Capítulo X. Una Quimera Extraña

Anclaron el navío en una costa fría, desolada y bajo un cielo cubierto por completo de nubes blancas, sin señales de celeste por ningún lado. La arena se asemejaba más a una cubierta de pequeños pedernales; era dura, rugosa y crujía fuertemente con cada paso que daban. Tenían delante de ellos un terreno montañoso y nevado, adornado por algunos pinos de follaje emblanquecido, sin señuelos de civilización como casas, torres de piedra o murallas. 

—Debemos tener cuidado —dijo Alex mientras avanzaban sobre la nieve, ya habiendo cruzado la playa rocosa—. El Hada Roja podría encontrarse cerca. 

—Percibo algo raro en el ambiente —señaló Nix. 

—¿Tienes idea de qué es? —le preguntó Alex—. ¿Podría ser nuestro enemigo?

Nix negó con la cabeza. 

—Ni idea —confesó—. Desconozco si es algo bueno o malo, simplemente me parece extraño. Mi magia es muy débil en esta zona, conforme nos alejamos del mar mi poder disminuye, así que no sé muy bien qué es lo que ronda por aquí. ¿Tú Alex? ¿No percibes nada acaso? 

Alex, por más que se concentraba, no lograba conectar con la magia que fluía en el aire. Sentía su nariz irritada por el resfriado y su brazos débiles tras el combate contra Kai-Kai, incluso de vez en cuando llegaba a sentir unas suaves, aunque molestas, descargas eléctricas en su espalda.

—No —respondió con un tono triste—. No siento nada. 

—Creo que deberíamos buscar un refugio cuanto antes —propuso Johnson—. No hace falta tener magia para saber que estamos en un terreno hostil. Podría haber lobos u osos por esta zona, incluso es posible que llegue una tormenta de nieve. Por no decir que no tenemos ningún tipo de recurso, mis cosas se quedaron de nuevo en la habitación…

Tras un momento de silencio, pues habían comenzado a subir una pendiente y el esfuerzo por ascender hacia su cima les arrebataba el aliento de vez en cuando, Nix contestó: 

—Eso se puede arreglar. Si encontramos un río podría percibir su curso para encontrar señales de vida que nos pueda ayudar, ya sean humanos o seres feéricos. 

—Suena a una buena idea —respondió Alex, jadeando mientras pisaba con cuidado al subir—. Hay que internarnos más entre estas colinas, quizá podamos hallar algún arroyo que descienda de los deshielos. 

Al llegar a la cima caminaron durante unos cuantos metros hasta encontrar de nuevo un camino que les permitió descender con rapidez y de manera sencilla, adentrándose en un pasadizo conformado por rocas, laderas de colinas y raíces gruesas. Tras unos minutos de avanzar por ahí, volvieron a escalar, esta vez por un terreno rocoso y escaso de árboles. 

—¡Eh! —exclamó Nix de repente—. ¡Siento agua! ¡Creo que estamos cerca!

—¿Por dónde, Nix? —preguntó Alex, mirando a la nereida con ojos brillantes. 

—¡Por aquí! ¡Síganme! —la nereida se echó a volar, avanzando en línea recta hacia una arboleda nevada. Los dos hombres la siguieron, trotando mientras seguían su rastro de burbujas y espuma. No tardaron en escuchar el suave rumor del agua corriendo en forma de río, era un murmullo tranquilo, pero constante y fluido. Tras pasar por la arboleda se encontraron un riachuelo de agua dulce que surgía desde las grietas de una pequeña colina de piedra y se extendía hasta perderse de vista tras una pendiente. 

—¡Increíble! —exclamó Johnson—. ¡Bien hecho, Nix!

El pálido rostro de la nereida se llenó de un intenso rubor, como si hubiese sido pintado de repente con salsa de tomate. 

Alex, tras soltar dos fuertes estornudos, dijo: 

—¿Sientes algo en este río? ¿Alguna señal de vida? 

La nereida se colocó en la orilla del arroyo y extendió una mano hacia él, tocando el agua con las puntas de sus dedos, cerrando sus ojos mientras visualizaba su flujo entre la tierra y la nieve. 

