Capítulo XIV. La Dimensión Roja

—¡Johnson! —se escuchaba la lejana voz del mago entre un mar de tinieblas—. ¡Johnson! ¡Despierte, amigo! 

El hombre entreabrió los ojos, permitiendo que la luz escarlata fuese lo primero que inundara su mirada, como si se encontrara en un espacio únicamente definido por aquel color. Después, la silueta de Alex se hizo visible; lo miraba por encima de él, con un rostro preocupado y el cabello pelirrojo agitándose con una suave brisa. Johnson no tardó en percatarse de que se encontraba tumbado sobre un suelo frío y negro, teniendo al inicio la sensación de que, debajo de él, no había nada. 

El mago le extendió una mano que él, de buen agrado, aunque todavía extrañado y somnoliento, aceptó, incorporándose bajo la luz rojiza. Vio que, junto a ellos, también se encontraban Lina, Gunnarr y Lady Charlotte, a quien le hacía compañía su capitán al igual que el resto de sus limitadas tropas. Todos miraban con el mismo aire de desconcierto el extraño mundo al que habían llegado. Por encima de ellos, un techo en forma de una caja torácica los cubría, de la cual la luz escarlata emanaba, cubriéndolo todo como si fuera el cielo. Sobre la superficie fría y oscura se alzaban estructuras sombrías, edificios de formas retorcidas en cuyas ventanas se vislumbraban formas de diferentes complexiones moverse, soltando gritos, rugidos y golpeando unos barrotes metálicos que les impedían salir de sus estancias. 

—Esto es… —comenzó a decir Johnson, quedándose sin palabras—. ¿Qué es este lugar? 

—Creo que nos encontramos en el Refugio del Hada Roja —respondió Alex con voz trémula—. Siempre estuvo junto a ella, y no pudimos darnos cuenta. 

—Quiere decir… El caballo… 

—Sí, Johnson. Aquí es donde ha guardado a todos los seres mágicos. Ha usado su terrible magia para contenerlos en este lugar. 

—Pero… Eso es… Eso es…

—¿Imposible? No lo creo. En un mundo donde abunda la magia las cosas rara vez son imposibles, y sin embargo esta siempre logra sorprendernos. 

—Imposible o no —interrumpió de repente Lady Charlotte—, debemos de buscar la manera de salir de aquí y, de paso, liberar a las criaturas que están encerradas. No parecen estar muy felices ahí en sus celdas. 

—¡Miren allá! —exclamó Lina, señalando con su espada, la cual todavía conservaba su usual brillo amarillo, hacia adelante, donde una silueta vestida con túnica caminaba hacia ellos sobre el negro suelo. El Hada Roja se había aparecido también en el Refugio y entre sus manos cargaba una pequeña jaula donde un alado ser revoloteaba de un lado hacia otro, sin poder escapar de su encierro. 

—¡Nix! —exclamó Johnson al verla. 

La nereida pasaba la mirada con paranoia de su captor hacia sus amigos y de sus amigos hacia su captor, sin decir ni una palabra, abrumada por un agudo y paralizante terror. 

—No se preocupen por su querida nereida —dijo el Hada Roja—. A ella no le haré nada a pesar de que su líder me traicionó. En cambio ustedes permanecerán en las fauces más profundas de este lugar para siempre, castigo que considero de lo más benevolente tomando en cuenta lo mucho que me han hecho enfadar. 

—¡No dejaremos que nos dejes aquí y hagas pedazos mi pueblo! —sentenció Lady Charlotte—. ¡Espera a que lleguen los magos del rey y verás! 

El Hada Roja se encogió de hombros y miró a la gobernadora con aire indiferente. 

—¿Crees que habría hecho esto de no haberme encargado de ellos antes? —respondió—. Los intercepté antes de llegar al pueblo. Tardarán en recomponerse, y una vez que estén listos para partir yo ya habré terminado con ustedes.

Charlotte avanzó un par de pasos, interponiéndose entre el grupo y el hada, alzando los brazos y su espada para invocar las brisas. Sin embargo, nada acudió a su llamado, ni un viento gélido y ni un rayo congelador. Su magia se había obstruido. 

Desconcertada, se colocó de nuevo junto al mago. 

—Mi magia no funciona —le murmuró al oído—. No sé qué está pasando.

—El polvo de hadas no parece poder penetrar este lugar —respondió Alex—. Esta dimensión dentro del caballo forma una barrera con todo lo que esté en el exterior. Si no usamos magia de dinastía no hay nada que podamos hacer para hacerle frente. 

