Temporada de Sombras Cap I. Londinium

 


Era una tarde más fría y gris de lo normal en Londinium. De hecho, Alexéi Watson sentía que había una oscuridad fuera de lo ordinario cerniéndose sobre la ciudad. Caminaba sobre la acera húmeda tras largos días de tormenta, vestido con su gabardina de cuero y botas de estilo militar que siempre llamaban la atención de los peatones con los que se cruzaba. Sin embargo, aquel día, pocas eran las personas que paseaban por la calle Montes Altos, ya fuera por el viento helado que hacía que el cabello pelirrojo de Alex se alborotara o por esa oscuridad intangible cuyas vibras percibía con fuerza. 

Alexéi Watson se detuvo frente al número 301-B, un edificio de ladrillos negros y ventanas de guillotina con un portón de metal color verde oscuro. Llamó a la puerta con el puño y, después de unos pocos segundos, le abrió el casero a quien había conocido en un café hacía dos semanas; su nombre era Nick Oderberg, un hombre bajito, casi calvo y con lentes en forma de media luna. 

—Ah, Alex —exclamó el hombre con una sonrisa—. ¡Bienvenido! Pasa, pasa. Llegas justo a tiempo. Tu compañero de cuarto ya se encuentra por aquí. 

Alex asintió con la cabeza y siguió al señor Oderberg por una escalera de madera hacia un segundo piso. 

—¿Tuviste problemas en encontrar la calle? —preguntó el casero. 

—No, en lo absoluto. Sólo el clima está horrible el día de hoy, temo que llueva. 

—Estos días de tormenta no han sido de agrado para nadie, ¿no crees? 

—No, pero para eso estoy aquí. 

Llegaron a una puerta azul con el umbral semiabierto, pero, aún así, Nick Oderberg tocó con los nudillos y exclamó: 

—¿Se encuentra aquí, señor Johnson? Traigo a su compañero de cuarto. 

—¡Ah, sí! —se escuchó una voz ronca y melodiosa del otro lado—. Pasen, por favor. 

Al abrir la puerta se encontraron delante de un estudio alfombrado y de tapiz marrón, con una pequeña sala con chimenea y una puerta al fondo que, como Alex dedujo al verla, conducía hacia los dormitorios. En la sala, sentado sobre un sofá verde, estaba un hombre gordo, de cabello negro y corto, sosteniendo un periódico con ambas manos, aunque su mirada se posaba sobre Alex y el casero, sonriéndole al verles llegar. 

El hombre dobló el periódico, lo colocó sobre un buró que tenía al lado y se puso de pie. 

—Alex, este es Jack Lewinson Johnson —indicó el señor Oderberg—. Johnson, él es Alexéi Watson Ulthar.

Johnson le estrechó la mano a Alex y dijo sin dejar de sonreír:

—Puedes llamarme nada más Johnson. 

—Puedes llamarme Alex a mí. No soy un gran admirador de mi ascendencia del Gran País Rojo.

—Iré a prepararles un poco de té, ¿les parece? —anunció Nick Oderberg—. Dejaré que se conozcan mientras tanto. 

El casero desapareció tras la puerta, dejándola semiabierta de nuevo. 

—¿Proviene usted del Gran País Rojo? —preguntó Johnson, sentándose de nuevo sobre el sofá verde y haciendo ademán para que Alex tomara asiento sobre uno rojo que había delante de él.

—No, en lo absoluto —respondió Alex—. Mis padres nacieron aquí en Londinium, pero mis bisbuelos paternos provienen de una familia aristocrática del País Rojo, sin embargo se mudaron al País Azul y decidieron conservar el apellido Watson al nacionalizarse. Originalmente este era Wateriovich, pero con la conversión decidieron dejarlo en Watson. Curioso, ¿no?

—Sí, curioso —respondió Johnson—. Pero entonces tus abuelos o tu padres vivieron en Londinum, ¿no? ¿O por qué no se quedaron en el Gran País Azul? 

