió de hombros, restándole importancia. 

—¿Qué necesitas? 

—Ver a Elisa… Necesito hablar con ella. ¿Dónde está? 

—Ah, está en el patio. Con gusto te llevo con ella.

—¿Tienen un patio? 

—¡Sí! Y uno muy grande a decir verdad. 

—Oh, genial. Bueno… Llévame con Elisa, por favor. Y si despierta Johnson indícale dónde me encuentro. 

—Con gusto. 

—Y preferiría que me lleves a pie, nada de teletransportaciones con agua. 

—Bueno, tú te lo pierdes. Sígueme, por aquí.

Descendieron entonces por la escalinata que se hallaba al lado de las puertas, adentrándose en un nuevo pasillo iluminado por el mismo tipo de antorchas, aunque más húmedo, oscuro y frío que el anterior. Alex siguió a la nereida caminando por una plataforma de metal, rodeado de paredes de piedra y comenzando a distinguir el fuerte oleaje de unas aguas subterráneas, encontrándose de pronto caminando por un puente que cruzaba por encima a una inmensa caverna desde cuyas paredes caían diversas cascadas, uniéndose en un fondo repleto de agua la cual se movía en forma de río hasta perderse en una ranura más pequeña. 

—Guau —exclamó Alex. 

Tras cruzar el puente llegó a de nuevo a otra escalinata, ascendiendo mientras se frotaba las manos para entrar en calor. El camino se cortaba de repente frente a una salida en forma de arco, de ella llegaba la luz del nuevo sol y podía contemplarse un paisaje claro y despejado. Al atravesar, se encontraron en un amplio patio rodeado por muros de piedra, con el suelo cubierto por completo de nieve, dejando un espacio descubierto, tratándose este de un lago congelado donde las criaturas con cuerpo de foca y cabeza de mujer que Alex había visto el día anterior se deslizaban tranquilamente. 

Ahí, en el centro de todo eso, estaba la cecaelia Elisa, tomándose una taza de té mientras contemplaba el paisaje, con los tentáculos enroscados alrededor de ella, poniéndose de nuevo en su forma de capullo. 

—Elisa —le llamó la nereida. 

—Ah, Nix. ¿Qué te trae por aquí?

—El joven Alex desea hablar con usted. 

Elisa miró hacia el mago, formando una inocente sonrisa en su rostro y diciendo: 

—Buen día, Alex. ¿Ha descansado bien? 

—Sí —dijo Alex—. Pude descansar apropiadamente, sin embargo aún no puedo quitarme de la cabeza los deberes que me corresponden con ustedes. Entre ellos, el hechizo sheket y el asunto con Kai-Kai.

—Oh, entiendo. ¿Entonces ha tenido una noche intranquila? 

—Ni tranquila ni intranquila, para ser más exactos. Es por eso que deseaba verle. 

—Te prepararé algo para desayunar —le dijo Nix de repente—. En un momento vuelvo. 

Tras ver a la nereida desaparecer, Elisa invocó una silla y una mesa de madera y las señaló con uno de sus tentáculos. 

—Venga, por favor —le indicó a Alex—. Siéntese. 

El mago obedeció y se colocó junto a Elisa. 

—¿Dónde se encuentra su amigo? 

—Descansando, espero. Ayer le he contado todo lo referente al Hada Roja Le platicaría a usted lo mismo pero, dadas las circunstancias, me parece que ninguno de los dos conoce mucho al respecto, incluso me atrevería a decir que sabemos casi lo mismo que, en todo caso, terminaría siendo poco o nada. 

Elisa asintió con la cabeza, tomando un poco de su té. 

—Tiene usted razón —respondió—, no sabemos mucho sobre este ser. Pero creo que con la llegada de Kai-Kai podremos obtener algo de información. 

—Es verdad. Fue lo mismo que le dije a Johnson. 

—¿Ya ha pensado en alguna manera de acabar con él? 

—Estoy en eso, aunque mientras lo pienso me gustaría aprender el hechizo sheket. ¿Sería mucha molestia si le pido que me enseñe a realizarlo? 

En ese instante se apareció una vez más Nix, dejando sobre la mesa un plato repleto de huevos revueltos, pan caliente, mantequilla y una taza de café con leche. 

—Nix —le llamó la cecaelia—. ¿Podrías traer unas cuantas armas? Que no sean muy pesadas, por favor. 

—¿Armas? Bueno.. Sí. Supongo que puedo traer unas cuantas del almacén. 

Alex no dijo nada y se dedicó a terminar su desayuno lo antes posible mientras veía a Nix aparecer y desaparecer en el patio dejando enfrente de Elisa armas como dagas, espadas cortas, arcos y flechas. 

—Con eso es suficiente —dijo Elisa. 

Nix extendió un pulgar mientras jadeaba y desapareció. Pasaron cinco minutos más hasta que por fin Alex se acabó el desayuno y, tras darle un largo trago a su taza de café para espabilarse y entrar en calor, exclamó: 

—Bueno, ¿con qué comenzamos? 