—Pero tú también usas magia feérica, ¿no es así? 

Alex negó con la cabeza, guardando la varita en sus pantalones.

—¿Te mencioné que tengo antepasados que fueron hadas en su tiempo? —respondió. Acto seguido, se quitó la gabardina de cuero roja—. Lo que significa que todavía puedo emplear algo de magia sin depender del polvo de hadas, usando solo la que se encuentra dentro de mi cuerpo. 

—¡Alex! —intervino Johnson de repente—. ¿Qué esta haciendo? ¿No dijo que eso podría matarle? 

—En efecto, mi buen amigo —respondió Alex—. Mi cuerpo, por desgracia, no esta hecho para canalizar todo el poder que contiene dentro de él. Pero, viendo la situación en la que estamos, no tenemos más opción. Escúcheme bien, Johnson, necesitamos que vaya usted al exterior. El Hada Roja no tiene entre sus manos su cetro, por lo que posiblemente siga ahí afuera. Cuando lo encuentre, destrúyalo, eso nos librará de este lugar seguramente. 

—Pero… Alex… ¡No puedo dejarle a usted combatirlo en este estado! ¡Se lastimará! Además… ¿Cómo quiere que salga de aquí? 

—Eso déjemelo a mí —el mago se volvió hacia la gobernadora—. Ahora, milady, será mejor ponernos en marcha, pues se nos acaba el tiempo. 

—¡Alex! —gritó Johnson, pero ya se había hecho tarde. Alex caminó con decisión hacia el Hada Roja, que aún sostenía entre sus dedos la jaula con Nix en el interior. Al ver al mago aproximarse, los ojos de la nereida resplandecieron, agitando las alas con esperanza. 

—Déjala ir —exclamó Alex con fuerza. Sus cabellos rojos comenzaban a erizarse mientras que un fulgor celeste despertaba lentamente dentro de sus pupilas—. Esta no es su batalla. Nunca lo ha sido.

El Hada Roja frunció los labios, con la quemadura causada por Johnson la mueca se volvía retorcida, mostrando pedazos de músculo blanco que colgaba desde un extremo de su mejilla calcinada. Apretó la jaula y esta se tornó en cenizas, liberando a la pequeña criatura que voló envuelta en burbujas para reunirse con sus compañeros. 

Lina se aferró con fuerza a su espada brillante, al igual que  Charlotte, y Gunnar invocó sus rayos rosados que brillaron sobre las palmas de sus manos. Johnson, en cambio, permaneció justo detrás del mago, mirándolo con ojos empañados de humedad mientras percibía la intensa electricidad que comenzaba a recorrer  el cuerpo de su amigo.

—Apártese, Johnson —ordenó Alex—, y espere a mi señal.

—¡Ustedes no tienen idea de lo que están haciendo! —interrumpió el Hada Roja—. ¡Estoy aquí en nombre de todas estas criaturas para defenderlas! ¡Para darles un refugio digno! 

—Muchos de ellos no te pidieron estar aquí —respondió Alex. Su voz se había vuelto ronca y grave—. Los has encerrado a la fuerza, y nosotros los liberaremos. 

—Ya lo veremos. 

Alex avanzó hacia el hada con un movimiento fugaz, envuelto en relámpagos y estallando golpes explosivos que la criatura apenas lograba detener, defendiéndose con ráfagas de magia escarlata, sintiendo en cada impacto un electrizante choque que entumecía su cuerpo. 

Desde el fondo del terreno hecho de piedra lisa, se oyeron rugidos siniestros y emergiendo desde la luz rojiza un batallón de goblins y ojáncanas se dirigieron a grandes y precipitados pasos hacia el ejército de Lady Charlotte y sus aliados. 

—¡Adelante! —gritó ella, apuntando al frente con su espada—. ¡Disparen! 

Las tropas descargaron sus rifles contra las bestias que se les aproximaban, derribando con facilidad a la primera fila de goblins, pero entrando en conflicto en el momento en el que los ojáncanas comenzaron a recibir sus disparos, que se deshacían al hacer contacto con su gruesa piel o tan solo lograban formar pequeños agujeros. Gunnarr se les adelantó, sosteniendo su par de dagas envueltas en la luz rosada y, en forma de un salvaje torbellino, cortó y despedazó a las bestias que tenía delante, salpicando el suelo de sangre con cada tajo que arrojaba. Lina se le unió, blandiendo la espada, rebanando y cortando a su lado, moviéndose con una agilidad notablemente inferior, pero lo suficiente como para evadir y despistar a las criaturas. 