—En un inicio mis bisabuelos quisieron regresar a la Nación Roja, pero viendo que esta estaba por entrar en una guerra con la Azul decidieron mudarse a Londinum, un punto medio entre ambos países. Pensaban quedarse ahí hasta que terminara la guerra y después decidir si habían de volver a la Nación Azul o a la Nación Roja. Al final no optaron por ninguna y se quedaron aquí, pero me nombraron Alexeí en nombre de mi tatarabuelo. 

—Oh, interesante. Pero usted se ve muy joven, ¿por qué no está en la universidad? 

Alex se río suavemente y dijo: 

—No, concluí mis estudios hace más de veinte años. 

—¿Veinte años? ¡Imposible! Usted se ve como alguien veinteañero, hace veinte años usted no habría existido. 

—Pero es la pura verdad. Tengo cuarenta y cuatro años. Lo que sucede es que resulta que la familia aristocrática de la que le hablaba estuvo conformada hace tiempo, en su mayoría, por hadas. Entonces, podría decirse que tengo ascendencia feérica.

—¡Dios mío! ¡Usted sí que esta lleno de sorpresas! ¿En qué trabaja?

Alex formó una mueca pícara y traviesa y metió su mano al interior de su gabardina, sacando de ella una varita de madera oscura. 

—¿Mago? —exclamó Johnson—. ¿Es usted un mago? 

Alex asintió con un silbido y meneando la cabeza. 

—En realidad soy químico, pero ejerzo como mago. Estudié la carrera de química tan solo para ampliar mis estudios en alquimia. Soy, en cuestión, un mago inquisidor. Me encargo de exterminar toda amenaza sobrenatural o mágica que encuentre. 

En ese momento Oderberg volvió la puerta y Johnson le indicó que pasara. Dejó una bandeja con una tetera y tazas sobre la mesa de la sala. 

—Si se les ofrece algo más no duden en decirme —dijo el casero y pasó a retirarse nuevamente. 

Alex tomó la tetera y sirvió té de fresas en ambas tazas. 

—Gracias —dijo Johnson guiñándole un ojo y llevándose la taza a los labios. Después de darle un pequeño sorbo sacó de su bolsillo una cajetilla de cigarrillos y un pequeño cenicero portátil—. ¿Fuma usted, Alex? —dijo mientras le ofrecía la caja de cigarros. 

—Oh, no. Estoy intentando dejarlo, aunque no me molesta que usted fume. Gracias de todos modos. 

—Cómo usted diga —respondió Johnson, prendiendo su cigarrillo con un encendedor. 

Alex bebió un poco más de té de fresas y se acercó hacia el ventanal de la sala, que comenzaba a verse opacado por la caída de diminutas gotas de lluvia. Miró a través de él, contemplando la calle donde pronto se formarían nuevos charcos. La oscuridad que percibía incrementaba. 

—¿Usted de en qué trabaja, Johnson? —preguntó Alex sin apartar la mirada del ventanal. 

—Soy escribiente de un gran local en el mercado de Londinium. Nada muy interesante. 

—¿Y le gustan los cuentos de hadas? 

—Podría decirse que sí. He sabido de algunos compañeros que han vivido sucesos sobrenaturales con todo tipo de criaturas, pero jamás he tenido la oportunidad de verlos por cuenta propia. 

—¿Y le gustaría? 

—Es posible. ¿Por qué pregunta? 

—Porque no me quedaré en Londinium por mucho tiempo. Estoy emprendiendo una cacería de una criatura extraña y muy peligrosa. Esta ciudad es mi primera parada y pronto, cuando esta llovizna se convierta en una tormenta, tendré que salir en búsqueda de mi presa. Quizá vuelva al rato, pero también existe la posibilidad de que muera. Siempre está esa posibilidad. Por eso me preguntaba si desearía usted acompañarme, para que pueda apreciar un poco de mi oficio. 