—Sí, hay algo —respondió, incorporándose y abriendo sus ojos—. Hay un lago cerca de aquí y…

Sus palabras fueron arrebatadas por un repentino cambio en el clima. La oscuridad de la noche cayó sin previo aviso, convirtiendo su mundo en uno de sombras y penumbras, con una luz rojiza que emergió desde el follaje de unos árboles lejanos, reflejándose sobre el agua del río. De pronto, el sonido de un cañonazo les hizo saltar del susto, seguido de un relámpago escarlata que cayó justo en la copa de uno de los pinos que habían dejado atrás. 

—¡Es él! —exclamó Alex—. ¡Corran! 

—¿A dónde? —exclamó Nix con aire alterado, mirando a sus alrededores. 

—Al lago no. Nos verá con facilidad ahí. ¡Rápido! ¡Síganme!

Y, acto seguido, sacó su varita y lanzó un débil rayo celeste que congeló una parte del riachuelo, formando un estrecho puente de hielo que logró resistir hasta que tanto él como Johnson cruzaron al otro lado, desmoronándose en cuanto este puso un pie en la orilla opuesta. Alex continuó avanzando, jadeando con fuerza y guiando a su grupo por una zona repleta de árboles de gruesos troncos, con subidas y bajadas llenas de grandes rocas. Mientras corría percibía una fuerza electrizante que se movía a poca distancia de ellos, proveniente de la luz rojiza que se esparcía por el ambiente y, entre las sombras que se formaban a causa de ella, distinguía extrañas siluetas de apariencias deformes que se apartaban de su vista tan pronto como él posaba su mirada sobre ellas, escondiéndose tras los árboles. 

Después, se oyó el frío sonido de las herraduras de un caballo estamparse contra el suelo al galopar y, aunque no tenían señales del animal a simple vista, Alex supo que no tardaría en alcanzarles. 

—No tenemos tiempo para huir —se dijo así mismo—. ¡Sparkio! 

Lanzó las chispas hacia el suelo y la explosión del hechizo mandó a sus dos compañeros hacia el fondo de una gruesa grieta repleta de nieve que estaba en el fondo de una de los descensos del suelo, protegida ligeramente por una gran roca que fungía como techo. Alex se apresuró a reunirse con ellos, mirando tras un hueco en busca del Hada Roja. 

—¿Nos han atacado? —dijo Johnson mientras se ponía de pie. La explosión lo había hecho caer directamente sobre una gruesa capa de nieve que, aunque lo había salvado de un fuerte golpe, lo mantuvo parcialmente inmóvil. 

—No —susurró Alex—. He sido yo. Tenemos que permanecer aquí. Nuestra magia es débil, así que no tenemos ninguna probabilidad de hacerle frente en combate ni de escapar. 

Se quedaron en silencio, escuchando el constante galopar aproximarse hacia ellos. Y entonces Alex, mirando a través de la pequeña abertura que había entre las rocas y la nieve, pudo avistarlo. Montaba un unicornio de pelaje negro y ojos rojos, vistiendo una túnica escarlata que formaba una sombra que ocultaba su rostro, aunque, desde aquella penumbra, lograba distinguir cuatro pequeños brillos provenientes del iris de sus ojos. 

—Está en su forma verdadera —susurró el mago—. No se muevan.

El jinete miró alrededor, tomando las riendas de su unicornio en una mano, sosteniendo en la otra un cetro metálico cuya punta terminaba en una brillante piedra rojiza. 

—Eso es —exclamó Alex—. Tiene la piedra filosofal. 

Sus demás compañeros no dijeron nada, aunque todos sabían que estaban pensando en lo mismo: de encontrarse en mejores condiciones, no dudarían en atacarle y arrebatarle la piedra de una vez por todas. 

De pronto, el jinete habló con la misma gélida e infantil voz con la que se había comunicado con los dos hombres delante de la casa del fantasma en Holiand: 

—No deben tener miedo… Pues hay peores cosas en este lugar que yo mismo. Salgan y les ayudaré a combatirlas. 

—¿De qué está hablando? —susurró Johnson, pero Alex hizo ademan de que guardara silencio. 

—Bueno… —continuó diciendo el Hada Roja—. No me molestaré en buscarlos por más enfadado que esté, ya habrá tiempo para eso dentro de poco. Mientras tanto, les dejaré a su merced. 

Alex vio al jinete retomar su marcha sobre la nieve, desapareciendo de su vista al poco tiempo mientras que la oscuridad y el fulgor escarlata se desvanecían del aire, regresando de nuevo al cielo cubierto de nubes y el suelo blanco. El mago asomó su cabeza por la pendiente y, viendo que el enemigo ya no se encontraba cerca, animó a sus compañeros a que retomaran la marcha en silencio.