Alex, en el fondo y en forma de un furioso relámpago, continuaba atacando, sin dejarle espacio al hada para defenderse. Envuelta en su rayo emprendió el vuelo, manteniéndose alejado del mago por un instante y respirando de forma entrecortada. 

—Te terminarás matando sin tu varita —le dijo a Alex. 

—Ya lo veremos —el hechicero dio un potente salto, elevándose del suelo, acertando un golpe en el rostro del hada, para después caer de nuevo sobre el suelo oscuro, justo al lado de donde se desembocaba la batalla. Johnson estaba ahí, de pie con una lanza en mano de un goblin que había caído, mirando alrededor confundido, sin saber a qué pinchar con su arma. 

—¡Johnson! —gritó Alex, sacándole un buen susto a su compañero—. Escúcheme bien; si lo que sospecho es verdad, hay una manera sencilla de salir de aquí, aunque solo de manera temporal. En cuanto la vea necesito que vaya devuelta al pueblo de Charlotte y  busque el cetro con la piedra filosofal. Cuando lo encuentre, destrúyalo. ¿Me escuchó? ¡Destrúyalo! No puede estar lejos, pues el hada necesita tenerlo cerca para no reducir su poder. Es posible que lo tenga el caballo, ¿me entiende? ¿Me escuchó? 

—¡Sí, Alex! ¡Lo he escuchado! ¿Pero qué será de usted? ¿Qué va a hacer? 

—¡Seguir luchando, Johnson! ¡Seguir luchando! ¡Y ahora búsquese un lugar seguro y espere a mi señal! 

Alex desapareció en un abrir y cerrar de ojos, lanzándose nuevamente hacia la carrera para combatir con el Hada Roja, dejando al hombre con su lanza en medio del campo de batalla; vio al mago elevarse por el cielo y lanzar una ráfaga de poderosos relámpagos que el Hada Roja desvió usando la magia escarlata, contraatacando con un fuerte rayo que lo derribó detrás de una de las estructuras negras, perdiéndose de vista. 

—¡A un lado! —gritó una voz de repente. 

Johnson cayó de pronto al suelo. Por encima de él distinguió a Gunnarr, haciendo pedazos al goblin que lo había derribado con sus dagas; este cayó al suelo con la lengua de fuera y los ojos en blanco, justo al lado de Johnson, quien retrocedió moviéndose por el suelo, incorporándose casi de inmediato. 

—¿Te encuentras bien? —le preguntó el anjana. 

Johnson inspeccionó su cuerpo, en busca de heridas. 

—Sí, eso creo —respondió—. Nada más me ha empujado. Con mucha fuerza, pero solo me empujó. 

—¿Dónde está Alex?

—Lo vi caer por ahí —Johnson señaló el edificio oscuro por el que el mago había desaparecido—. Iré a buscarlo. 

—¡No! —exclamó Gunnarr, colocándose de frente justo cuando el hombre estaba por emprender la marcha—. Tú quédate aquí y procura mantenerte lejos de la batalla. No tienes el poder de enfrentarlo. 

Acto seguido, se movió envuelto en su luz mágica rumbo al edificio señalado por Johnson, mientras que él, sosteniendo su lanza, se colocó detrás de una fila de columnas que sostenían una de las sombrías estructuras y escudriñó sus alrededores, a la espera de que el mago se volviera a aparecer, combatiendo de nuevo al lado del anjana, sin haber perdido la vida durante su caída. 

—Vamos, vamos —exclamó, aferrándose con fuerza a la lanza—. ¿Dónde estás, Alex? 

De pronto, sintió un suave revoloteó junto a su oreja derecha al que una delicada voz que le siguió: 

—¡Johnson! ¿Qué estás haciendo? 

Nix volaba a su lado, moviendo su cabeza continuamente para no perder de vista el campo de batalla. 

—¡Chsst! —le respondió, llevándose un dedo a los labios—. ¡No me pueden descubrir! ¡Estoy esperando la señal de Alex! 

—¿Señal? ¿Qué señal? 

—¡Eso es lo que estoy esperando! 

Desde la esquina oscura por donde el mago había ido a parar surgió una explosión rosada y roja, seguida de una serie de relámpagos que centellearon por el aire. El Hada Roja volvió a aparecer en el campo de visión de Johnson y tras ella iba Gunnarr, lanzando rápidos tajos con sus dagas que el ser bloqueaba formando pequeños escudos de energía escarlata. Alex emergió de las sombras poco después y, con unos ojos electrizantes, miró a Johnson a distancia. Asintió. Y el hombre, entendiendo su mensaje, asintió en respuesta. 