—Sería interesante, sí. Un poco de adrenalina no le viene nada mal a nadie. ¿Pero por qué en la tormenta? ¿No podemos salir después de que llueva? 

—Podemos, pero perderíamos una buena oportunidad de atraparlo. A mi presa le gusta moverse en días de lluvia y hace de las suyas cuando el clima es oscuro, frío y repleto de niebla. 

—¿Cuál es esta criatura de la que usted me habla? 

—Se llaman ojáncanas. Son el enemigo por naturaleza de las hadas. Seres altos, con diez dedos en cada mano, repletos de pelo y una boca enorme. Quedan muy pocos porque mis ancestros se encargaron de cazarlos en las montañas hace mucho tiempo y desde entonces se han mantenido ocultos ahí, en cuevas donde nadie puede encontrarlos. Pero a  este ojáncana… se le dio por bajar de su morada para causar tormento en la ciudad. Un comportamiento inusual en mi opinión. 

La lluvia empezó a caer con mayor intensidad y el ventanal quedó completamente empañado. Alex se giró y miró fijamente a Johnson, quien ya se había terminado su cigarrillo, dejando la colilla sobre el cenicero y dándole otro sorbo a su té. 

—Bueno —dijo él—. ¿Y cómo lo matamos? 

—Su piel es gruesa, casi inquebrantable… Pero si usamos la tormenta en su contra podríamos vencerle. 

—Parece ser que ya está cayendo la tormenta. ¿No será mejor irnos ya? 

—Tiene usted razón. Será mejor ponernos en marcha. Vaya y dígale a Oderberg que pida un carro que nos lleve a la Avenida Flauta de Pan y, si tiene un arma, le recomiendo llevarla. 

Johnson se puso de pie y se dirigió hacia la puerta que conducía a los dormitorios. Salió de ella al cabo de unos pocos segundos, metiéndose un revólver de cañón corto al pantalón. 

—¿Usted qué hará? —le preguntó a Alex. 

—Yo ya tengo todo lo necesario para nuestra misión.Vaya a pedir el carro, por favor. 

Johnson asintió, acomodándose el cinturón y la camisa y saliendo del apartamento. Alex volvió a guardar la varita dentro de su gabardina de cuero y miró de nuevo hacia la ventana. La lluvia aumentaba su intensidad y se escucharon un par de truenos. Después abandonó también el apartamento y cerró la puerta tras de sí, bajando por la escaleras y encontrándose con Oderberg y Johnson en el vestíbulo.

—Ya he pedido el carro —informó Oderberg con una gran sonrisa en el rostro—. Llegará en unos diez minutos, aunque es probable que con la lluvia se demore un poco más. 

—Gracias —respondió Alex. 

—¡Oh! —exclamó el casero—. Tengo algo para ustedes. Esperen aquí. 

Se dirigió hacia el fondo del pasillo y abrió la puerta de una vieja alacena, regresando con paso apresurado sosteniendo un sombrero de ala redonda y una gorra de cazador. 

—Con estas lluvias y sin paraguas es buena idea usarlos —dijo Oderberg—. Tengan, se los regalo.

Johnson tomó el sombrero y Alex la gorra, ambos colocándolos sobre sus cabezas. 

—Muchas gracias —dijeron Alex y Johnston al unísono. 

Quince minutos después se escuchó la bocina de un carro de vapor que esperaba por ellos afuera del edificio. Ambos salieron a la calle y tomaron asiento en el vehículo, el cual se puso en movimiento de inmediato. 

—¿A Flauta de Pan? —preguntó el conductor para confirmar el rumbo del viaje. 

—Sí —respondió Alex. 

El carro de vapor se movía con rapidez sobre las calles de Londinum, atravesando la tormenta que ya caía sobre la ciudad. Los limpiadores se movían sobre el parabrisas para despejarlo del agua, pero aún así el entorno se había vuelto difuso y oscuro, repleto de una fina capa de niebla alrededor. 

