Capítulo XV. Londinium, Otra Vez

Los ojos del mago se abrieron de par en par, dejando que la luz del día llenara sus pupilas con una agradable calidez que resaltaba por encima del frío que sentía sobre el resto del cuerpo. En un inicio tan solo distinguió una tenue mancha celeste que se convertía en sombras durante unos segundos para después volver a recobrar el brillo. Conforme se desvanecían las penumbras somnolientas de su mirada, como si hubiese despertado de un largo y acogedor sueño, escuchó a unas alegres aves que cantaban hacia la luz del nuevo día, entonando notas calmadas y soltando graznidos acogedores que lo hicieron sentir, por momento, de vuelta en Londinium, acostado sobre una cama, despertado por la orquesta de los pájaros citadinos. 

Por fin, su vista se esclareció por completo, viendo por encima de él un cielo teñido de azul oscuro que poco a poco, con la luz matutina, pasaba a convertirse en celeste, todavía con unas cuantas estrellas salpicadas por ahí. Se sentía vacío. Su estómago le ardía. Las manos le temblaban y no parecían querer cooperar para ayudarlo a levantarse. 

Vaya… ¿Desde hace cuánto que no pruebo un bocado? fue lo primero que pensó a la par que una voz encima de él, de la que no se había percatado de su presencia, le llamaba de forma insistente: 

—¡Alex! ¡Alex! —sus ojos distinguieron a una Lady Charlotte de ojos empañados de lágrimas y un rostro donde la batalla había dejado marcas, manchado de mugre en una mejilla y salpicado de sangre en la otra. Esperaba que no fuera suya—. ¿Me escuchas? 

El mago gimió y se retorció entre la nieve, imáginandose por un momento que se encontraba entre suaves sábanas de tela fina. 

—Sí… —respondió con voz quejosa—, yo creo que estoy bien. 

—¡Alex! ¡Alex! —otra voz le llamó desde lejos. Johnson llegó corriendo con su espada todavía en mano, inclinándose una vez que estuvo delante del mago. 

—Mi buen amigo —dijo el mago con una suave sonrisa en el rostro—, me alegra verlo —por fin pudo incorporarse un poco, manteniéndose sentado sobre la nieve. 

—Alex… tú rostro —escuchó decir a Lady Charlotte. 

Alex se llevó una mano a una mejilla, sintiendo una piel demacrada y sensible. Hizo un ademán, restándole importancia. 

—Al menos no estoy muerto —dijo. Acto seguido, apoyándose con la mano de su amigo, se puso de pie, dándole palmadas en el hombro a su compañero—. Johnson —dijo—, he de felicitarle por su hazaña de hoy. He de admitir que jamás había visto a un hombre de ciudad, común como usted, vencer a una posible amenaza para toda Anglaterra. 

—Oh, Alex —respondió el hombre—. Solo he cumplido con mi deber en la misión, pero aquí lo que importa es usted. ¿Cómo se siente? ¿Necesita que llame a un médico? 

A su alrededor se había aglomerado una pequeña multitud, entre los que se encontraban algunos habitantes del pueblo, que por fin habían salido de sus refugios para ayudar a lo que quedaba del ejército a reunir escombros y limpiar; también estaban Gunnarr y Lina, además de Lady Charlotte y Nix. 

—Yo me encuentro perfectamente bien, querido amigo —respondió el mago—, aunque posiblemente no pueda volver a hacer magia en lo que reste de mi vida. Mi cuerpo se ha debilitado tras el combate con el Hada Roja y no creo que resista ni siquiera si vuelvo a emplear la varita. 

—¡Pero, Alex! ¡Usted es un mago! ¡Necesita magia! ¿Qué va a pasar si…? 

—Tranquilo, Johnson —Alex se carcajeó suavemente—. No hay nada que pueda hacerse… Al menos en lo que a mí respecta. Es por eso… —Alex rebuscó dentro de su gabardina roja, sacando de vuelta su varita— que usted merece esto, mi compañero. Se lo ha ganado. 

Johnson se había quedado perplejo y apenas pareció darse cuenta de cómo Alex ponía entre sus titubeantes manos la varita de madera que le había acompañado durante toda su vida hasta ese momento. 

—Pero… Pero… —el hombre se había quedado sin palabras. 

—Sin peros, Johnson. La tiene bien merecida, aunque ya dependerá de usted decidir si la usa o no. Pero es suya por completo. 

