Capítulo VIII. Rayo y Fuego

El mago y su compañero retrocedieron. La marea subía rápidamente, comenzando a filtrarse entre las rocas, empapando las suelas de sus zapatos. Ambos se apresuraron para adentrarse en la caverna, mientras que detrás de ellos emergía una inmensa ola que se movía en su dirección. Corrieron cuidando de no tropezar, pues el suelo húmedo hacía resbalar sus pies de vez en cuando. Una caída podría significar ser arrastrados por el agua hacia su perdición. 

Caminaron por un puente de metal similar al que Alex había cruzado para llegar al patio de la cecaelia, viendo por debajo de ellos, en el fondo de un abismo que se llenaba rápidamente de agua, una inmensa figura que se sumergía en las profundidades,  haciéndose casi indistinguible por la espuma que la cubría, aunque ambos amigos sabían de lo que se trataba. 

—¡No se detenga, Johnson! —dijo Alex—. ¡Vamos!

Continuaron avanzando por un pasadizo estrecho, en el que el agua se le dificultaba penetrar, moviéndose entre unas paredes que apretaban sus cuerpos cada vez que intentaban girar de un lado a otro, llegando así a una escalinata de piedra que terminaba en una vieja puerta de metal, donde dos selkies les esperaban. 

—Preparen todo —les ordenó Johnson—. Díganle a las demás que se mantengan alerta.

Las selkies asintieron y abrieron la puerta de metal, deslizándose hacia su interior, dejándola abierta para permitir el paso de los dos hombres. 

—Después de usted —dijo Johnson, haciendo ademán al mago para que entrara. Él hizo caso y se adentró en un túnel seguido por Johnson, avanzando en línea recta hasta llegar a una nueva caverna iluminada sutilmente por una tenue luz solar que provenía desde una ranura ubicada en el techo, aunque se asemejaba más al halo espectral de la luna al estar el cielo sumido en tinieblas. Desde ahí miraron la laguna ubicada en el centro de la caverna, donde se reflejaba la luz proveniente del exterior y cuyas aguas comenzaban a agitarse.

—Agáchese —dijo Alex a Johnson, manteniéndose detrás de un conjunto de rocas repletas de sal, mirando desde sus extremos lo que sucedía delante de ellos. Primero emergió desde las aguas la cecaelia Elisa, mirando alrededor, buscando señales de peligro las cuales no tardaron en llegar. Un remolino se formó delante de ella y desde su centro se alzó la figura de la horrible serpiente, con ojos encendidos en una luz azul celeste, cuerpo oscuro y brillante por la humedad que lo cubría y una inmensa boca en forma de sonrisa que soltaba un líquido verde y viscoso desde sus alargados y filosos dientes. 

—ELISA —habló la serpiente con una voz ensordecedora— POR FIN NOS CONOCEMOS 

—Kai-Kai Vilú —respondió la cecaelia—, es usted muy osado al venir a mi hogar sin avisar antes. Debió ser un viaje largo y pesado. ¿Se le ofrece algo para recuperar sus fuerzas? 

La serpiente se carcajeó, salpicando su repugnante saliva por todos lados. 

—NO… NO PODRÍA SENTIRME MEJOR. AHÓRRATE TU HOSPITALIDAD, ELISA. SABES BIEN POR QUÉ ESTOY AQUÍ. EL HADA ROJA ESTÁ FURIOSA CONTIGO Y TU MANERA DE ACTUAR. LE HAS DESOBEDECIDO. 

—Me temo que no sé de lo que hablas. 

—NO SEAS ASÍ. SABES BIEN QUE ÉL TE ORDENÓ ELIMINAR A DOS MAGOS Y TÚ EN VEZ DE ESO DECIDISTE DARLES ALIMENTO Y REFUGIO. TENEMOS OÍDOS EN TODAS PARTES, ESO TAMBIÉN LO SABES BIEN. Y MÁS CUANDO YO PROTEJO LAS AGUAS Y LO QUE HAY EN ELLAS, MIS INFORMANTES MARINOS ME HAN HABLADO DE TI Y LO QUE HAS HECHO ÚLTIMAMENTE. 

—¿Ah, sí? ¿Y con quién hablas tú? Porque las únicas criaturas marinas que hay por esta zona son las que vivían aquí antes de que tú las espantaras con tu presencia. A mi parecer no te respetan mucho que digamos. 

—HAY MÁS SERES ADEMÁS DE LOS QUE TÚ CUIDAS, ELISA. HAY CRIATURAS DE TODO TIPO Y LA MAYORÍA NI SIQUIERA PORTAN ALGO DE MAGIA. ES CULPA DE LOS HUMANOS QUE CADA UNA ESTÉ AMENAZADA DE UNA MANERA U OTRA, ES POR ESO QUE ME SON FIELES. YO HAGO MÁS DE LO QUE ESTÁ MÁS ALLÁ DE MI NATURALEZA PARA SALVARLES, Y ESO INCLUYE ABANDONAR MI TIERRA NATAL. 

