Capítulo III. Lo que el Fantasma Perdió

El mago por fin sacó su varita, apartando a un cangrejo que estaba por pellizcarle su bota con una patada. 

—Lo siento, capitán —le dijo a Iker—. Pero me temo que esto regresará a los cangrejos al agua —. Seguido a eso, apuntó la varita hacia el suelo y gritó—. ¡Explosionem! 

Los crustáceos salieron disparados hacia el aire, cayendo por la borda del barco e impactando uno por uno contra el agua, volviendo a su hogar. La sirena, sin embargo, continuaba merodeando por ahí, entonando un ligero lamento mientras le daba vueltas al buque.

—¡Haga algo! —gritó Iker a Alex, señalando con el dedo extendido hacia la criatura. 

—Un momento —respondió el mago, manteniendo su varita firme entre sus manos, apuntando hacia el cielo, esperando a tener el ángulo perfecto para disparar. Una vez que la sirena se colocó en la posición que deseaba, exclamó—. ¡Sparkio! 

Las chispas rojas impactaron contra el pecho de la sirena, que cayó de nuevo en el compartimento del buque soltando un grito agudo. Alex se precipitó sobre la plataforma y cayó justo al lado de la criatura que había quedado inconsciente tras el golpe. Invocó una cuerda que salió disparada desde la punta de su varita y la ató de nuevo, dejándola inmóvil. Entonces, conforme veía que se recuperaba de su ataque, el mago  habló en una lengua que tanto Johnson como Iker desconocían, y la criatura lo miró con aire de comprensión. Después de intercambiar unas palabras en dicho dialecto, Alex hizo aparecer un cuchillo en su mano derecha y cortó sus ataduras. 

—¿Qué está haciendo, Alex? —dijo Iker con enfado y sorpresa, pero ya era demasiado tarde. La sirena extendió sus alas emplumadas y emprendió el vuelo aunque, para sorpresa del capitán, no atacó ni hirió a nadie, perdiéndose en el aire después de unos segundos. 

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Johnson mientras ayudaba a Alex a subir de nuevo a la proa del barco—. ¿Qué le dijo? 

—Mi presa principal parece haber estado en las aguas de Londinum y Holiand recientemente. Ha alterado a las sirenas con su presencia, pero ya le he dicho a nuestra amiga que no hay nada de qué preocuparse. Vamos por buen camino.

Iker le miró confundido, volteando su mirada hacia el cielo durante unos segundos para comprobar que la sirena no regresara para atacar.

—Eh… Sí, supongo —respondió—. ¿A dónde desea que le lleve esta vez? Que no sea muy lejos, eh. 

—No, nada lejos. A Holiand, si no es mucha molestia. 

—No, no es ninguna molestia. Zarpemos de una vez para llegar lo antes posible. 

—¿Nos prestaría un par de camarotes por unas cuantas horas? Hemos tenido un día agitado y debemos recuperar fuerzas para cumplir nuestra misión. 

Iker asintió y los envió hacia los camarotes del barco mientras su tripulación regresaba a la proa para poner el navío en marcha. Mientras avanzaban por un camino estrecho y tambaleante, Johnson le decía a Alex: 

—Parecería como si en el momento en el que llega usted el capitán Iker pierde por completo su autoridad dentro del barco. Casi le estaba dando órdenes. 

—Bueno… Es que el capitán Iker es un buen amigo mío. Aunque parece algo cascarrabias a simple vista, la verdad es que nunca me ha negado un aventón a alguna isla o ciudad cercana desde que colaboramos juntos para eliminar al Holiandés Errante. Él nos ayudó a mí y a mis camaradas a encontrarlo y, como podrá notarse, de vez en cuando me pide que le ayude con criaturas marinas hostiles. 

—¡Vaya! Se nota que usted ha vivido muchas aventuras. 

—Oh, sí. Y ya verá cuando lleguemos a nuestro destino. Capturar un fantasma es toda una odisea. 

Cada uno se encerró en un camarote individual y apenas notaron cuando el barco de vapor se puso en movimiento, pues habían quedado dormidos tan pronto como sus cabezas se acomodaron sobre las almohadas. 