—Nuestra presa está en una casa abandonada al final de la calle —explicó Alex a Johnson—. Diría que sería buena idea confrontarlo ahí mismo, pero, como le explicaba, necesitamos sacarlo a la tormenta, cosa que quizá no sea tanto problema viendo el estado del clima. Al ojáncana le gustan los días como este. 

—¿Y cómo piensa derrotarlo? 

—Eso déjelo a mí. Tú, por otro lado, habrás de contenerlo una vez que lo hayamos encontrado. 

—¿Contenerlo? ¿De qué habla? 

—Oh, ya lo verá. Sea paciente. 

Estuvieron dentro del carro durante veinte minutos, hasta que llegaron al borde de una calle que, con la tormenta, se había inundado casi por completo, con agua saliendo desde los descuidados patios de las casas, cuyos interiores parecían estar vacíos, sin señales de ventanas iluminadas o chimeneas encendidas. 

—Oh, vaya —exclamó el conductor—. Este debe ser uno de los sitios que han quedado devastados por las tormentas. Los residentes han tenido que buscar un hogar temporal fuera de aquí. ¿Están seguros de que este es el lugar al que van? Me va a ser imposible entrar en la calle por completo. 

—Sí, estamos bien —respondió Alex—. Aquí es justo donde debemos de estar. 

Alex pagó al conductor y bajó del carro junto con Johnson, viendo al transporte alejarse rápidamente por el extremo opuesto de la avenida, evadiendo la inundación. 

—Bueno, parece ser que el ojáncana se ha hecho una guarida agradable por aquí—exclamó Alex. Sacó entonces la varita de su gabardina y la apuntó hacia la calle inundada—. Esto debería de bastar. Tenga cuidado al caminar, Johnson.

Un rayo plateado salió desde la punta de la varita de Alex, impactando contra el agua, esta se fue congelando poco a poco, hasta que no quedó más rastro de la inundación delante de ellos. Alex caminó despacio sobre la fría superficie, seguido por Johnson. 

—¿Cómo dijo que iba a ayudarle? —preguntó él al mago.

Alex agitó su varita e hizo aparecer en su mano un pequeño frasco repleto de un contenido de color gris oscuro. Se detuvo por un momento y lo abrió. 

—Extienda sus manos, Johnson —le indicó a su compañero, quien le obedeció con aire extrañado. Alex dejó caer un poco de la masa gris que había dentro del frasco sobre las palmas de Johnson, untándola usando la punta de sus dedos hasta cubrirlas por completo. 

—¿Qué es esto? ¿Pintura? 

—Es arcilla inflamable. En cuanto se lo ordene usted deberá frotarse las manos con mucha fuerza y dejar salir el fuego que se forme hacia el ojáncana. Esto no lo matará, pero si lo mantendrá apartado de nosotros mientras yo realizo un poderoso conjuro para matarle. 

—¿Está diciendo que le lance fuego con las manos? ¿No se me van a carbonizar? 

—No, la arcilla le protegerá las manos al mismo tiempo que usted dispara. No se preocupe, ya sabrá usted cómo actuar cuando llegue el momento —Alex agitó su varita de nuevo e hizo desaparecer el frasco de arcilla inflamable. Junto con Johnston continuó caminando por la avenida hasta llegar a su final, donde había una vieja casa de fachada repleta de enredaderas y moho, sin ventanas, con un tejado hecho pedazos y, naturalmente, un patio de lo más descuidado, de hierba alta y plantas espinosas. 

—Entonces… ¿Es este el lugar? —preguntó Johnson con voz trémula. 

—Sí —respondió Alex—. Prepárate. 