—El Hada Roja te ha engañado, Kai. En cuanto adquiera suficiente poder no dudará en matarte a ti y a mí para así gobernar a los seres del agua. Todo lo que te esté prometiendo caerá tarde o temprano. 

—ME HA PROMETIDO TU LUGAR  EN ESTA JERARQUÍA A CAMBIO DE MATARTE A TI Y A LOS DOS MISERABLES HUMANOS QUE ESCONDES. AUNQUE QUIZÁ PUEDA CAMBIAR DE OPINIÓN SI ME DICES DONDE ESTÁN ANTES DE EMPEZAR. 

—No te lo diré. 

Kai-Kai no respondió más, mirando con furia a la cecaelia, manteniéndose a flote sobre el agua. De repente, comenzó a retorcerse, sacudiendo las escamas de su cuerpo. 

—TU HOGAR ES DEMASIADO PEQUEÑO —le dijo a Elisa—. SE ME HARÁ DIFÍCIL DEVORARTE A TI Y A ESOS DOS HUMANOS EN ESTA FORMA. 

Entonces, la serpiente se colocó en el borde de unas rocas y abrió su inmensa boca, dejando al descubierto sus oscuras fauces repletas de la saliva verde. Desde sus profundidades otra figura emergió, alzando primero un brazo para arrastrarse por el suelo, y después otro para ponerse de pie, vestido con una túnica azul oscura, de cabellos largos y negros y un rostro infantil que, a pesar de su aparente inocencia, dejaba a relucir su maldad al conservar la gran sonrisa de la serpiente que yacía a su lado. 

—Así está mejor —dijo el hombre salido de la boca de Kai-Kai. 

—¿Esa persona acaba de salir de la boca de la serpiente? —preguntó Johnson en voz baja, todavía manteniéndose oculto tras las rocas de sal. 

—Eso parece —respondió Alex—. Creo que es una entidad con la capacidad de asumir distintas formas, manteniendo su conciencia en cada una de sus partes físicas. Esto podría hacer más difícil o más fácil nuestra tarea, pero ambos resultados son inciertos. 

La serpiente volvió a incorporarse, mirando fijamente a la cecaelia al igual que el hombre que había salido de su boca, quien desde su oscura túnica sacó un brillante cetro de metal.

—Empecemos, Johnson —dijo Alex, sacando su varita. Hizo aparecer el frasco con arcilla inflamable y se la entregó a su compañero, quien comenzó a untarla sobre las palmas de las manos, guardando el recipiento en su bolsillo junto al revólver. 

En cuanto la serpiente alzó su inmensa boca, abalanzándose sobre Elisa, Alex se incorporó y gritó: 

¡Sparkio! —Las chispas rojas que salieron de su varita impactaron contra el ojo izquierdo de la serpiente, la cual, sorprendida por el ataque repentino, se distrajo y fue enroscada por los tentáculos de la cecaelia. 

—¡Ahí están! —gritó Kai-Kai en su forma humana, elevándose en vuelo rumbo al mago y su ayudante, pasando de largo el combate entre Elisa y la otra criatura. 

—¡Vamos! —indicó Alex, echándose a correr junto a Johnson al ver a Kai-Kai aproximarse, avanzando por el mismo túnel por el que habían llegado, perdiendo de vista a la cecaelia y a la serpiente. 

A pesar de encontrarse rápidamente en el final del pasadizo, ahí donde la puerta de metal permanecía abierta, el semidiós les pisaba los talones, acercándose a gran velocidad, sosteniendo con ambas manos su cetro de metal. Alex invocó el rayo celeste de polvo de hadas, dirigiéndolo hacia su adversario, quien se vio forzado a detenerse para bloquear el relámpago usando su bastón, desviando la magia del mago con una energía azulada. 

—¡Apártese! —gritó Johnson de repente. Alex obedeció sin chistar, haciéndose a un lado, aunque sin dejar de lanzar el relámpago. Johnson se acercó y, con un movimiento rápido, se frotó ambas manos, lanzando una fugaz y delgada llama hacia Kai-Kai. El pecho del semidiós se llenó de fuego y cayó al suelo. 

—¡Vamos! —gritó Johnson. Tanto él como Alex retomaron su marcha por el túnel, subiendo las escaleras de metal para así adentrarse a un pasadizo superior. El suelo y las paredes temblaban a causa del intenso combate marino entre la serpiente marina y la cecaelia, moviéndose entre los caminos subterráneos y repletos de agua de la caverna.