—¡Despierte, Johnson! —decía el mago, agitando el hombro de su compañero—. ¡Hemos llegado! 

Johnson bostezó y se incorporó, poniéndose su sombrero y acompañando a Alex a la proa del barco. Les recibió la tenue luz de un bello atardecer, con el sol ocultándose en el borde donde se unían el cielo y el mar. Delante de ellos veían el puerto de Holiand acercarse poco a poco y no dijeron ni una palabra hasta que estuvieron aparcados en él. 

El capitán Iker estaba de pie en la proa, contemplando el paisaje mientras se aproximaban. Se volvió hacia sus pasajeros y dijo con voz ronca: 

—Bienvenidos a Holiand. Espero que hayan podido descansar apropiadamente. 

—Muchas gracias, capitán —dijo Alex, preparándose para descender. 

—No hay de qué —contestó Iker, haciendo ademán para que bajaran de una vez de su barco. 

Alex y Johnson se echaron a andar por el muelle, cruzándose con marineros y tripulantes bajo la tenue luz del atardecer. El mago se acercó a uno de los encargados del puerto y solicitó un carro que los llevara hacia el número 43 de la Provincia Kingston. 

—Vaya, ¿está seguro? —dijo el encargado—. Eso queda al otro lado de Holiand, llegará usted con la noche encima. 

—Sí, estoy muy seguro —contestó Alex—. ¿Por qué lo dice? ¿Tiene algo de malo la noche? 

—En circunstancias normales, le diría que no, que hay una buena variedad de clubes nocturnos que ustedes pueden visitar sin problema. Sin embargo, estos últimos días han sido algo… extraños. 

—¿A qué se refiere con extraños? 

—Se han reportado desapariciones tanto de objetos como de personas, sombras que acechan en la oscuridad… Y luces rojas que aparecen de la nada. Sé que suenan a cuentos para cautivar a los turistas, pero créame cuando le digo que yo mismo he visto esas luces, y no me gustaría volver a estar ahí si es que aparecen de nuevo. 

Alex frunció el entrecejo y bajó la mirada. 

—Tomaremos nuestros riesgos —respondió a regañadientes—. Ordene el carro, por favor. 

—Sí, señor. Como usted diga. Una disculpa. 

El encargado pasó a retirarse y diez minutos después un carro de vapor apareció al lado del muelle, sobre una calle de tierra rojiza y exhalando humo desde su chimenea. Alex y Johnson entraron y el vehículo comenzó a moverse, avanzando por la terracería con un fuerte traqueteo. 

—Habrá que mantener los ojos bien abiertos, Johnson —indicó Alex—. Parece ser que las cosas en Holiand no andan bien. 

—¿Usted cree? ¿A qué se refería el encargado?

—Por lo que yo puedo interpretar, algo que ha hecho que las criaturas fantásticas de Holiand se desequilibren. Similar a lo que sucedió con los ojáncanas en Londinium. Ya había podido notarlo durante el camino… La sirena que encontró el capitán Iker estaba muy asustada. Pero lo que mencionó aquel hombre sobre los relámpagos rojos… No me da un buen presentimiento. 

—¿Pero qué pudo haber sido? ¿Qué es lo que está ahuyentando a las criaturas? 

—Nada bueno, Johnson… Nada bueno. 

No dijeron nada más durante el trayecto, manteniendo sus ojos puestos en el horizonte donde la noche ya comenzaba a caer. Atravesaron la carretera principal de Holiand, cruzándose con muy pocos carros de vapor y sin ningún peatón a la vista. De vez en cuando distinguían desde lejos las luces provenientes de ventanas y pórticos de casas granjeras de las que llegaban ocasionalmente ladridos y mugidos, sin embargo, a excepción de dichos efectos de la noche, su camino era silencioso y solitario. 