Caminaron despacio por el patio, cuidando mantenerse apartados de las espinas de algunas plantas y de pisar profundos charcos de lodo que se habían formado por la tormenta. Una vez que estuvieron delante de la entrada  de la casa, Alex extendió su varita y lanzó un rayo rojo que convirtió a la puerta en polvo, para después sacudirla con fuerza; una esfera de luz amarilla emergió de su punta y levitó al lado del mago, iluminando un vestíbulo vacío y con suelo hecho de viejos tablones de madera con agujeros y grietas.

—Detrás de mí, Johnson —indicó Alex. 

Caminaron por el oscuro y siniestro vestíbulo, inspeccionando cada una de sus esquinas, pero sin encontrar ningún rastro sospechoso que pudiera señalar el paradero del ojáncana. 

—Un momento… —exclamó Alex, como si se hubiera percatado de algo de repente, agitando la varita para desaparecer la esfera de luz flotante—. ¡Johnson, sígame! ¡Por acá! 

El mago se echó a correr, saliendo de la vieja casa seguido por su compañero, deteniéndose en el centro del patio mirando alrededor, para después alzar su varita y exclamar: 

¡Explosionem! 

Se escuchó un fuerte estallido que ensordeció los oídos de Johnson por un momento aunque, sin embargo, pudo ver cómo desde la alta hierba una figura salía disparada hacia el cielo para después estamparse contra el suelo congelado de la calle, formando grietas a su alrededor mientras se incorporaba. El ojáncana era incluso más aterrador y bestial que como lo había descrito Alex a Johnson en un primer lugar, su cuerpo fornido y cubierto de pelaje negro le daba la apariencia de un inmenso simio, con un par de colmillos saliendo de su boca y gruesos brazos con manos de diez dedos. 

—¡Vamos, Johnson! —exclamó Alex, corriendo rumbo a la bestia—. ¡Detrás de mí! 

Johnson lo siguió, atravesando de nuevo el patio de la vieja casa y deteniéndose sobre la superficie de hielo. El mago usó su varita para crear un halo de luz, dirgiéndolo después hacia el monstruo, el cual retrocedió cubriéndose los ojos y rugiendo. 

—¡Comience a frotar sus manos! —ordenó Alex a Johnson. 

Él obedeció y frotó las palmas de sus manos con fuerza, haciendo que de estas comenzaran a salir chispas rojas, hasta formar un abundante fuego que se movía en torno a sus dedos. 

—¡Láncelo! —gritó Alex, luchando por mantener su varita extendida con el rayo de luz impactando contra el ojáncana—. ¡Láncelo ahora!

—¡No sé cómo! —respondió Johnson, conteniendo las flamas entre sus manos. 

—¡Sólo suéltelo! 

Alex disolvió el rayo de luz y se apartó, dejando un breve momento para que el monstruo se recuperara, frotándose los ojos con sus gigantescas manos y rugiendo al mirar delante de él a Johnson. 

—¡Ya! ¡Johnson! 

Johnson abrió las palmas de sus manos hacia adelante, como una almeja, y una gran llamarada salió disparada hacia el ojáncana, obligándolo a retroceder y a mantener sus ojos cubiertos con ambas manos. Alex se colocó junto a su compañero y golpeó su varita contra su rodilla, invocando desde su punta una luz plateada que se extendió en forma de relámpago. Después, apuntó el rayo hacia arriba, haciéndolo impactar contra el cielo repleto de nubes grises, donde la lluvia no cesaba de caer, empapando a cada uno de los presentes por igual. Mantuvo la varita en alto, formando remolinos de viento a su alrededor 

—¡No le estoy haciendo nada! —gritó Johnson. 

—¡Lo sé! —respondió Alex—. ¡Pero mantenlo así! ¡Ya falta poco!