El fuego de Johnson no detuvo a Ka-Kai por mucho tiempo, pues este se apareció segundos después de que él y Alex llegaran a la mitad del nuevo túnel al que habían llegado. Johnson le arrojó otros tres fogonazos, pero ninguno logró acertar de nuevo en su cuerpo; con un movimiento rápido del cetro desvió todos sus disparos. 

—¡Atrás! —gritó Alex, colocándose delante de su amigo. Agitó la varita, invocando una pequeña daga en su mano derecha. 

—¿Qué piensas hacer con eso? —se burló Kai-Kai, señalando con el cetro la cuchilla de mago. 

Entonces, agitando una vez más la varita, iluminó a su daga con la luz roja de la Mano de Hefesto, extendiendo su hoja y engrosando la empuñadura, teniendo rápidamente entre sus manos una reluciente espada. 

—Ya lo verás —respondió Alex, sonriendo con picardía. 

Kai-Kai soltó un gritó de furia, dejando ver por un breve momento una lengua bípeda que se deslizaba entre sus puntiagudos dientes, lanzándose directamente hacia Alex, empuñando el cetro. Alex lo bloqueó usando la espada, sujetándola con firmeza para mantener a la serpiente-humana a distancia, desviando cada golpe que este le lanzaba con su bastón. 

Johnson, aprovechando su oportunidad, lanzó otra llamarada hacia el enemigo, desequilibrándolo en el combate, permitiéndole a Alex clavarle su hoja en el estómago. 

—¡YA! —gritó Johnson. 

Mientras Kai-Kai se intentaba librar de la espada clavada en su cuerpo, un grupo conformado por selkies y nereidas se apareció tras una capa de espuma y burbujas, cargando entre sus brazos barriles de diferentes tamaños cuyo contenido lanzaron hacia el hombre-serpiente, quien había sido abatido sobre el suelo tras otra  estocada que el mago le dio con el filo de su espada. 

—¿Qué es esto? —exclamó Kai-Kai desconcertado, encontrándose cubierto de pies a cabeza por aceite de foca. En cuanto estaba por ponerse de pie, una selkie se encargó de derribarlo lanzándole un barril a la cabeza, este rebotó en su frente y lo dejó de nuevo, tendido sobre el suelo de piedra. En ese preciso instante, Johnson hizo chasquear sus dedos, formando una pequeña llama, casi una chispa, que salió disparada hacia el hombre-serpiente. Su cuerpo entero se prendió en fuego al momento. 

—¿QUÉ ESTÁN HACIENDO? —gritó Kai-Kai, retorciéndose de dolor, sin poder levantarse—. ¿QUÉ ES ESTO? 

—Pueden irse —dijo Johnson a las nereidas y las selkies, quienes desaparecieron de la misma manera en la que habían aparecido. 

—¡Silencio! —gritó entonces Alex, lanzando un corte diagonal con su espada sobre el torso de Kai-Kai, quien siguió gimiendo y aullando por un dolor que no comprendía. 

—Agua… —dijo Kai-Kai con voz seca—. Necesito agua…

Johnson volvió a chasquear los dedos, formando otra llamarada que cubrió de nuevo y con intensidad el cuerpo ya incendiado de Kai-Kai.

—Verás, amigo mío —comenzó a decir Alex, manteniendo la punta de su espada dirigida hacia la frente del semidiós—. Sabíamos que no podíamos vencerle a puño limpio, ni siquiera con espadas o armas. Sin embargo, mi compañero tuvo la brillante idea de atacarle de la forma más sencilla, aunque no por ello menos inteligente. Un poco de aceite de foca mágico y algo de fuego son la combinación perfecta para deshidratar tu cuerpo. Originalmente pensábamos usarlo contra tu forma de serpiente, pero por suerte nos hiciste el favor de encogerte un poco… Y este espacio es demasiado estrecho para que la serpiente se arrastre, así que estamos solos. 

—MI YO EN SERPIENTE PUEDE QUE ESTÉ LEJOS, PERO DEVORARÁ A LA CECAELIA SIN DUDARLO. NO HAY NADA QUE PUEDAN HACER. 

De nuevo un chasquido de dedos y Kai-Kai se retorció todavía más, callando sus palabras. 

—Es posible —respondió Alex—, pero es contigo con quien tenemos nuestros asuntos. Si no quieres que mi amigo chasquee de nuevo los dedos, será mejor que nos digas dónde está el Hada Roja y su Refugio. 

—¡NO LO SÉ! ¡NO LO SÉ! ¡AHH!

—¿Cómo es que no lo sabes? Si hasta hace poco, cuando conversabas con Elisa, mencionaste que estabas en contacto con él. 