Elisa habló entonces en un dialecto que al mago le resultó desconocido, dirigiéndose hacia las foca-mujer que jugaban sobre el hielo. Estas se deslizaron hasta llegar donde estaban sentados y, desde el interior de sus pieles de animal, cada una extrajo un par de delgados y pálidos brazos humanos, tomando en cada uno un arma para después regresar al hielo, ahora sin moverse y mirando fijamente a Alex con sus grandes ojos negros. 

—Póngase de pie —ordenó Elisa a Alex. 

El mago se incorporó con entusiasmo y sacó su varita, pero antes de que la cecaelia pudiera hablarle de nuevo, le dijo: 

—Ehh. Una duda. ¿Qué son ellas? 

—Oh, son selkies, joven Alex. A diferencia de lo que parecen a simple vista, tienen el esbelto cuerpo de una mujer humana, con sutiles diferencias, pero pasan la mayor parte del tiempo cubiertas por esa piel de foca que rara vez se quitan de encima. Nos ayudarán en su entrenamiento, ¿le parece bien? 

—Sí, por supuesto que sí. ¿Qué debo de hacer? 

—Colóquese como si fuera a lanzar cualquier hechizo. 

Alex sacó su varita y la mantuvo firme y recta, mirando hacia las selkies. 

—Para este hechizo deberá usted estar relajado —dijo Elisa— e imaginar esa sensación que tiene uno al desprenderse de algo inmaterial y soltar algo físico al mismo tiempo. ¿Cree poder hacerlo?  

Alex cerró los ojos y se imaginó con un dardo en la mano mientras que recordaba toda ciudad y pueblo con el que se había encariñado pero que a causa de su trabajo se había visto forzado a dejar ir. El dardo contenía los nombres de las personas que había conocido, de las comidas y postres que había probado y las noches sin dormir tras permanecer despierto intentando resolver un caso. 

—¿Lo tienes?

—Sí —respondió Alex, aún sin abrir los ojos—. Creo que sí.

—Muy bien. Entonces… diga las palabras mágicas.

¡Sheket! 

Alex salió disparado hacia atrás, cayendo sobre la nieve que amortiguó su golpe. Se incorporó rápidamente, desconociendo en qué había fallado al conjurar el hechizo. 

—Necesitas visualizarlo con más potencia — le indicó Elisa—. Anda, repitamos el proceso. 

Una vez más, Alex exclamó: 

¡Sheket! 

Sufriendo el mismo destino que en su primer intento. Volvió a repetirlo dos veces más, siempre cayendo sobre la nieve, sin entender por qué aquello que visualizaba en su cabeza no terminaba por ser suficiente como para lograr la efectividad del hechizo. Por más que gritaba sheket no conseguía que las armas se desprendieran de las manos de las selkies, permaneciendo estas inmutadas ante los intentos de hacer magia de Alex. 

De pronto, una voz hizo que perdiera lo poco que le quedaba de concentración: 

—¡Alex! 

Johnson estaba de pie debajo del arco que conectaba al patio con el interior de la caverna, saludando con la mano mientras se dirigía hacia su compañero. 

—Ah, Johnson —dijo Alex mientras se quitaba un poco de nieve de la gabardina—. ¿Cómo se encuentra? ¿Ha podido descansar? 

—¡Sí! ¡Y mucho! ¿Qué esta haciendo usted? 

—Practicando el hechizo del que le hablé ayer, aunque sin mucho éxito. Pero ya saldrá. Siempre lo hacen. 

—Oh, ya veo. ¡Mire! ¡Ahí hay más de esas criaturas marinas! ¿Sabe usted cómo se llaman ellas? 

—Ah, justo Elisa me lo acaba de decir. Son selkies, mujeres con pieles de foca al parecer.

La mirada de Johnson se quedó pasmada por un instante, como si hubiera recordado algo de repente, algo de suma importancia.

—¿Ha dicho usted focas? —preguntó al salir del trance. 

—Eh, sí. Eso he dicho. 

Johnson miró entonces hacia la cecaelia, la cual continuaba tomándose su taza de té, sin darle mucha importancia a la conversación entre los dos hombres, viendo cómo a las selkies se les había dado por jugar a deslizar las armas sobre el hielo durante la ausencia del mago. 

—Me gustaría intercambiar un par de palabras con ella —hizo saber Johnson. 

—¿Con Elisa? 

—Sí, con ella misma. ¿Me acompaña? 

Ambos caminaron de nuevo hacia Elisa. 

—Oh, han vuelto. Buen día, Johnson. ¿Cómo se encuentra el día de hoy? 

—Muy, muy bien. Agradezco bastante su hospitalidad, hemos descansado como los dioses mandan. 

—Me da gusto oír eso. ¿Qué se le ofrece? ¿Algo para desayunar quizá? 

—Quizá coma algo después, tengo un asunto que me gustaría atender con usted. 

—¿Y de qué se trata? 

—Esas de ahí —Johnson señaló hacia las selkies—, tienen piel de foca, ¿no es así? 

—Sí, es correcto. ¿Por qué lo pregunta? 