Transcurrió hora y media de viaje hasta que se adentraron en un camino rodeado por árboles y rejas de metal que los condujo hacia la lujosa Provincia Kingston, un campo bien cuidado con caminos de adoquines iluminado por refinados faroles, repleto de mansiones de madera y decorado con flores y estatuas. Desde el cielo comenzaban a vislumbrarse los primeros señuelos de una tormenta venidera, relámpagos relucían entre las nubes, aún sin emitir ningún trueno, pero en constante movimiento mientras una ligera llovizna caía sobre la zona residencial. 

Llegaron entonces al número 43, una casa oscura de tres pisos rodeada por una reja de metal (similar a la que rodeaba los caminos de Kingston), con un amplio patio delantero y una única ventana reluciente  en la planta baja que indicaba que los dueños de la vivienda estaban despiertos. 

Alex hizo aparecer un puñado de monedas en su mano y se las entregó al conductor. Este le agradeció y partió bajo la lluvia una vez que ambos pasajeros descendieron del carro de vapor, contemplando la casa que inspiraba un aire siniestro al verse iluminada brevemente por las luces de los relámpagos. 

—En marcha, Johnson —dijo Alex—. No hay tiempo que perder. 

Abrieron la compuerta de la reja y caminaron por el patio hacia el pórtico. El mago tocó la puerta y esperó a que le respondieran. 

—¿Quién? —dijo una joven voz masculina tras unos segundos. 

—Hola. Somos Alexeí Watson y Jack Lewinson Johnson, hemos venido por el anuncio del periódico. ¿Todavía requieren de los servicios de un mago? 

—Oh, no. Me parece que está equivocado. No hay fantasmas aquí. Fue un error del periódico. Por favor, váyase.

Escucharon unos pasos y vieron la luz de la planta baja apagarse. Después, de nuevo la voz del joven:

—Váyanse por favor, o llamaremos a la policía. 

Alex retrocedió unos pasos. 

—Qué curioso —dijo en voz baja a Johnson—. En el periódico daba la impresión de que estaban desesperados por conseguir a alguien que les ayudara. 

—Quizá fue un error, o algún tipo de broma. 

—No estoy muy seguro… Venga, sígame. Inspeccionemos el patio. 

—¿Está seguro? ¿No dijo que iba a llamar a la policía si seguíamos aquí? 

—Bueno… No tienen porqué enterarse que seguimos aquí. Además este asunto no pinta nada bien y debemos intervenir nos guste o no.

Se movieron entre las sombras del patio bajo una lluvia que aumentaba su intensidad con cada segundo que transcurría, iluminados intermitentemente por las luces del rayo. Se mantenían inclinados y cabizbajos para evitar ser vistos a través de las ventanas de la planta baja, caminando con cuidado sobre un suelo que comenzaba a enlodarse. Siguieron entonces un camino de piedra que descendía por el lado izquierdo del patio delantero, descendiendo por una escalinata que los condujo a una pequeña terraza con un lago en el centro y una capilla de madera blanca. 

De repente, Alex se arrodilló sobre el suelo y sacó su varita, tocando algo suave y parecido a tierra que había entre la piedra que conformaba al camino. 

—Cenizas —exclamó—. Hay cenizas. 

—¿Eso significa algo para ti? 

—Sí… De hecho sí… Y no me gusta. Pero hay algo en el agua, ¿lo puedes ver?

Johnson centró su mirada en las oscuras aguas del lago que parecían titilar con cada gota que caía sobre él; se acercó un poco, pues no lograba distinguir nada fuera de lo ordinario. 

—No se acerque demasiado —le advirtió Alex—. Yo me encargo. 

Apuntó su varita al agua y dijo casi susurrando: 

¡Sparkio!

Una esfera de chispas impactó contra el lago, formando un gigantesco chorro de agua que se mantuvo inmóvil durante un par de segundos para después tomar la forma de un caballo, dio un gigantesco salto para evitar a sus atacantes y se echó a correr por el patio. 

Ninguno de los dos hombres tuvo que dirigirse la palabra para saber lo que habían de hacer; subieron a toda prisa hacia el patio delantero. El caballo de agua continuaba ahí, de pie y mirándolos con curiosidad. 