—¡PERO NUNCA FUE REAL! ¡NUNCA ESTUVE CON SU APARIENCIA VERDADERA! ¡ES UN UMIBOZU!

—¿Un umibozu? ¿De qué estás hablando? 

—¡ES UN ESPÍRITU DEL AGUA! ACORDÉ DE VERME CON ÉL EN LAS COSTAS DE DARVIR LUEGO DE TERMINAR EL ASUNTO CON ELISA, PERO NUNCA SUPE SOBRE LA UBICACIÓN DE SU REFUGIO O DE SU APARIENCIA MÁS PURA. NUNCA LE HE VISTO DIRECTAMENTE. 

—Umibozu, eh. Asumo que estará actualmente en las costas de Darvir, esperando por ti, ¿no es así?

—¡SÍ! ¡YA TE HE DICHO QUE ESE ERA NUESTRO PLAN! 

—Muy bien. Entonces podemos dar por terminada nuestra conversación. 

Alex alzó su varita, apuntando hacia el pecho de Kai-Kai. 

—¡BASTARDO! ¡NO LO HAGAS! 

¡Sparkio!

Las chispas causaron una gran explosión sobre el semidiós, incrementando las llamas sobre su cuerpo, dejándolo chamuscado, con la piel ennegrecida y su túnica hecha jirones. En cuanto el hombre dejó de retorcerse y gritar, las llamas se consumieron, dejando una masa de carne de forma humanoide yaciendo sobre el suelo, sin que de ella se pudiera distinguir rasgo alguno de su aspecto original. 

—¿Está muerto? —preguntó Johnson, acercándose lentamente hacia el mago. 

Alex contempló el cuerpo y le dio unas pataditas, a la espera de que reaccionara. 

—Eso parece —respondió el mago—. Vamos, ya tenemos lo que queríamos. Debemos socorrer a Elisa. 

Sin decir nada más, se pusieron en marcha, echándose a correr por el túnel, regresando poco después a la puerta de metal, atravesando su pasadizo mientras se tambaleaban por los temblores de la tierra hasta llegar de nuevo a la caverna. Sin embargo, en cuanto estuvieron de nuevo detrás de las piedras de sal, los temblores se detuvieron y la cueva quedó en un silencio absoluto. 

—¿Qué esta pasando? —preguntó Johnson, susurrando, temiendo que su voz fuera a escucharse en forma de eco y llamarla atención de la serpiente.

—No… No estoy seguro. 

Johnson se untó más arcilla inflamable en las manos mientras que Alex mantenía la varita en alto y firme, listo para lanzar cualquier hechizo. Entonces, la voz  de Kai-Kai resonó de forma brutal entre las paredes de la cueva, haciendo estremecer los cuerpos de los hombres con un intenso temblor: 

—PAGARÁN POR LO QUE HAN HECHO. LOS HARÉ SUFRIR. 

De repente, la cabeza de la serpiente emergió desde las aguas, con su sonriente boca repleta de sangre cuyas gotas, mezcladas con la saliva, caían desde las puntas de sus dientes. 

—¡Atrás, Johnson! —gritó Alex, pero antes de que pudiera agitar su varita, la mandíbula de Kai-Kai impactó delante de ellos, despedazando las rocas de sal y obligándoles a colocarse pecho tierra para esquivar el golpe. Johnson estaba por invocar de nuevo a las hadas del mar pero, tan pronto como pudo ponerse de pie, la serpiente remató azotando su cola contra una de las paredes de piedra, levantando polvo y rocas por doquier.

Alex se apresuró a conjurar un nuevo hechizo, lanzándole su rayo hacia la cabeza, tan solo logrando formar una diminuta quemadura en su frente que rápidamente sanó en cuanto Kai-Kai regresó al agua, dejando su cola descubierta para así impactarla repetidas veces contra el suelo, forzando al mago y a su compañero a ocultarse detrás de una gruesa columna que sostenía el techo de la caverna. 

—Necesitamos el aceite de foca —dijo Alex con voz agitada y jadeando—. De lo contrario no podremos hacerle ni una pizca de daño.

—Espere a que salga de nuevo del agua. Yo llamo a las selkies y a las nereidas y usted use su sparkio. ¿Entendido? 

Alex asintió y salió del escondite, lanzando relámpagos repetidas veces, iluminando la cueva como si una tormenta eléctrica se desatara en su interior, procurando mantenerse detrás de las rocas que rodeaban la laguna para evadir los ataques de la cola de Kai-Kai. De nuevo este se levantó, alzando su cabeza y mirando con su imperturbable sonrisa al mago. 