Caminaron sin mencionar palabra al lado del riachuelo, donde Nix tomó la delantera para guiarlos hacia el lago que percibía en el flujo de la corriente. Tanto Alex como Johnson se mantuvieron alerta y paranoicos ante una posible reaparición del Hada Roja. 

—No lo percibo en el aire, Alex —dijo Nix—. Estoy muy segura de que se ha ido… No corremos peligro. Sin embargo…

Se quedó en silencio, cruzando una mirada de connotación preocupante al mago, gesto que a Johnson alarmó, pues bien percibía que había algo que ellos dos entendían y él no, a falta de magia en su cuerpo. 

—¿Qué? —dijo—. ¿Sin embargo…?

—Sin embargo hay algo raro en este lugar —completó Alex—. Mientras huíamos del Hada Roja pude sentir cientos de ojos posados sobre nosotros y, aún así, no siento que pertenezcan a seres feéricos, o demonios, o cualquier tipo de criatura mágica. 

—Qué extraño —exclamó Johnson—. Aterrador y extraño. Y, por supuesto también, curioso. 

—Miren allá —interrumpió Nix—. Ahí tenemos nuestro lago.

Y, en efecto, delante de ellos se hallaba un reluciente lago, de aguas opacas y celestes y que desembocaba en otro riachuelo ubicado en el lado opuesto. 

—¿Sientes algo, Nix? —preguntó Alex—. ¿Alguna señal de civilización cercana? 

—¡Sí, de hecho sí! —respondió la nereida—. ¡Siento una grande a dos kilómetros de aquí! Las aguas de este lago desembocan en varios de sus pozos. También hay muchos peces. ¿Les apetece comer algo? 

—Un poco de fuego y pescado no nos vendría mal —afirmó Johnson—. De hecho, lo consideraría necesario teniendo un hombre enfermo entre nosotros. 

Alex le dio una sutil sonrisa y, como para remarcar las palabras de su amigo, soltó un fuerte estornudo. La nereida se carcajeó entre burbujas y respondió: 

—¡Bien! Ustedes preparen la hoguera. Yo me encargaré del pescado. Manténganse alerta ante cualquier peligro. 

 Les tomó más de media hora encontrar troncos y ramas apropiadas para el fuego porque, siendo el bosque uno helado por la nieve, la mayoría estaba impregnada de humedad. Sin embargo, consiguieron juntar una buena cantidad para una fogata que duraría el tiempo necesario para calentar y ahumar el pescado. Nix se dedicó a manipular el agua del lago para atrapar una presa de su interior, agitando las manos para mover con su magia la corriente. 

—¿Todo bien, Nix? —preguntó el mago al notar a la nereida roja por el esfuerzo de controlar el flujo del agua. 

—¡Sí! —respondió esta entre quejidos—. ¡Es que he atrapado uno muy grande!

Johnson finalmente encendió la fogata usando la arcilla inflamable y se acercó junto a Alex hacia la nereida, colocándose en la orilla del lago. Ella continuó moviendo las manos, cada vez más roja y jadeando con fuerza. 

—¡Ya casi! —exclamó. 

Un conjunto de burbujas comenzó a arremolinarse delante de ellos, inflándose poco a poco mientras que una inmensa sombra aparecía por debajo de la superficie del lago, aumentando su tamaño conforme salía al exterior. 

—Un momento —dijo Alex, mirando con intriga a la figura que emergía desde el agua. Pero, en cuanto estaba por sacar su varita, un chorro de agua salió disparado hacia arriba seguido de un gigantesco cuerpo que salió de él, alzándose sobre la superficie del lago y arrastrándose hacia el grupo. 

—¡Atrás! —volvió a exclamar Alex, esta vez consiguiendo sacar la varita y colocándose a la delantera de sus amigos. Lo primero que vieron fue a un horripilante pez de escamas rojas arrastrarse sobre la nieve, del tamaño de un león y con grandes colmillos plateados sobresaliendo de su gruesa boca. Después, sacó desde su vientre una serie de seis piernas de jaguar con las que se echó a correr rumbo a ellos. 