Johnson estaba por añadir algo cuando la voz del anjana le interrumpió: 

—Y yo he de disculparme con usted, buen hombre. Ahí en el campo de batalla dije que usted no estaba calificado para afrontar al Hada Roja, y creo que es más evidente que estuve equivocado. Por favor, acepte mis dagas mágicas. Una muestra de mi respeto hacia usted. 

El anjana colocó sus relucientes dagas entre las manos de Johnson, envueltas en una vaina de madera con grabados dorados de aspecto élfico. Eran ligeras al tacto, apenas sintiendo un aumento de peso al sostenerlas. Sus ojos brillaban, comenzando a empañarse de lágrimas, sin dejar de contemplar los objetos a los que sus dos compañeros habían renunciado por él. 

—Chicos, esto no es del todo justo —exclamó Johnson—. Ustedes poseen magia y tienen las cualidades y valores de un buen guerrero, yo no soy más que un ser humano común. ¿Por qué me entregan esto a mí? 

—Por eso mismo que usted menciona, Johnson —fue Lady Charlotte la que habló esa vez—. Usted no tiene magia, no es un soldado y está en ésta aventura solo porque así lo deseó desde un inicio. Pudo haber renunciado a ella en cualquier momento, pero afrontó todos los peligros mejor que cualquier hombre regular. Es por eso que yo le ofrezco mi espada de vientos —Charlotte se quitó la funda de la espada del cinturón y se la colgó al hombre por el hombro—. De nuevo, usted decidirá si usarla o no, pero sé muy bien que, de usarla, lo hará con total valentía, cualidad que usted tiene en abundancia. 

Johnson miró a todos quienes lo rodeaban; a Alex, Gunnar, Lady Charlotte, Nix y a Lina la cazadora, que se encogió de hombros sonriendo.
—Yo no tengo nada para darte —le dijo—, pero puedo enseñarte a usar la “tercera magia” cuando lo necesites. Lo haría con todo gusto. 

Alex se le acercó y le dio una palmada en el hombro. 

—Hemos trabajado bien, Johnson —le dijo—. Hemos vencido. Aunque todavía queda trabajo por hacer. Ayudemos a este pueblo a reconstruir todo lo que aún pueda reconstruirse y limpiar todo lo que esté sucio y desparramado. 

Johnson sonrió, con los ojos finalmente repletos de abundantes cascadas de lágrimas. 

—Sí —dijo, enjugándose las lágrimas del rostro—. Tiene usted razón. Debemos limpiar este desastre.

Pasaron el resto del día recogiendo escombros, levantando fachadas y reconstruyendo el muro que, aunque no quedó igual de resistente a como lo había estado antes, se mantuvo firme y bien vigilado. Alex, a pesar de su condición, se dedicó a levantar algunas piedras y ayudar a servir comida a los soldados y habitantes, aunque de vez en cuando se alegraba de recibir ayuda cuando se le ofrecía. 

Durante el atardecer, se sentó en el borde de una acera, mirando cómo los últimos pedazos de madera que habían caído del muro eran arrojados sobre una gran hoguera en la que se había aglomerado una multitud conformada por adultos, jóvenes y niños. 

Lina llegó de repente y se sentó a su lado. 

—¿Cómo se encuentran tus compañeros? —le preguntó. 

—Los dos hombres están bien —respondió Lina, soltando un fuerte suspiro—. Algunos huesos rotos y un poco de fiebre, pero sobrevivirán. Y cuando estén en condiciones para caminar de nuevo, los regañare. No es posible que hayan sido sacados del combate al enfrentar a la primera bestia que se les presentó. 

—Sé paciente, estoy seguro de que hicieron su mejor esfuerzo. 

Lina se encogió de hombros. 

—Supongo que sí. Son cosas que pasan durante las batallas, pero no pueden darse el privilegio de repetirlo. Puede que no salgan con vida la próxima vez. 

—En eso tienes razón… Pero bueno… ¿De casualidad conocerás a Nicanor? Fue un cazador ahí en Kantrhya, mentor mío en mi juventud. 

—Oh, sí. Lo conocí. 

—Bueno, en ese caso, mándale saludos de mi parte. Dile que Alexeí Watson por fin se ha retirado y ahora vive una vida tranquila en Londinium. 

—¿Eso es lo que planeas? ¿Vivir una vida tranquila después de todo lo que has vivido? 

Esta vez fue Alex quien se encogió de hombros. 

—Eso planeo —respondió—. Creo que lo mejor es dejar ir a la magia. 