¡Explosionem! —gritó Alex, pero antes de que su hechizo pudiera hacer algún daño a la criatura, está se transformó en una corriente de agua voladora y desapareció de su vista, atravesando la reja de metal y desvaneciéndose en la oscuridad. 

—¿Qué significa esto? —gritó de repente la voz de una mujer. 

Alex y Johnson miraron hacia el pórtico. Ahí estaba de pie una mujer vestida con un camisón y un gorro para dormir, a su lado estaba un muchacho de no más de veinte años que traía puesta una camisa blanca con chaleco de cuero y pantalones negros. 

—¡Yo podría hacer esa misma pregunta! —respondió Alex, guardando la varita dentro de su gabardina—. ¿Qué hacía un hipocampo en su patio? Creí que no requerían los servicios de un mago, pero tener tal animal en su propiedad da mucho de qué pensar. Su aparición no augura nada bueno.

—Bueno… Nada augura nada bueno últimamente —dijo Johnson en voz baja, aunque Alex logró oírlo y formó una sutil sonrisa. 

—¿Qué se traen entre manos? —continuó hablando Alex—. ¿Tienen ustedes más criaturas de esa índole por aquí? 

La mujer permaneció en silencio por un momento y, tras tragar saliva, dijo con una voz calmada y temblorosa a la vez: 

—Será mejor que entren… Por favor…

Alex forzó una sonrisa y caminó de vuelta hacia el pórtico, seguido de Johnson. El joven se encargó de recibir y colgar sus sombreros y abrigos en un perchero para que se secaran y la mujer los condujo hacia una pequeña sala rodeada de estanterías llenas de libros y tres sofás colocados alrededor de una chimenea recién apagada. Encendió unas cuantas velas que colocó en el centro en una mesita cerca de la ventana e invitó a los hombres a sentarse.

—Jason, cariño —le dijo al muchacho—. ¿Puedes preparar un poco de té para estos hombres? Y cuando regreses encárgate de la chimenea otra vez, por favor. Se deben estar muriendo de frío nuestros invitados. 

El chico llamado Jason asintió y caminó por el pasillo principal de la casa y desapareció de su vista al meterse detrás de una puerta. La mujer se sentó en uno de los sofás frente a los dos hombres. 

—Mi nombre es Minerva Danyelor —dijo—. ¿Me recordarían sus nombres, por favor? 

—Somos Alexeí Watson y Jack Lewinson Johnson, señora —respondió el mago.

—Oh, ya veo —respondió Minerva—. Sí, sí. Ya veo. 

—Una disculpa por el incidente de allá afuera —continuó Alex—. No era nuestra intención alterarla, pero los hipocampos salvajes suelen ser criaturas molestas y poco comunes, totalmente impredecibles. No hacíamos más que mantener su casa limpia de esos animales por su seguridad. 

—Oh, sí. Entiendo. No se preocupe por eso, joven Watson. No se preocupe. Han sido días terribles… Terribles, sí. ¿Dónde estudia usted, por cierto? Se ve joven. 

—Soy mayor de lo que parezco. Ya he terminado mis estudios hace tiempo. Estudié química, aunque soy mago de profesión como podrá usted notar. He venido porque me dijo que tenía usted un fantasma en su casa. ¿Es verdad? 

La mujer asintió con la cabeza de forma silenciosa, haciendo una especie de mueca de dolor. 

—¿Se encuentra bien, señora? —preguntó Johnson. 

—Algo, sí. Es que, como le decía, han sido días difíciles. 

—¿En qué sentido? —interrogó Alex. 

—Bueno… No sé si debería hablar tanto al respecto —su voz se le comenzaba a partir, formando un suave sollozo tras cada palabra—. N-no… No… Quizá deberían irse ustedes. 

Alex y Johnson cruzaron sus miradas, desconcertados.

En ese instante llegó Jason cargando una bandeja con una tetera y tres tazas que colocó en una mesa junto a las velas. Sirvió té para los dos invitados y para Minerva quien le agradeció con una tímida sonrisa. Después, Jason se acercó a la chimenea agonizante, colocó un poco más de leña y usó el fuelle para darle vida de nuevo.