En cuanto el mago estaba por lanzar un hechizo,  Johnson se interpuso y, con las manos llenas de arcilla inflamable, lanzó una larga llamarada que impactó contra la frente del pez, el cual resbaló y cayó sobre la orilla del lago. Nix, aprovechando la circunstancia, manipuló el agua, formando con ella un grueso tentáculo que se amarró sobre una de las piernas de la bestia, arrastrándola de nuevo hacia lo profundo. 

—Oh… Vaya —exclamó el mago, sorprendido por la hazaña de sus amigos y limitándose a lanzar un delicado chorro de su rayo gélido sobre el lago para mantener a la criatura inmóvil. 

—¿Qué rayos fue eso? —exclamó Johnson, sacudiéndose unas cenizas que habían quedado impregnadas en su abrigo. 

—Sí, lo mismo digo —dijo Nix—. ¿Qué fue eso? Eso no parecía… 

—Normal —completó Alex—. No… No era normal en lo absoluto. 

—No era una quimera… ¿o sí, Alex? —preguntó Nix con preocupación—. No pude sentir ningún tipo de magia feérica en esa cosa… 

Alex negó con la cabeza. 

—No tengo ni idea… —dijo— No creo que pertenezca ni al reino mágico ni al reino animal. Creo que podría ser de aquellos ojos que sentíamos que nos observaban en este lugar. Será mejor irnos de aquí y hallar una zona segura antes del anochecer… Quién sabe qué otras cosas puedan haber. 

No tuvo que ordenarse una segunda vez para que el grupo se pusiera de nuevo en marcha, rechazando la merienda y el calor,  siguiendo a Nix por la orilla del lago para después seguir el curso del riachuelo. La tarde ya se cernía sobre ellos y la luz comenzaba a escasear. Apresuraron el paso, manteniéndose alerta y sin conversar, esta vez temiendo tanto la aparición del Hada Roja como la de cualquier bestia de aspecto antinatural que pudiera aparecerse. 

El riachuelo se terminaba en un amplio río que desembocaba en una cascada ubicada en el borde de una pendiente con vista a un bosque de pinos. Ahí, en su centro, y rodeado por las tinieblas del crepúsculo y del anochecer venidero, se hallaba un poblado de casas de techos nevados, iluminado con faroles y protegido del entorno hostil por una muralla hecha con múltiples troncos cortados. 

El grupo, jadeante por la caminata, se detuvo sobre la pendiente para recuperar el aliento, contemplando con gran esperanza el pequeño pueblo invernal.

—¡Yujú! —exclamó Nix, soltando una ráfaga de burbujas al mover sus alas con emoción. 

—¿Y bien? —dijo Johnson, dirigiéndose a Alex—. ¿Será este un buen lugar? 

—Tampoco es como si tuviéramos otro sitio a donde ir —respondió el mago—. Además ya está por anochecer… En marcha. 

El grupo se movió por el borde de la pendiente hasta encontrar un sitio apropiado por donde descender; hallaron, para su buena fortuna, una escalinata de madera que los condujo directamente hacia un camino de losas de piedra que llevaba a una caseta ubicada entre los muros del pueblo. Por encima de estos, lograron distinguir a un grupo de guardias armados con rifles de caza que los vigilaban desde torres y plataformas de piedra. 

Una vez que se encontraron delante de la caseta , Alex llamó con los nudillos y una pequeña ventana se abrió casi al instante. Detrás estaba un hombre joven, más o menos de su edad, aunque de rasgos masculinos más marcados, piel morena y vestido con prendas invernales. 

—¿Qué es lo que desean? —dijo con voz ronca—. No aceptamos viajeros en el anochecer. 

—Lamento las molestias —respondió Alex con generosidad—, pero me temo que debo insistir en que nos deje pasar si es que permiten que algunos extranjeros entren en este poblado. Le prometo que no causaremos ningún conflicto. 

—Las reglas son las reglas, mi estimado —respondió el guardia—. No puedo permitir que entre nadie después de las siete. Tiene un buen espacio para acampar por ahí. Por un buen precio los guardias pueden arrojarles tiendas de descanso y bolsas de dormir desde las torres. Pero no hay paso hasta el amanecer. 

Entonces, Johnson interfirió:

—No me parece apropiado que nos deje a nuestra suerte aquí afuera. Hemos encontrado una criatura horrible cerca de aquí y estamos casi seguros de que podría haber más. Por favor, déjenos entrar. 