En ese momento se escuchó un suave galopeo que se detuvo de repente sobre la calle, justo al lado de ellos dos. Era Lady Charlotte, que montaba un caballo marrón con manchas blancas. Alex le sonrió.

—Muy buenas, mi lady —dijo Alex—. ¿Va a salir? 

—Me parece que sí, Alex —respondió Charlotte desde la silla de montar—. Dejaré a algunos súbditos míos a cargo del pueblo mientras se establece de nuevo el orden. He decidido salir en búsqueda de los magos de la corte del Rey. Si en verdad fueron interceptados por el Hada Roja me gustaría saber cómo ha sido. Dudo mucho que estén muertos, son magos muy poderosos, lo que hace todavía más extraño que hayan sido vencidos por esa criatura. 

—Creo que debo disculparme —dijo Alex, poniéndose otra vez de pie—. Me parece que usted deseaba interrogarla para que hablara sobre el Mal de Darvir. Pero ahora que ha sido destruida, pues…

—No hay problema, Alex. Da igual ahora. Se hizo lo que se tenía que hacer. Pero bueno, de todos modos debo de buscar a los magos y saber qué fue de ellos. 

—Muy bien. Le deseo la mejor de las suertes. 

Lady Charlotte le devolvió la sonrisa. 

—A ti también, Alex. Que nos veamos pronto.

Dicho eso, Charlotte agitó las riendas y su caballo se puso en marcha, avanzando por la calle y desapareciendo tras rodear la gran hoguera, dirigiéndose hacia la salida del muro recién reconstruido. 

—Yo también debería irme —dijo Lina, también poniéndose de pie—. Mis compañeros y yo iremos a Kanthrya a darnos un merecido descanso. 

—Me parece que yo haré lo mismo, mi buena amiga —respondió Alex—. No he dejado de trabajar desde hace tiempo. Es momento de dejar esta vida atrás. 

Lina asintió, ajustándose el cinturón. 

—Le mandaré tus saludos a Nicanor. 

—Te lo agradezco. 

Lina le dedicó una última sonrisa y desapareció poco después tras una avenida del pueblo. Más tarde, mientras Alex contemplaba la hoguera, apareció Johnson, vestido con nuevas prendas de viaje y equipado con las herramientas que se le habían regalado. Envainada a su cinturón estaba la espada de los vientos de Lady Charlotte, acompañada por las dos dagas de Gunnarr el anjana y, dentro de la nueva gabardina que llevaba puesta, guardaba la preciada varita del ex mago. 

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Johnson. 

—Mejor que antes, mi buen amigo —respondió Alex—. Mejor que antes. ¿Está listo todo para partir? 

—Sí, nuestro amigo anjana ha conseguido un pequeño carruaje que nos llevara hacia donde dejamos el navío prestado por Elisa, que en paz descanse. De ahí, asumo que partiremos de nuevo hacia Londinium, si es que no hay más por hacer. Sin embargo, me preguntaba qué sería de esto —Johnson hurgó dentro de su gabardina y sacó de ella una pequeña cajita que abrió ante los ojos del mago. Dentro estaban los pedazos restantes de la piedra filosofal. 

—¿Qué quiere decir? —preguntó Alex, mirándolo con incredulidad—. Ya está destruida. 

—Sí… Pero ese es el tema. ¿No dijimos que se la devolveríamos al fantasma de Holiand? 

Los ojos de Alex se abrieron como platos. 

—¡Oh, dioses! —exclamó—. ¡Es verdad! ¡Lo había olvidado! Bueno… Supongo que tendremos que explicarle lo sucedido y esperar a que no se enfade con nosotros. Si no, usted tendrá que enviarlo de vuelta al inframundo con ayuda de Gunnarr, si es que decide quedarse con nosotros durante todo el viaje de vuelta.

—Sí… Bueno… El anjana está dispuesto a eso, creo que quiere enseñarme un par de trucos de magia. Pero, fuera de eso, espero que no tengamos problemas con el fantasma.

—Tengo la sensación de que no será así si es que se lo explicamos como es debido, mi buen amigo. Habrá que también enviarle una carta a la señora Daynelor haciéndole saber que ya es seguro que regrese a casa.

Partieron al día siguiente tras hacer los preparativos correspondientes. Johnson y Alex tomaron asiento dentro del carruaje, con Nix revoloteando a su lado, mientras que el anjana asumió el papel de conductor, tomando las riendas de un caballo bien adiestrado que los condujo por los mismos rumbos nevados que habían cruzado durante su persecución con el Hada Roja, llegando una hora y cuarto más tarde a la bahía donde aún se encontraba el barco sobre la orilla. 