—¿QUÉ PIENSAS QUE ESTÁS HACIENDO? TU RAYO NO HARÁ NINGÚN EFECTO EN MÍ, NO MIENTRAS TENGA ESTA FORMA. 

—Tu exceso de convicción será lo que te terminará por matar, Kai-Kai. Escucha bien mis palabras. 

—¡TONTERÍAS! 

—¡Ya, Johnson! 

Alex no alcanzó a escuchar la voz de su amigo invocar la aparición de las hadas, sin embargo sí que a estas pudo verlas aparecer justo encima de la cabeza de la serpiente. Las nereidas flotando a su alrededor y las selkies colgandándose desde las estalactitas del techo de la cueva, todas cargando barriles repletos de aceite que dejaron caer sobre Kai-Kai. Él rugió de ira, pero antes de que pudiera devorar a cualquiera de las criaturas marinas estas ya habían desaparecido nuevamente. 

¡Sparkio! 

Las chispas hicieron su efecto, incendiando todo el rostro y parte del cuello de Kai-Kai, soltando pequeñas explosiones mientras este se retorcía, regresando de inmediato al agua. Alex vio entonces a Johnson abandonar el escondite de la columna y caminar hacia él. 

—¿Se encuentra bien? 

—¡Espere, Johnson! 

De repente, la serpiente se alzó de nuevo, saliendo disparada desde el agua, aún con algunas llamas cubiréndole el cuerpo y con las escamas llenas de marcas de aceite. Abrió la boca lo más que pudo, listo para devorar a los dos hombres, ellos retrocedieron, cayendo al agua mientras que Kai-Kai se aproximaba con rapidez, sumergiéndose al mismo tiempo. La varita del mago se desprendió de su mano tras la agitación, perdiéndose de vista.

Sin poder conjurar ningún hechizo, Alex, al igual que Johnson, no pudo hacer más que mover brazos y piernas para alejarse de la serpiente marina, aunque viéndose rápidamente superado por su velocidad, luciendo todavía más terrible que en el exterior al encontrarse rodeada de una azulada oscuridad, libre de sonidos, fría y húmeda. 

De pronto una acogedora y tenue luz los iluminó, proveniente desde el fondo del abismo marino, de un tono blanco y apariencia fantasmal. Alex detuvo su nado, estupefacto, volviéndose hacia Johnson quien se encontraba a su lado, señalando el inesperado fulgor de las profundidades. Johnson, comprendiendo lo que su amigo quería decir con su gesto, asintió con la cabeza y se apresuró a nadar hacia el fondo, sintiendo los pulmones a punto de estallarle al igual que Alex, quien le siguió el paso, teniendo a Kai-Kai detrás de ellos. 

Antes de que pudieran perder la respiración, la luz resplandeció con mayor intensidad, atrapándolos en una corriente de energía que los condujo hacia ella, encontrándose una vez más en el interior de la esfera de cristal. Habían aparecido rodeados de agua, con las prendas empapadas y tumbados sobre el reluciente suelo, con la inmensa serpiente apartada de ellos por unos cuantos metros, la cual miraba a su alrededor con aire de desconcierto. 

—ESTO NO ME DETENDRÁ —dijo mirando hacia Alex—. ¿QUÉ HARÁS ENTONCES SIN TU VARITA? YA NO TIENEN NADA.

—¡Atrás, repugnante bestia! —Johnson sacó su revólver, apuntando hacia el semidiós. Pero, en cuanto presionó el gatillo, descubrió que la humedad lo había estropeado, sin que saliera nada de su cañón más que un mediocre humo negro. 

Kai-Kai soltó una carcajada cargada de locura.

—NO HAY NADA QUE PUEDAN HACER. ESTÁN ATRAPADOS. NI SIQUIERA SUS ARTEFACTOS HUMANOS LES SALVARÁN. 

—¿Estás seguro? —le cuestionó Alex, manteniéndose de pie en postura firme, sin inmutarse por estar frente a frente con el semidiós—. ¿No has visto dónde estás? 

—NO ME IMPORTA EN QUÉ CLASE DE TRAMPA ME HAYAS METIDO, NO SERÁ SUFICIENTE PARA DETENERME. PREPÁRATE PARA…

El sonido de un trueno interrumpió el discurso de Kai-Kai, seguido de una intensa luz celeste que iluminó el interior de la esfera de cristal. Johnson sintió a su cuerpo erizarse, deslumbrado por el fuerte y espontáneo fulgor. Retrocedió un poco, cubriéndose los ojos con el antebrazo, logrando distinguir con los párpados entrecerrados la silueta de Alex rodeada de rayos eléctricos provenientes de todas direcciones. 