—Conozco muy bien el tema de esos monstruos, puesto que por eso no se levantan puertas después de las seis. Además, hemos visto más criaturas de lo normal rondar por ahí. Diferentes a los monstruos, sí… pero igual de peligrosas. Por cierto, ¿qué es esa cosa que vuela ahí entre ustedes? ¿Es un pixie? 

—¡Soy una nereida! —reclamó Nix—. ¡Por favor, déjenos entrar! No sé si usted lo habrá notado, pero este hombre de aquí es un mago… De los mejores que he visto. Puede ayudarles a combatir a las bestias que se acerquen. Les conviene tenerlo dentro de su pueblo. 

—¡Bah! Si es tan buen mago debería ser capaz de sobrevivir una noche allá afuera. 

Alex miró a Johnson y a Nix. Aunque se sentía halagado por los comentarios de la nereida no pudo evitar pensar que quizá el hombre de la caseta tenía algo de razón. 

—Chicos —dijo, susurrando y con voz casi gangosa—, quizá no sea buena idea quedarnos aquí. El Hada Roja está cerca y podría ser peligroso para los habitantes tenernos entre ellos. Las bestias de allá afuera son la menor de nuestras preocupaciones…

De repente, la ventanilla se volvió a cerrar. El hombre de la caseta desapareció tras ella, sin mediar palabra alguna. 

—Bueno, supongo que ya no tenemos opción —dijo Johnson. 

—¡Pero dijo que iba a vendernos una tienda y bolsas de dormir! —replicó Nix—. ¡Aun con los abrigos de selkie ustedes se morirán de frío aquí afuera! Además, Alex necesita recuperarse… Su resfriado empeorará si nos quedamos aquí. 

Las luces del atardecer pronto se desvanecieron, dando paso a una intensa oscuridad y un cielo completamente negro, sin señales de estrellas o de la luna. La única iluminación con la que contaban era la que provenía de los faroles del interior del pueblo los cuales apenas lograban alumbrar el exterior de las murallas. Johnson alzó la mirada, con la esperanza de poder hallar a algún guardia caminando por las plataformas o de pie sobre las torres de piedra. Naturalmente, estos no habían cambiado de posición, y continuaban ahí, imperturbables, vestidos con uniformes de caza y sin cruzar sus miradas con los extranjeros. 

Uno de ellos llamó su atención. Carecía de rifle y vestía prendas de color verde y más delgadas que las que se usaban entre sus compañeros. De su cinturón colgaban dos dagas envainadas en funda de cuero y una larga cabellera plateada le llegaba hasta los hombros. 

—¡Oiga! —le gritó, agitando sus brazos para llamar su atención—. ¡Oiga! 

El guardia lo miró fijamente, con un rostro inexpresivo. 

—¿Nos va a dejar entrar? —preguntó Johnson en voz alta. 

Entonces el guardia hizo algo inesperado. De sus manos surgió una intensa luz rosada que se extendió en forma de rayo, impulsándose con él hacia el suelo, descendiendo lentamente hasta caer delante del grupo. Se agitó la cabellera y los miró de arriba a abajo a cada uno de ellos. 

—¡Oh! ¡Un momento! —exclamó Nix. 

—Silencio, por favor —ordenó el guardia—. Permíteme hablar primero —después miró hacia Alex—. Me informaron que usted es un mago, ¿no es así? 

—Así es —respondió Alex. 

—Bien —continuó el guardia—. Disculpe la insolencia de nuestro portero. No sabe muy bien de nuestros asuntos… Aunque no lo juzgo, pues son de lo más complejos para una mente común. 

—Disculpe… Pero… ¿A qué se refiere con nuestros asuntos? ¿Le conozco de casualidad? 

—¡Ja, ja! No, en lo absoluto. Jamás habíamos tenido el placer de conocernos con anterioridad. Me llamo Gunnarr, soy un anjana. 

—¡Sí! —interrumpió Nix—. ¡Es usted!  ¡Usted se quedó a descansar hace unos días en la cueva de Elisa. 

—Me parece que sí —respondió Gunnarr—. Por favor, síganme. Los llevaré con mis aliados, no es apropiado hablar bajo el frío y menos en esta zona repleta de seres tan horribles —entonces, habló con voz ensordecedora—: ¡Abran las puertas!

No pasaron ni tres segundos y una gran y gruesa compuerta de madera se abrió desde el extremo derecho de la muralla, con un fuerte crujido y permitiendo que las luces del pueblo guiaran el camino del grupo hacia su interior. 


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