De repente, alzó su brazo hacia el fondo de la sombría dimensión, ahí donde el camino negro terminaba, y su voz en se hizo oír con la fuerza de un trueno:

—¡SHEKET!

Un rayo blanco y cegador emergió de su mano y se movió en línea recta hasta desenvolverse en una silueta clara y reluciente, topando con el fondo de las tinieblas, lejos del Hada Roja y el campo de batalla. 

—¡RÁPIDO, JOHNSON! 

Jack Lewinson Johnson corrió tan rápido como sus piernas y su condición física le permitieron, arrojando la lanza al pasar junto al anjana y al Hada Roja, sorprendiendose al percatarse de que había logrado acertarle a esta última en el rostro, pero sin detenerse para comprobar si había logrado hacerle daño alguno. Sin embargo, la salida todavía se encontraba lejos y tenía la sensación de que, con cada paso que daba, se alejaba en lugar de acercarse. 

Una corriente lo envolvió de pronto, en un inicio creyendo que lo había alcanzado algún tipo de proyectil mágico, pero aliviándose al sentir la frescura del agua y la espuma, escuchando de nuevo la voz de la nereida a su lado: 

—¡Prepárate! —exclamó Nix. 

La luz blanca los envolvió y desapareció detrás de ellos. Sintieron el aire el helado acariciar otra vez sus rostros y contemplaron durante un breve instante un cielo que poco a empezaba a esclarecer. Habían aparecido en la misma calle por la que habían combatido antes de ser tragados por el oscuro caballo, al cual encontraron justo delante de ellos, con los ojos rojos encendidos en rabia e inclinando la cabeza, sosteniendo el cetro de la piedra filosofal con los dientes.

Nix sobrevoló por encima de Johnson, se interpuso entre ambos e invocó una ráfaga helada que lanzó hacia el animal, congelando su hocico con una capa de nieve y hielo. El caballo se retorció e intentó relinchar, pero ningún sonido salió de su boca.

—¡Nix, por aquí! —gritó Johnson. 

La nereida volvió su mirada hacia él. Una pseudoquimera con patas de ave, cuerpo de murciélago y aguijón corría rumbo al hombre, agitando las alas sin tener éxito en volar. De nuevo lanzó otra corriente helada que impactó en sus amarillos pies, haciéndole deslizar sobre el suelo de la calle, estampándose contra él tras soltar un gutural rugido. 

Johnson observó con más detalle el pueblo, no tardando en hallar lo que buscaba. Justo en el borde del callejón por donde las tropas de Charlotte habían abatido a los goblins, una espada negra y con filo en forma de sierra, perteneciente a alguno de las bestias fallecidas, estaba clavada sobre un montículo de nieve, casi como si estuviera a la espera de ser sujetada de nuevo. El hombre corrió hacia ella y la blandió, apresurándose a regresar con la pseudoquimera muerciélago, clavando la hoja en su cuello, dejándola muerta al instante. 

La escarcha y la nieve del caballo oscuro se derritieron y se escuchó al animal relinchar, galopando hacia ellos, todavía con el cetro entre los dientes. 

—¡Atrás! —gritó la nereida, colocándose delante de Johnson. Usando su torrente, envolvió a la sombría bestia en agua, arrastrándola primero sobre el suelo de adoquines de la calle, luego elévandola por el aire, sacudiéndola de un lado hacia otro, para después rematar estrellándola repetidas veces sobre las fachadas de los edificios del pueblo. 

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Johnson, mirando las piruetas que el caballo daba sobre el aire, impulsado por la corriente. No se le veía muy contento.

—¡Tenemos que hacer que suelte el cetro! —respondió Nix entre jadeos y forcejeos, sin soltar al animal.

Johnson miró hacia el suelo y se acercó hacia otro montículo de nieve. Se apresuró a tomar un poco de ella y formó una bola con sus manos. 

—¿Crees poder darle impulso a esto? —le preguntó a Nix, señalando la esfera con un dedo—. Necesito que le duela en serio. 