—Gracias, querido —dijo la señora Minerva. Jason sonrió y se sentó a su lado—. Verán… Creo que no es buena idea que permanezcan aquí por mucho tiempo… 

—Mamá… —interrumpió de repente Jason—. Déjalos…, por favor. Ellos pueden ayudar. 

La mujer miró fijamente hacia su hijo, apretando sus labios y con unos ojos lacrimosos que relucían en un tono triste al reflejar la luz de la chimenea y las velas. Los hombres se mantuvieron atentos a sus palabras, sin siquiera probar el té. 

—Bueno —dijo perdiendo el aliento, tomando un poco de su té para aclararse la garganta—. Verán…, caballeros… Sí, nosotros fuimos quienes publicaron el anuncio en el periódico, yo le pedí a Jason que lo hiciera para ser más exactos. El fantasma de mi padre se apareció hace unos días en el tercer piso de esta misma casa, enfurecido porque le habían quitado algo que él llama… piedra filosofal. 

»En un inicio, nosotros no sabíamos a qué se refería y pensamos que el viaje del inframundo hasta el mundo terrenal lo había dejado trastornado, así que decidimos buscar los servicios de un mago que nos permitiera deshacernos de él, pues no dejaba de fastidiar. Sin embargo… Ayer pasó algo que cambió todo. Alguien llamó a la puerta a primera hora de la mañana, un hombre delgado, de piel muy blanca, como si estuviera enfermo, y vestido con un manto gris.

En seguida la mujer, tras pronunciar aquellas palabras, no pudo seguir; se había puesto a sollozar y su voz partida le impedía conversar con fluidez. Jason le puso una mano en el hombro, intentando consolarla.

—Una disculpa —dijo el muchacho—. A mi madre todavía le afecta esto… Es que ese sujeto… Les aseguro que no les habría gustado verlo. Nos dijo que no recibiéramos magos de ningún tipo en nuestra casa, o de lo contrario habría consecuencias. Mi madre se mofó de él diciéndole que no tenía derecho a amenazarla en su propia casa, lo cual fue un grave error… No entiendo exactamente qué fue lo que hizo, pero de repente todo se volvió oscuro… aunque no exactamente como si fuera de noche, sino más bien era una oscuridad roja… No sé si me doy a entender. El caso es que desde sus espaldas emergió una silueta enorme, como si fuera un hombre todavía más grande que él, siendo el encapuchado una especie de títere que respondía a los movimientos de un macabro titiritero. 

»La tierra crujió por debajo de nosotros y de ella emergieron toda clase de alimañas bestiales que salieron corriendo por las calles, soltando gritos y mugidos horribles… Y entonces nos dijo «NO HABRÁ MAGOS EN ESTA CASA» y, acto seguido, desapareció. Todo volvió a la normalidad, pero estábamos tan asustados que pensamos que lo mejor sería dejar a mi abuelo arriba y expulsar a todos los magos que vinieran por el empleo que ofrecimos en el periódico. Pero ustedes llegaron antes que cualquiera y nos morimos de miedo con lo que podría suceder. 

Hubo un momento de silencio. Minerva ya había dejado de llorar, pero Jason todavía le acariciaba el hombro. Alex frunció el entrecejo e hizo su característico gesto pensativo de llevarse una mano a la barbilla mientras meditaba. 

—Esto es más grave de lo que me temía —confesó—. No les mentiré, ustedes corren un grave peligro. Les recomiendo salir de aquí de inmediato. 

—¿Por qué? —preguntó Minerva, con voz temblorosa y asustada—. ¿Qué fue eso que nos visitó el día de ayer? 

—Un ser muy peligroso que deberían mantener alejado de ustedes. ¿Tienen donde quedarse? ¿Algún familiar en Londinium o Darvir? 

—Mi padre se encuentra en el País Azul trabajando —dijo Jason—. No le hemos contado de esto porque no queremos asustarlo, pero si es tan necesario… 

—Sí… Muy necesario. Empaquen sus cosas y váyanse. 