El relámpago de Alex se engrosó, ejerciendo peso sobre la mano con la que sostenía la varita. Soltando un leve quejido, dejó caer el rayo sobre la tierra, como si fuera un alargado y brillante látigo, azotándolo contra el pecho del ojáncana en el momento en el que fuego de Johnson se disolvía. El monstruo se retorció de dolor, rugiendo y gritando conforme su cuerpo se desintegraba en cenizas y chispas, hasta que de él no quedó más que su gran silueta compuesta por polvos que no tardó en ser llevada por el viento hasta desaparecer 

El látigo eléctrico se consumió en la misma varita de Alex, quien volvió a guardarla dentro de su gabardina, sin inmutarse por la rudeza del combate o la fría lluvia que continuaba cayendo sobre su gorra de cazador. Johnson, en cambio, se miró las manos; en ellas quedaban restos solidificados de la arcilla inflamable, aunque también se habían manchado de hollín al lanzar la llamarada. 

—Increíble —exclamó mientras soltaba una risa nerviosa—. ¡Absolutamente fascinante! 

—Está hecho, entonces —dijo Alex—. Será mejor que salgamos de aquí y busquemos un carro. Si pasamos un minuto más en la lluvia nos dará un resfriado de muerte. 

—Oh, sí, sí. Vámonos ya, amigo mío. Celebremos esto con una taza de té en nuestro apartamento, ¿quiere? 

Durante el camino de vuelta al 301-B de la calle Montes Altos ninguno de los hombres dijo nada, sin embargo se les notaba felices y complacidos por la tarea que habían realizado bajo el clima tormentoso. Una vez que llegaron al apartamento, Alex invocó un hechizo de vapor caliente y acogedor que hizo pasar por las prendas de ambos para secarse y, una vez abrigados, se sentaron de nuevo sobre sus respectivos sofás mientras que Oderberg les traía una nueva tetera con té de fresas. 

—Bueno —exclamó Johnson tras darle un largo sorbo a su taza—, eso ha sido más rápido de lo que creía. 

—Absolutamente, Johnson —respondió Alex—. Incluso yo estoy sorprendido. Los ojáncanas no suelen seres difíciles de derrotar, de no ser por su resistente piel serían igual de frágiles que los trasgos o los duendes comunes. Pero, aún en ese caso, sí que fue una partida rápida. 

—Hay algo que no comprendo, Alex. ¿Cómo es que el fuego no le hizo daño y tu rayo sí? ¿No vendría siendo lo mismo al tratarse ambos de calor concentrado? Porque, seamos justos, incluso la magia debe tener su propia lógica interna. ¿Cómo es que un rayo caído del cielo lo pulveriza y una llamarada digna de lanzallamas no le hace ni un rasguño? 

—Me alegra que pregunte, porque he de admitir que la magia es un asunto complejo. En el mundo se le llama magia a toda técnica empleada por seres humanos o no-humanos que permita alterar la realidad y distorsionar parte de sus reglas establecidas, teniendo esta diferentes variantes que se manifiestan en distintas clases de poderes y también poseen orígenes de lo más variados. En esta parte del mundo tenemos tres estilos que son los más frecuentes y comunes. 

»Se encuentra, primeramente, la magia feérica. Esta, mi buen amigo, es propia de Londinium, Holiand y el Reino de Darvir, pues es una magia que solo puede ser utilizada estando dentro de estas regiones, ya que su fuente de origen proviene del polvo de hadas que flota en el aire. Londinium, como sabrás, siempre se ha caracterizado por ser el hogar de cientos de seres similares a las hadas que desprenden dicho polvo: pixies, selkies, elfos, gnomos… En fin, seres feéricos que habitan estas zonas y rara vez las abandonan. Esta misma magia es la que utilizo para mis hechizos más poderosos, pues la que llevo dentro de mí es un poco más débil, y te explicaré por qué. 