—Quizá le suene atrevido, pero… teniendo piel de foca, ¿es posible que también suelten de vez en cuando algo de aceite? ¿Es algo común en ellas? 

La cecaelia soltó una fuerte carcajada. 

—¿Aceite? Bueno… sí. Es bastante común que suelten de vez en cuando. Suelen regalármelo para encender las antorchas de la caverna. Tengo varias reservas. ¿Tiene interés en dicho elemento? 

—De hecho… sí. Mire, he estado pensando en una manera de poder derrotar a este semidiós Kai-Kai, o por lo menos detenerlo mientras ustedes escapan y nosotros le obligamos a soltar algo de información. Si me permite usar algo de aceite de selkie creo que podría llegar a un plan de lo más aceptable.

La mirada de Elisa se iluminó de esperanza y asintió rápidamente con la cabeza. 

—¡Claro, claro! ¡Usa el que necesites! ¡Por favor! 


Los preparativos para el plan de Johnson se llevaron a cabo a los pocos minutos de que le indicó a la cecaelia lo que necesitaba. Nereidas y selkies se pusieron a su disposición, cargando con barriles repletos de aceite de foca, colocándolos en diferentes sitios de la caverna, actividad que el mago y su compañero aprovecharon para recorrer el refugio de las criaturas marinas de ida y vuelta, conociendo casi todas sus salas, la mayoría tratándose de una grandes cavernas repletas de agua y cascadas, con pasadizos estrechos que conectaban una con otra. 

—He de admitir que no le estoy entendiendo, Johnson —dijo Alex durante una de sus caminatas por la cueva—. ¿Qué es lo que trae en mente? ¿Cómo piensa detener a un semidiós usando aceite de foca? 

—Sea semidiós o no, mi buen amigo —respondió Johnson—, me niego a creer que pueda simplemente ignorar las leyes de la física y la termodinámica. 

—Sigo sin comprender su idea. 

—Hm. ¿Tendrá usted todavía un poco de la arcilla inflamable que usó contra los ojáncanas? 

—Sí… pero… No entiendo como eso… —Alex se calló de repente, abriendo bien los ojos al percatarse de la idea de su amigo—. ¡Oh! ¡Creo que ya le entiendo, compañero! ¡Es usted un genio! Aunque… no estoy muy seguro de que con esto podamos vencerle. Si bien la arcilla inflamable tiene ciertas propiedades mágicas para infligir más daño de lo que haría una llama normal, no creo que sea suficiente para vencer a alguien de su especie. 

—Es por eso que le tenemos a usted y sus trucos de magia. Ya verá como todo saldrá bien. 

Sin embargo, con la llegada de la noche, Johnson se preguntaba si realmente su idea tenía posibilidades de funcionar, imaginándome que quizá aquella serpiente tan terrible y bestial que había visto en la esfera de cristal era lo suficientemente grande como para devorarlo a él y a Alex de un solo bocado, sin darles oportunidad para hacer algo en su contra. 

—Puede usted serenarse —le dijo Elisa a la mañana durante el desayuno, tras contarle su preocupación. Nix les había servido yogur, cereal y fruta de color azul que tanto Alex como Johnson encontraron delicioso—. Naturalmente no les dejaré a su suerte. Yo también haré lo posible por defender este lugar, incluso hasta algunas selkies se han ofrecido para ayudarles. 

—Se lo agradezco mucho —respondió Johnson—. Me tranquiliza saber que se quedarán a nuestro lado, sin embargo esa serpiente… No me parece frágil, luce como un hueso duro de roer. 

—Ya veremos, joven Johnson… Ya veremos. 

El día previo a la llegada de la serpiente Kai-Kai, Johnson y Alex se despidieron de Nix, pues había de partir junto a sus hermanas para huir de la atemorizante serpiente y del hada extraña que la comandaba desde las sombras. La nereida se desmoronó con lágrimas en forma de chorros de agua salada, abrazando fuertemente a cada uno de los hombres. 

—De verdad espero que nos veamos de nuevo —dijo Nix entre sollozos—. Les echaré de menos. 

Alex y Johnson la vieron marcharse junto a sus hermanas tras un horizonte azulado que juntaba la extensión del mar junto con un cielo teñido de un gris azulado. Ambos, de pie entre las rocas que colindaban con la orilla del mar de Holiand, cercanas a un pasadizo que conducía hacia la caverna, permanecieron ahí, viendo cómo el ambiente se oscurecía con rapidez y las aguas debajo de ellos se movían agitadas. Acamparon ahí mismo, permaneciendo alerta y haciendo turnos para dormir, hasta que el amanecer llegó de nuevo con una gélida brisa, sin señales del sol naciente, como si tan solo la noche se hubiese iluminado tenuemente por una luz fría que simulaba el crepúsculo. 

Los dos de nuevo parados sobre las rocas vieron las olas romper fuertemente contra las rocas, emitiendo rugidos salvajes mientras la marea aumentaba con velocidad y la agitación de las aguas se volvía cada vez más inestable, como si estuviera siendo azotada por algo inmenso desde las profundidades. 

—Prepárese, Johnson —dijo Alex con voz trémula—. Ha llegado. 


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