De nuevo se hizo el silencio, con la mujer y su hijo mirándolos fijamente, perplejos por la conversación y los recuerdos del extraño ser que los había visitado. 

—Pero… —comenzó a decir Minerva. 

—¡LARGO! —gritó Alex—. ¡VÁYANSE DE AQUÍ! ¡SI SE QUEDAN UN SEGUNDO MÁS NOS PODRÍAN MATAR A TODOS!

Espantados tanto por la repentina actitud del mago como por la sombría situación, Jason y su madre temblaron y se pusieron de pie, saliendo precipitadamente de la sala, intercambiando algunas palabras de pánico sobre lo que debían hacer. 

—Creo que es lo correcto, madre —decía Jason—. Debemos ir con papá. 

—Oh… Cariño… —decía Minerva entre lágrimas—. Yo no… Yo no estoy segura. 

—Debemos de irnos, madre. Sabes que es lo correcto. Lo que vimos ayer no es normal, ni siquiera para asuntos mágicos. 

Mientras madre e hijo discutían, Alex se incorporó, dejó su taza junto a las velas y la tetera y sacó su varita. 

—Esto es peor de lo que me temía, Johnson —dijo, comenzando a dar vueltas de un lado a otro—. Lamento haberle arrastrado hasta aquí, quizá debería usted volver a Londinium. 

—¿Qué quiere decir? —preguntó Johnson, todavía sobre el sofá, pero con un rostro de aire preocupado y confundido—. ¿Qué está pasando?

—Si lo que dicen Jason y su madre es cierto, y es muy seguro que sea así, nos estamos enfrentando a esa horrible criatura que se supone que estamos cazando… Aunque todavía más peligrosa de lo que me imaginaba. Hágame el favor de regresar a Londinium, Johnson. No quiero poner su vida en peligro. 

Johnson por fin se puso de pie y miró a Alex con el ceño fruncido. 

—No voy a dejarle, mi señor. De ninguna manera se enfrentará usted solo a lo que sea esa criatura. Me quedaré aquí, le guste o no. 

—Pero.. Johnson… Tiene que entender… 

—Estamos listos para partir —la voz de Jason, que se había aparecido en el umbral de la sala, interrumpió al mago—. Iremos con mi padre a la Nación Azul. 

Johnson miró a Alex, implorándole con los ojos que le permitiera quedarse a su lado. El mago le miraba apretando los labios y cruzando tímidamente sus brazos. 

—Ya estamos aquí, señor Alex —dijo Johnson—. No pienso volver a ir a trabajar al mercado de Londinium. Se nos hace tarde y me parece que debemos de continuar con nuestra tarea. 

Alex bufó y apartó su mirada.

—Tengan cuidado —le dijo a Jason y con su varita hizo aparecer un medallón de piedra con una cadena repleta de perlas—. Toma esto —dijo poniéndoselo al muchacho alrededor del cuello—. Este amuleto te ayudará a mantenerte oculto de su magia, pero tampoco es una garantía para alejarlo por siempre. Partan ya, y buena suerte. 

Jason asintió en señal de agradecimiento y caminó hacia la salida de su casa, seguido por su madre, quien todavía se notaba aterrada y no dijo nada al abandonar su hogar. El mago y el hombre los vieron partir desde el umbral, caminando por su patio bajo la lluvia cuya fuerza se intensificaba, dirigiéndose hacia un carro de vapor que esperaba por ellos en la calle. 

—Entonces… —exclamó Alex—. Ha decidido quedarse después de todo.

—Así es, y le prometo que no le fallaré. 

—Bueno… supongo que está bien, y ya es tarde para cambiar de opinión —vieron el carro de vapor alejarse por la calle hasta perderse entre la oscuridad y la lluvia—. Tenemos un fantasma que atrapar. 

—¿Fantasma? ¿No vamos a acabar con el ser que usted mencionó? Ah.. Ya sé. piensa usted cobrar el pago que ofrecían Jason y su madre. Fue muy gentil de su parte no hacérselos notar, estando tan asustados creo que se habrían molestado si hubiesen tenido que darle algunas monedas.