Con el viento a su favor, zarparon de inmediato de vuelta hacia Holiand, arribando esa misma noche bajo un brillante cielo estrellado. 

—¡Parece que el clima está de nuestro lado! —exclamó Johnson mientras descendía del navío, contemplando la tranquilidad que había tanto en la noche como en el océano que dividía Holiand y el Reino de Darvir, sin señales de tormenta o de bestias hostiles al acecho. 

—Supongo que esta parte está más en calma con todas las criaturas mágicas de nuevo en su sitio —opinó Nix—. Se desequilibró la balanza con la llegada del Hada Roja. 

—Es verdad —asintió Johnson—. ¿Tú qué harás, Nix? ¿Volverás con tus amigas de la guarida de Elisa? 

Nix se encogió de hombros. 

—No lo sé —respondió—. Aunque me gustaría acompañarte durante un tiempo si es que planeas seguir en esto de la magia. Quizá vea cosas interesantes. 

—Todavía no tengo ningún plan, pero, por supuesto, eres bienvenida. Aunque me siento apenado con tus compañeros, recuerdo que las selkies nos dijeron que no le hiciéramos daño al Hada Roja porque… ¿Era un familiar suyo? ¿Algo así nos explicaron o me equivoco? 

—Bueno… Sí… Pero honestamente no tengo idea de qué querían decir.

—Hay muchos misterios que envuelven este caso —dijo Alex de pronto— y aunque me gustaría poder esclarecerlos, creo que es mejor que se queden así por el momento. Hemos detenido una amenaza que no era para hacerse de menos, el Hada Roja pudo haber hecho más mal del que hizo. Pero eso ya no sucederá y debemos pasar la página. Hay un mundo más grande allá afuera. 

Continuaron moviéndose a pie hasta llegar a la guarida de Elisa, que permanecía vacía y silenciosa, donde durmieron en las habitaciones subterráneas, despertándose temprano al día siguiente para continuar con su camino. Durante el atardecer llegaron a Holiand, donde hicieron la visita correspondiente hacia la lujosa casa de la Provincia Kingston. Alex y Johnson caminaron al porche, dejando a Gunnarr y a Nix haciendo guardia. 

—Si los necesitamos se los haremos saber —dijo Johnson al anjana y a la nereida, abriendo la puerta de la vieja casa que emitió un escalofriante rechinido el cual, sin embargo, y por algún motivo, hizo sonreír a Johnson. 

—¿Señor Danyelor? —exclamó Alex en voz alta—. ¿Se encuentra usted aquí? 

El fantasma del señor Danyelor se materializó en el vestíbulo. Se veía igual que como lo habían encontrado la última vez, envuelto en telas translúcidas y un rostro apagado de ojos perdidos en un mundo invisible para los dos hombres. 

—¿Diga? —dijo con voz ronca—. ¿Es usted, mago? ¿Han regresado con mi piedra filosofal? 

—Bueno… —Johnson se adelantó, interponiéndose entre el mago y el fantasma, con la cajita que contenía los fragmentos de la preciada joya—. Algo así… 

El fantasma miró con sus ojos vacíos lo que quedaba de su piedra. 

—Oh —exclamó desanimado tras unos segundos de silencio. 

—Lo sentimos muchísimo —dijo Alex, agachando la cabeza—. Prometimos que traeríamos de vuelta la piedra y ahora solo queda… pues esto. 

El fantasma se quedó en esa misma posición y otro momento de silencio abrumó a los dos hombres, desconociendo si había enojo, decepción o tristeza en el semblante del espectro. Johnson, temiendo que este fuera a abalanzarse repentinamente sobre ellos, echó mano a su varita, pero, antes de poder extraerla de su gabardina, el señor Danyelor retomó la palabra. 

—Pues… Eso han hecho, ¿no es así? —dijo—. Quizá no la trajeron en una sola pieza, pero… ¡Bah, qué importa! Estoy cansado, he estado aquí durante días y días, dando vueltas por toda la casa, y hasta se me había olvidado el compromiso que ustedes tenían conmigo. Hace frío y espero poder regresar de una vez a la calidez del inframundo. Así que… ¡FUERA! ¡YA VÁYANSE! 

Johnson se llevó un buen susto y dejó caer la cajita sobre el suelo, huyendo despavorido de la gran casa junto a Alex, atravesando el patio delantero hasta reunirse de nuevo con Gunnarr y Nix. 