El mago entonces se movió a una velocidad fugaz, casi imperceptible, dirigiéndose directamente hacia Kai-Kai, con un puño en alto impregnado de la energía azulada que hizo impactar contra la mandíbula de la serpiente, haciendo al semidiós tambalearse y escupir una cascada de sangre negra desde su boca. Sin comprender bien qué había sucedido, rugió y empezó a arrastrarse, cuando de pronto otro golpe eléctrico cayó sobre su extremo izquierdo, derribándolo sobre el suelo, sintiendo a su cuerpo paralizarse. 

—¿Cómo es que no lo pudiste ver? —dijo una voz detrás de él. Kai-Kai volteó su entumecido cuello lentamente, sintiendo cada músculo retorcerse y encogerse en una dolorosa sensación. Ahí, encima de sus escamas, estaba Alex, encendido en una constante corriente de relámpagos que rodeaba su cuerpo—. ¿No viste dónde estamos, idiota? Es una esfera de cristal 

—¿CÓMO ES POSIBLE? 

Alex volvió a moverse rápidamente y le insertó otro golpe en la mandíbula, tirándole cinco dientes que salieron ensangrentados desde su boca, volviendo a colocarse encima de él. 

—Con varita o no, aquí soy veinte veces más poderoso. Las esferas de cristal amplían el poder mágico y funcionan como canalizadores, igual que una varita. En otras palabras, puedo usar este lugar para invocar magia más poderosa de lo que tú y yo veremos jamás. 

—¡ESO TE MATARÁ! ¡ES MÁS PODER DE LO QUE TU CUERPO HUMANO ES CAPAZ DE TOLERAR! 

—Ya lo veremos. 

Alex descendió de las escamas de Kai-Kai y le propinó otros cinco golpes. Sangre negra salió disparada por doquier tras cada impacto y el cuerpo del semidiós rápidamente se llenaba de quemaduras profundas. 

—¡BASTARDO! ¡TE MATARÉ! ¡TE MATARÉ! 

La serpiente agitó su cola, quitándose de encima Alex quien fue a parar justo al lado de Johnson, aunque sin resbalar o sufrir ningún tipo de daño a simple vista. 

—Su turno —le dijo a Johnson, agitando las manos y haciendo aparecer la luz roja de la Mano de Hefesto sobre el revólver de su amigo, el cual tomó la forma de un inmenso cañón metálico que, a pesar de su tamaño, a Johnson se le hizo fácil de maniobrar, apenas sintiendo el aumento de peso entre sus manos. Al presionar el gatillo salió disparada una ráfaga de balas esféricas que destrozaron parte de la cola del semidiós, dejando enormes agujeros sanguinolentos con pedazos de huesos al descubierto como resultado. 

—¡NO SE SALDRÁN CON LA SUYA! ¡LOS MATARÉ! 

Alex remató con una potente descarga de relámpagos sobre su cabeza. El calor empezó a consumir su piel, tornándose poco a poco en cenizas. Su mandíbula fue lo primero en desaparecer, seguido de sus demoníacos ojos, hasta que no quedó nada más que un oscuro polvo desparramado por el suelo. 

El mago se deshizo del hechizo y el revólver de Johnson regresó a la normalidad. Alex se puso de rodillas, sintiendo su cuerpo pesado y adolorido, pensando en una de las últimas palabras del semidiós: “ES MÁS PODER DE LO QUE TU CUERPO HUMANO ES CAPAZ DE TOLERAR”. Johnson corrió hacia él, guardando su arma en el bolsillo de sus pantalones. 

—¡Alex! ¿Se encuentra bien? 

—Sí… Sí… Estoy bien, tranquilo —Alex se puso de pie lentamente, apoyándose del antebrazo de su amigo—. Eso ha sido intenso.

—Sí que lo fue, pero creo que lo mejor será salir de aquí cuanto antes. El Hada Roja no tardará en enterarse de lo que sucedió y vendrá a buscarnos… Debemos prepararnos para enfrentarla y buscar un nuevo refugio mientras tanto. 

—Sí, sí. Dice usted verdad. Pero antes…. Antes hay que buscar a Elisa. 

—¡Oh, dioses! ¡Es verdad! ¿Pero cómo salimos de aquí? 

—Grite…. Llame a las nereidas. 

Johnson asintió, colocó sus manos alrededor de su boca y gritó: 

—¡¿Holaaa?! ¡¿Alguien que nos pueda sacar de aquí?! 

Casi al instante en el que habló, la misma puerta que habían visto durante su primera visita al interior de la esfera de cristal, se apareció delante de ellos. Al abrirse, una pequeña figura alada revoloteó en su dirección, rodeada de espuma y burbujas. Nix había vuelto, con los ojos repletos de lágrimas en forma de cascadas y más pálida de lo normal.