—Olvide el pago, hay más cosas en juego. Quizá podríamos irnos y dejar el asunto del fantasma, pero me gustaría hacerle unas cuantas preguntas de ser posible.

—Asumo que le preguntará sobre la criatura de la que ha estado hablando. 

Alex no respondió, se limitó a sonreír tímidamente, procediendo a cerrar la puerta de la casa y mirando alrededor para buscar una manera de subir al tercer piso. 

—Por ahí —dijo señalando hacia el fondo del pasillo—. Escaleras. Vamos. 

Alex y Johnson subieron por unas escaleras de madera hacia la segunda planta de la mansión, haciendo crujir la madera vieja y llegando a otro pasillo, iluminado continuamente por los relámpagos del cielo, rodeado por un tapiz de color azul oscuro y con puertas en los extremos que conducían a los dormitorios, teniendo en el centro una pequeña sala con una mesita repleta de velas apagadas y libros viejos. El mago hizo aparecer una esfera de luz que flotó a su lado, iluminando su camino mientras se movían rumbo a la segunda escalinata. 

—No escucho nada, Alex —exclamó Johnson en voz baja, temiendo que el fantasma del padre de Minerva pudiera escucharlo—. De hecho, no he escuchado nada sospechoso desde que llegamos. ¿Está seguro de que hay un fantasma aquí? Digo, por lo que sé los fantasmas suelen hacer… pues… cosas de fantasmas. Mover cosas, apagar luces o atormentar a los habitantes de un lugar. Pero no he visto nada de eso. ¿O usted sí? ¿Me habré perdido de algo? 

—No, en lo absoluto, Johnson —respondió Alex, susurrando mientras cruzaban los últimos peldaños, llegando al tercer piso—. En efecto, no se escuchó nada sospechoso durante nuestra plática con la señora Minerva. Pero tengo la sospecha de que nuestro enemigo tiene que ver con que no haya querido aparecerse. 

—¿Nuestro enemigo? ¿Se refiere a…? Venga, Alex. ¡Tiene qué decirme a qué nos enfrentamos! 

—Podría decírselo, pero la verdad es que ni siquiera yo sé qué es eso que visitó esta mansión el día de ayer…. ¡Mire! ¡Parece ser que nuestro fantasma se encuentra ahí! 

El tercer nivel de la mansión de Minerva era un poco más compacto a comparación del resto de los pisos, con el suelo de madera cubierto casi por completo por una alfombra roja y un largo ventanal con vista a un balcón inundado por la tormenta nocturna. En su extremo derecho había una puerta abierta y en su interior una habitación de lo más desordenada, con prendas de todo tipo desparramadas sobre el suelo, armarios y cajones abiertos y una cama de sábanas desgarradas y enmohecidas. 

Alex le hizo un ademán a Johnson para que guardara silencio, ambos avanzaron lentamente hacia la habitación, procurando pisar con cuidado para no hacer ningún tipo de ruido al caminar sobre la madera vieja, aunque no pudieron evitar hacer sonar unos cuantos rechinidos ocasionales. El mago impulsó la luz flotante con su varita, haciéndola levitar al lado de un armario abierto, con prendas desacomodadas y harapientas, encimadas una sobre otra haciendo imposible distinguir su fondo.  

¡Explosionem! —gritó. 

El armario salió disparado hacia el techo, estrellándose contra él para después caer sobre el suelo hecho pedazos. Una silueta emergió desde el revoltijo de prendas, en un inició parecía ser una masa de telas puestas al azar pero, de repente, una cabeza y unos brazos translúcidos emergieron de ella, como si estuvieran envueltos en un capullo flotante. 

—¿Quiénes son ustedes? —dijo la voz del fantasma, su rostro era arrugado y pálido, con unos ojos desorbitados que parecían estar perdidos en un mundo ajeno al que los dos hombres percibían—. ¿Qué hacen aquí? 

—Somos amigos de su hija, señor Danyelor  —respondió Alex guardando su varita. 

—¿De Minerva? ¿Dónde está ella? 