—¿Y bien? —preguntó la nereida—. ¿Ha salido todo bien? 

—Bueno… Dentro de lo que cabe —respondió Johnson con una carcajada. 

Alex también sonrió. 


Tomaron rumbo de vuelta a las orillas de Holiand, embarcándose en un bote pesquero que los dejó en el puerto de Londinium a la mañana siguiente, bajo un cielo anaranjado que hacía relucir las olas del mar y sus corrientes espumosas. 

—¿Cree que Oderberg todavía conserva nuestra habitación? —preguntó Johnson a Alex. 

Él negó con la cabeza, mostrando una sonrisa incrédula. 

—En lo absoluto. Dijo que si nos tardamos en volver a Londinium le cedería la habitación a alguien más. Sin embargo, me gustaría hacerle una visita en caso de que tenga algún cuarto disponible. ¿Qué le parece, Johnson? 

—Me parece bien.

—¡Iremos contigo! —dijo Nix, que se había posado sobre el hombro del anjana. 

Un carro de vapor los condujo por la ciudad hacia la calle de Montes Altos. La nereida y el anjana no se apartaron de la ventanilla durante todo el camino, contemplando lo que para ellos era un mundo desconocido, aunque bello, ordenado y siempre en movimiento, con un tenue olor a una lluvia que había caído recientemente. 

—Me gusta Londinium pero… no sé si me pueda acostumbrar a vivir eternamente aquí —hizo saber Gunnarr—. Me gustaría volver para saber qué ha sido de mi aldea. 

—No se preocupe, buen amigo —dijo Johnson—. Le puedo asegurar que no tardará en ponerse en marcha otra vez. 

No tardaron en arribar al 301-B de la calle Montes Altos. El edificio se erguía igual a como lo habían dejado, sin ninguna señal de cambios, aunque tanto Alex como Johnson sabían que la ventana que correspondía a su antigua habitación era nueva, pues un anjana la había despedazado hacía unos días.

Bajaron del carro y Alex llamó a la puerta. Oderberg en persona fue quien les abrió.

—¡Ah! —exclamó—. Ya me preguntaba cuándo iban a volver. Aunque lamento decirles que tuve que cederle el cuarto a otra persona… Sin embargo, me queda una habitación individual, si les interesa a alguno. Por lo que veo ahora son tres y… ¿Eso es un hada? ¡Vaya! ¡Ustedes sí que están llenos de sorpresas! 

Alex rió levemente. 

—Nada más sería para mí, Oderberg —dijo. Luego, miró hacia Johnson—. Aunque quizá debería tomarla usted, ya tenía hospedaje aquí antes de que yo llegara a irrumpir su calama.

Johnson sonrió. 

—No, Alex —respondió—. Yo… Creo que no volveré a quedarme aquí en Londinium. Debo de partir. 

—¿Hacia dónde? 

Johnson se encogió de hombros. 

—Ya lo veré. Aunque si nuestros nuevos amigos se ofrecen como guías, lo más probable es que empiece por buen camino. 

—¡Cuenta con ello! —exclamó Nix. 

Gunnarr se limitó a entornar los ojos y asentir, sonriendo

—Bueno —Alex retomó la palabra—, entonces esto es un adiós. 

—Me parece que sí, Alex. Aunque espero poder visitarlo de vez en cuando. 

—Ya sabe donde encontrarme, Johsnon. Tengo grandes planes para mi estancia en Londinium, conseguiré un empleo regular, tomaré té por las tardes y asistiré a pequeños eventos literarios si mi tiempo me lo permite. Una vida de calma es lo que me merezco. No más criaturas fantásticas, a menos que traigas amigos contigo. Los seres feéricos siempre serán bienvenidos. 

—Muy bien. Le deseo lo mejor. 

—¡Y yo también, mi buen amigo! ¡Mucha suerte en sus viajes! 

Los dos amigos se estrecharon fuertemente las manos y, acto seguido, Alex caminó lentamente hacia el interior del departamento 301-B de la calle Montes Altos. Echó una última mirada hacia Johnson, Nix y Gunnarr, que permanecían de pie sobre la calle. Alzó la mano en señal de despedida y cerró la puerta. 

Se apresuró a subir la escalera para instalarse en su nueva habitación, un pequeño cubículo con una cama, secreter, armario y, para su buena suerte, una ventana que daba hacia la calle. Sin embargo, cuando miró hacia afuera, ellos ya habían desaparecido. 


FIN. 


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