—¡Nix! —exclamó Johnson al verle—. ¡Has regresado!

—Le he fallado… —respondió la nereida, sollozando—. Le he fallado a Elisa… Debí haberme quedado con mis hermanas para ayudarles. ¡No tenía por qué haberme herido!

—Nix —exclamó Alex, con voz seca y casi apagada—. ¿Dónde está Elisa? 

—No se encuentra bien. Vengan. 

Atravesaron de nuevo el pasillo iluminado con antorchas azules, encontrándose poco después delante de la sala con las puertas que conducían a los dormitorios, descendiendo por la escalera de metal hasta llegar de nuevo a la caverna donde se había desatado el combate. Ahí, a la orilla de una costa llena de guijarros y piedras que colindaba con las aguas subterráneas, yacía el cuerpo Elisa, rodeado por un gran charco de sangre, con el vestido hecho pedazos y los tentáculos desgarrados por grandes mordidas. 

Alex y Johnson corrieron hacia ella tan pronto como la vieron, colocándose a su lado, retirándole de encima un mechón de cabello que reveló un rostro agotado, de ojos entrecerrados, con el labio partido y un hilillo de sangre saliendo de su comisura. 

—Elisa… —susurró Alex. 

—Intenté detenerlo lo más que pude —respondió la cecaelia, sin aliento—. Veo que han logrado vencerlo con la esfera… El combate se escuchó hasta aquí. Ha sido un movimiento valiente, pero tonto, Alex. Pudiste salir muy lastimado. 

—No se preocupe por mí, Elisa. Necesitamos salvarle a usted. 

Elisa negó con la cabeza. 

—No, ya es tarde para mí. Debo de irme. Ustedes salgan de aquí y vayan a buscar al Hada Roja. Por favor, váyanse. 

—¡No te dejaremos morir a solas! —gritó Johnson, en su rostro ya se deslizaban varias lágrimas. 

Elisa, en cambio, soltó una suave e infantil risa. 

—¿Es que no han aprendido nada mientras estuvieron aquí? Mientras haya viento, agua y tierra nunca estarán solos, ni mucho menos yo. Moriré en mi hogar, en calma. Ya casi ni siquiera siento dolor. No se puede pedir nada mejor. 

Elisa cerró sus ojos, sonriendo. 

—¡Elisa! —volvió a gritar Johnson—. ¡Por favor, no! 

El cuerpo de la cecaelia comenzó a deshacerse. Sus tentáculos se desprendieron, convirtiéndose en anguilas que se perdieron de vista rápidamente, nadando hacia las profundidades del agua. Su cuerpo se dividió en pequeños peces de colores que siguieron el mismo rumbo que las anguilas. Su cabeza tomó el aspecto de un cangrejo que comenzó a escarbar entre los guijarros hasta quedar cubierto debajo de ellos. Y, por último, sus cabellos se tornaron en un pequeño pulpo que se deslizó de forma escurridiza hacia el agua, echándose a nadar para hallar un nuevo rumbo. 

—Ya es tarde —exclamó Nix—. Se ha ido. 

Los dos hombres se pusieron de pie, mirando todavía el mismo sitio donde había muerto la cecaelia, sin hablar.

—¡Vamos! —insistió Nix—. ¡No podemos quedarnos aquí! 

Aunque todavía soltaba lágrimas, la nereida voló, dispuesta a salir de ahí cuanto antes. Sin embargo, ni Johnson ni Alex se movieron. Tras soltar un fuerte suspiro y respirar hondo, dijo: 

—Me tendrán que perdonar por esto. 

Entonces se acercó hacia los hombres y, usando el torrente de agua, los arrastró entre los caminos y pasadizos de la caverna, usando las pocas energías que les quedaban tras la devastadora muerte de la cecaelia para llevarlos de nuevo al exterior, a la orilla del mar bajo un cielo ya carente de oscuridad, con los colores del amanecer en su cenit. 

—Necesitamos ponernos en marcha —dijo de nuevo Nix—. El Hada Roja no tardará en volver. 

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Alex—. ¿La has visto? 

—No… Pero asumo que ya debe tenerlos en la mira sabiendo lo que han hecho con sus planes. 

—¿Por qué volviste? —preguntó esta vez Johnson—. ¿No habías salido hacia un nuevo refugio junto al resto de las criaturas? 

—¡Lo sé! ¡Pero fui una cobarde! ¡Debí haberme quedado a luchar en lugar de llorar! Pero llegué tarde… No pude salvarla…

Alex estaba tiritando y la nariz le empezaba escurrir, solando dos fuertes estornudos antes de ponerse a hablar. 

—Nix… Lo siento mucho.