—Acaba de salir junto a su hijo Jason, señor. Nos llamó para que atendiéramos el asunto de su casa… Me parece que había mencionado una piedra filosofal. 

El fantasma se alzó en vuelo y tembló de rabia, colocándose en el umbral de la habitación, justo delante de los dos hombres. 

—MI PIEDRA. ¡ERA MÍA! ¡ERA MÍA HASTA QUE ESE SUJETO ME LA ROBÓ!

—Sujeto dice, ¿eh? —Alex se rascó la barbilla, sin inmutarse por la violenta actitud del espectro—. ¿Y por qué tenía usted una piedra filosofal? Quizá no conozco mucho del tema, pero a grandes rasgos sé que esta ayuda a prolongar la vida de una persona o ampliar su poder mágico. Si me permite preguntar… ¿Por qué no la usó para permanecer con vida? 

—¿PERMANECER CON VIDA? ¡JA! ¿DE QUÉ SERVIRÍA MANTENERSE VIVO DURANTE TANTOS AÑOS? CIENTOS DE DEUDAS, AMIGOS QUE JAMÁS VOLVERÉ A VER Y ENFERMEDADES COSTOSAS QUE LLEGAN CON LA EDAD… ¿QUÉ NO LO VEN? ¡YO JAMÁS HABRÍA USADO LA PIEDRA! ¡QUERÍA MORIR EN CALMA E IR AL INFRAMUNDO! QUE ERA LO QUE ESTABA HACIENDO DE NO HABER SIDO POR ESE SUJETO. 

—Entonces usted nada más conservaba la piedra, ¿no es así? ¿Jamás llegó a usarla? 

—¡Ya le he dicho que no! ¡La piedra era un tesoro familiar que heredé de mi padre! ¡La quería conservar en mi recámara sin que nadie la molestara! Pero esa escoria… ¡Esa escoria vino a robármela hace unas semanas! Naturalmente no iba a quedarme de brazos cruzados, así que tuve que viajar de nuevo hasta aquí para hacerme cargo de él… pero ya era demasiado tarde. 

»Sin embargo… Hubo un día en el que regresó y entró discretamente justo en esta habitación, encerrándome en el armario que acaban de destruir. 

El fantasma miró con añoranza su armario destruido con sus ojos de mirada perdida, flotando a su lado. Sin embargo, no pareció darle importancia por mucho tiempo, pues procedió a levitar justo encima de él, como si estuviera sentado sobre sus pedazos. 

—Entonces él tiene la piedra —dijo Alex con voz trémula, con un espontáneo aire tenebroso. 

—Sí —dijo el fantasma—. Eso fue lo que dije. 

Seguido a sus palabras, un relámpago rojo iluminó brevemente la habitación, haciendo que el espectro se “pusiera de pie” y dara vueltas por todos lados, mirando a su alrededor con temor. 

—¡Oh, no! —exclamó—. ¡Está de vuelta! ¡Deben ustedes salir de aquí! 

El fantasma se metió de nuevo entre las prendas dispersas por el suelo, desapareciendo de su vista. Alex sacó su varita otra vez y miró a Johnson con ojos lacrimosos. 

—Ésto no está bien —dijo—. No estamos listos para afrontarlo. 

Johnson no replicó, sus palabras se atascaban en su garganta. El mago comenzó a bajar de nuevo por la escalinata de madera y él le siguió la marcha, llegando de nuevo al primer nivel donde su única luz era la esfera de luz que los había acompañado durante su recorrido por la mansión. Las ventanas, que estaban empapadas por la tormenta, hacían imposible de distinguir el patio, pero tanto Alex como Johnson percibían que algo malévolo los estaba observando detrás de ellas.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Johnson, comenzando a entrar en pánico. 

El mago no dio respuesta.

—Alex… ¿Qué vamos a hacer? 

Desde el cielo despertó una intensa luz rojiza que iluminó las ventanas bañadas por la lluvia. Johnson, mirando a través de una de ellas, distinguió una silueta oscura a contraluz que levitaba en el centro del patio, con dos brillantes ojos blancos que le miraban fijamente. 

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