La nereida intentaba mantener el control del animal para evitar su huída, impidiéndole tocar el suelo o lanzar algún ataque con su bastón de metal y la piedra filosofal, soltando quejidos y jadeando. Lentamente, extendió un brazo tembloroso hacia Johnson y lanzó un halo de luz fría que cubrió la bola de nieve, dotándole de un fulgor brillante y cargado de energía. El hombre, tan pronto como volvió a sentir la magia en sus manos, arrojó la bola de nieve, acertando en el hocico del caballo. La bestia rugió y, tras recibir el impacto del proyectil, que estalló en cientos de pedazos de escarcha, todavía forcejeando por librarse de la corriente de Nix, dejó caer el cetro sobre el suelo de piedra. Un último y poderoso chorro de agua lo envió hacia el lado contrario de la calle. 

El caballo cayó fuertemente sobre la piedra, incorporándose poco a poco, confuso y dolorido tras el ataque. Johnson soltó su espada y corrió hacia la vara de metal, sin darle la oportunidad al animal de cabalgar hacia él. La sujetó con ambas manos, igual a como había mantenido con fuerza la lanza goblin, con la brillante y rojiza piedra filosofal apuntando hacia el cielo. Soltando un fuerte grito cargado de valor, hizo impactar la gema contra los adoquines, partiéndola en pedazos al primer golpe, dejando únicamente el cetro de metal inútil y vacío, carente de magia. 

Dirigió su mirada al caballo, con ojos desorbitados y el rostro empapado de sudor. Su corazón latía con fuerza e incómodo dolor recorría sus brazos, palpitando en sus articulaciones. El animal se había quedado quieto, sin siquiera parecer estar respirando. De repente, comenzó a deshacerse; su pelaje se convertía en delgados hilos que se desvanecían en el aire, poco a poco no quedando más que sus cuatro patas, hasta perderse también en el viento, seguidos de una potente luz carmín que emergió desde el mismo punto donde el caballo había permanecido en pie. 

Un sonido desgarrador, compuesta por el llanto de cientos de bestias, partió el ulular del frío viento y, desde la misma luz, una tormenta de fuegos fatuos rojos salió disparada, elevándose por el aire hasta desvanecerse, en momentos tomando la forma de serpientes aladas, duendes, hadas, mantícoras y toda clase de criaturas, hasta perderse en la luz de un amanecer que empezaba a esclarecer. 

Charlotte fue la primera en emerger del brillo escarlata, cayendo sobre el suelo con su reluciente espada entre manos, seguida de sus tropas, más tarde apareciendo Alex y Gunnarr. El grupo, tras un breve instante de perplejidad en el que sus ojos se acostumbraron poco a poco a la nueva luz del sol, se incorporó, a excepción de Alex, quien permaneció en el suelo, arrastrándose hacia la orilla de la calle, dejándose reposar sobre una cama de nieve. 

El ejército de Lady Charlotte se había reducido únicamente a tres hombres, entre los que se encontraba todavía el capitán. La triada permaneció en alerta junto a la gobernadora, con el anjana delante de ellos, todos contemplando la luz escarlata aún viva sobre el suelo, aunque perdiendo poco a poco su brillo. Unas manos de aspecto huesudo y  pálido se aparecieron, aferrándose al suelo de adoquines para arrastrarse fuera de la dimensión menguante; la túnica roja del hada estaba hecha jirones y tenía señales de haber sido consumida por una potente energía, ennegrecida y aún incandescente. 

—Apártense —la voz de Johnson se escuchó con fuerza en el ambiente. Lo vieron avanzar sujetando otra vez su espada con el filo de sierra, caminando decididamente hacia el Hada Roja, que ya había logrado emerger por completo, con la luz mágica por fin consumida. Miró su rostro; su quemadura aún estaba ahí, aunque atenuada por un largo y profundo corte que había dividido la mitad de su cabeza. De semblante no quedaba más que un ojo magullado e inyectado de sangre que lo miraba de vuelta empañado de lágrimas. Desde la herida que lo había deformado el rostro se había encendido una intensa llama roja. 

—No teníamos que llegar a esto —dijo con su voz dividida en dos ecos—, y ustedes lo saben bien. Solo queríamos crear un lugar seguro y…

Johnson, con las manos bien aferradas a su espada, sin sudar y sin sentir frío o calor, de un solo tajo partió por la mitad la cabeza del Hada Roja. Dos fuegos fatuos salieron volando hacia el cielo y entre las calles del pueblo se escuchó el aullido de las pseudoquimeras restantes de la batalla, que corrieron en pos de las pequeñas llamas rojas, volviendo a las sombras del bosque. Las dos llameantes almas se elevaron alto. Muy alto. Como dos pequeños globos rojos perdidos en el viento, hasta desaparecer de la vista de Johnson. 


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