La nereida voló hacia el mago y lo abrazó desde el pecho, sintiendo su corazón latir contra sus mejillas mientras se desmoronaba en lágrimas. En cuanto Alex notó que Nix se calmaba un poco, retomó sus palabras. 

—¿Dónde estamos? Hace mucho frío. 

El hada se apartó de él y miró alrededor. 

—La costa oeste del refugio —respondió—, justo en una costa de Holiand que se une con el mar de Darvir. Podría decirse que tenemos a ese reino delante de nosotros, aunque separado por unos treinta kilómetros de distancia. 

—Debemos dirigirnos hacia allá, Nix —afirmó Johnson—. ¿Crees poder llevarnos con el torrente? 

—A menos que quieran morirse de frío, supongo que sí. Ya de por sí mi agua es helada, imagínense aparecerse de repente en los bosques nevados de Darvir. Los tenemos justo enfrente, es lo que más nos queda cerca, una zona más alejada desgastaría considerablemente mi poder mágico; y aún pudiendo llegar, a los tres nos daría hipotermia. No estoy acostumbrado a las temperaturas de ese reino, los espíritus del invierno son fuertes ahí. 

—Pero necesitamos hacerlo —insistió Alex. 

—¿Es que no te has visto? —le respondió la nereida—. Estás resfríandote, ¡tú mismo me dijiste que estos cambios de temperatura no te vendrían bien!

—Mi salud no es importante ahora. ¡Debemos continuar! 

—No, Alex. Por el bien de todos nosotros, no solo el tuyo, debemos viajar como los dioses mandan.

—¿Y cómo sería ese tipo de viaje? —preguntó Johnson. 

—Hmm, bueno. ¿Recuerdan que les comenté sobre un anjana? Pues… para hacer que se dirigiera hacia el Reino de Darvir lo llevamos en nuestro barco que solemos usar para esas situaciones. Así que supongo que debería estar por aquí…

Nix sobrevoló la costa rápidamente de un lado a otro, paseando la mirada de forma apresurada por cada una de sus esquinas, frunciendo el ceño.

—No lo veo —dijo.

Alex y Johnson también inspeccionaron la playa con la mirada y, aunque no vieron señales de ningún navío, distinguieron dos oscuras siluetas en la cima de una lejana roca que les saludaban con unos pálidos brazos. 

—¿Quién anda ahí? —exclamó Johnson en voz alta. 

Las figuras se arrastraron lentamente hacia ellos, sin aparente intención de atacar. 

—¿Selkies? —exclamó Nix al reconocer a las siluetas que se acercaban—. ¿Qué hacen aquí? 

Las selkies, estando ya a una distancia cercana, no hablaron en un inicio, limitándose a mirar de arriba a abajo a los humanos con sus grandes ojos negros, como si no entendieran bien qué clase de criaturas eran aquellos quienes acompañaban a la nereida. Sin embargo, acto seguido, se pusieron de pie y se quitaron de encima sus pieles de foca, revelando unos cuerpos esbeltos y pálidos que, a pesar de su apariencia vulnerable, no aparentaban inmutarse por el helado clima de la costa, manteniéndose firmes y erguidos. 

—Les regalamos nuestras pieles —dijeron las selkies al unísono—, para que puedan protegerse del frío. Calientan más que un abrigo común, pero aún así les recomendamos evitar los resfriados y mantenerse cerca del fuego. Las tierras de Darvir son todavía más frías que las de Holiand. 

Las selkies entregaron sobre las manos de los hombres sus dos pieles, las cuales adoptaron casi sin que se dieran cuenta la apariencia de unos abrigos de piel de foca. Alex y Johnson se vistieron con ellos y dijeron a la vez:

—Gracias. 

Las selkies sonrieron. 

—El barco queda hasta la orilla del extremo izquierdo de la costa —dijeron—. Y, se los rogamos… No le hagan mucho daño.

—¿A quién? —preguntó Johnson—. ¿Al barco? 

—No… A quien ustedes conocen como Hada Roja… Ella es una familiar nuestra. Lejana y antigua, pero familiar al final de cuentas. No estamos de acuerdo con su reciente forma de actuar, pero procuren no lastimarle. 

Johnson cruzó su mirada con la de Alex quien continuaba tiritando, sin decir nada, manteniendo los brazos cruzados y la cabeza agachada, con el cabello revoloteando por el aire. 

—Hmm —continuó Johnson—. Haremos nuestro mejor esfuerzo . 

Las selkies hicieron una reverencia y se marcharon caminando de nuevo hacia la caverna, dejando a los dos humanos y a la nereida en el borde de la playa, con las olas rugiendo detrás de ellos y un cielo joven que les llamaba a emprender de inmediato su viaje. 


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