»Resulta que el segundo tipo de magia, llamada “magia de dinastía”, corre por mis venas ya que, como bien le he dicho, tengo antepasados que fueron hadas. La magia de dinastía es aquella que se transmite de generación en generación y está de forma natural dentro del cuerpo del portador y permite hacer casi lo mismo que la magia feérica. Sin embargo, en mi caso, está se ve muy limitada por mi cuerpo, ya que han pasado años desde que hubo un hada real entre mis familiares; soy, pues, más humano que hada y mi cuerpo no está diseñado para soportar toda la energía mágica que tengo dentro de mí, o al menos no para utilizarla para formar conjuros poderosos. Es por eso que tengo mi varita, que me ayuda a mantenerla equilibrada al usarla y, ya sea de paso, manipular la magia feérica que hay en el aire. 

—¿Y qué pasaría si usas magia sin tu varita? 

—Con la magia feérica en teoría no debería suceder nada, pero con la magia de dinastía que tengo, siendo mi cuerpo débil para ella, posiblemente este se haría pedazos. Mi varita es fundamental, como podrá usted notar. Me permite emplear ambos estilos de magia con total libertad. 

—Dijo que había un tercer tipo de magia. ¿Cuál sería ese?

—Ese, mi buen amigo, no tiene un nombre como tal. Pero, en teoría, cualquiera puede aprender a usarla. Si yo supiera algo sobre ella con gusto le enseñaría a usted si es que desea aprender, pero me temo que no tengo ni una pizca de conocimiento al respecto. Sé de un par de sujetos que la utilizan, pero no son muy habladores, aunque de lo que me han podido mostrar no suelen realizarse grandes cosas implementando ese estilo de magia. 

—¿Qué cosas se pueden hacer con ella?

—Como le digo, nada fuera de lo que cualquier mago puede hacer hasta con los ojos cerrados. Lanzar esferas de fuego, curar heridas leves, lanzar rayos… Cosas que usted mismo podría hacer sin dificultad, como lo ha hecho hoy con la arcilla inflamable. 

—Oh, vaya. Pues supongo que tendré que conformarme con eso. 

—Sí, pero no se pierde de nada con esa magia. Usted puede serenarse. 

—Al menos ha acabado con lo que tanto le tenía preocupado. 

—¿A qué se refiere, Johnson? 

—Sí… Uhmm. ¿No dijo usted que estaba persiguiendo a una criatura desde hace tiempo? ¿No fue al ojáncana al que usted buscaba? 

—Oh, no. Por supuesto que no. El ojáncana solo fue un estrago que dejó detrás de sí. 

—¿En serio? ¿Y cuál es la criatura que está buscando entonces?

Alex sonrió lentamente, colocó su taza sobre la mesa y respondió: 

—Esa, amigo mío, es una pregunta que no pienso responder en este momento. Más tarde quizá profundice un poco en dicho asunto. 

Ambos guardaron silencio, mirándose mutuamente con sonrisas nerviosas. Johnson, incomodado por la respuesta y el gesto de Alex, miró hacia la mesa, donde él había colocado su taza de té de fresas. En ella descubrió que se movían unas pequeñas ondas, como si algo que no lograba distinguir estuviese moviendo la mesa de la sala ligeramente. 

—¿Qué mira, Johnson? —preguntó Alex. 

—La taza… No estará usted pateando la mesa. ¿Verdad? 

—No, aunque me parece que se debe al invitado que tenemos en nuestra ventana.

Johnson dirigió su mirada hacia atrás, llevándose un buen susto al descubrir lo que se asomaba por la ventana. 

—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Un ojáncana!


Comentarios

  1. Muy bien logrado. Es un texto atrapante y cautivo.

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    1. Gracias! Me alegra que te haya gustadoo! La siguiente semana subo el segundo capítulo ^^

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  2. Muy bueno, incita a seguir leyendo. Los diálogos bien, un corrector te diria que uses los guiones largos, si es que no lo estas usando.

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    1. Según yo sí están puestos los guiones largos, pero creo que en algunos dispositivos no aparecen. Ya veré cómo arreglarlo. Muchas gracias!

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