El Festín - La Memoria de las Estrellas I

 Eones antes de que la realidad y el tiempo se formasen, en una gran estancia en el interior de un majestuoso edificio, mucho antes de la llegada de los planetas y las galaxias al Universo, ahí, en esa estancia, se reunían diversas deidades pertenecientes a una dimensión ajena cuya forma superaba cualquier geometría conocida para el hombre. Aquellas entidades se juntaban en la sala para celebrar, de una forma hipotética y metafísica, un festín con los más deliciosos manjares que pudiesen poseer, alimentos cuyo sabor abrumarían la mente del humano común ante cualquier contacto, pero deleitarían su paladar durante la eternidad. 

Los personajes presentes eran cuatro, quienes conversaban en un dialecto antiquísimo y desconocido, pero, como cualquier otro mínimo detalle dentro de este relato, ha sido adaptado para la comprensión humana. El primero de ellos era el anfitrión: Vínico, una entidad que gobernaba sobre muchas. La segunda era Isabela, una deidad primitiva pero de extrema belleza. El tercero Índigo y, por último, Baal. 

Conversaban sobre asuntos que a la población actual del planeta Tierra no le concierne, pero cabe destacar algunas de las palabras que han logrado ser interpretadas con algo de exactitud. Índigo había comenzado a aplaudir la comida servida, levantando su copa hacia el resto de los invitados. 

—¡Un hurra por nuestro anfitrión, Vínico, y su fabulosa comida! —gritó.

—¡Hurra! —repitieron los demás. 

—Gracias, me alegra que los platillos que mis sirvientes han preparado hayan sido de su agrado. 

Los sirvientes que Vínico indicaba todavía se dedicaban en aquel instante en preparar nuevos alimentos para los hambrientos invitados. Considerados inferiores por las deidades, aquellos serviles poseían un aspecto repugnante; serían interpretados en tiempos modernos como seres de piel babosa y deforme, ojos decaídos y dientes podridos. Algunos de ellos se encontraban presentes dentro del gran comedor, limpiando las sobras que sus superiores dejaban como rastro en el suelo, hasta que fueron detenidos por Baal.

—Vínico, dile a tus sirvientes que no recojan las sobras del piso, ¡con gusto me las comeré yo! 

—Ya lo escucharon muchachos, sírvanle a nuestro querido amigo Baal todo lo que caiga al suelo. 

Así Baal comenzó a arrasar con cualquier alimento que se encontrase en el piso, levantado por los seres repugnantes quienes lo servían al instante en su plato. A él no le importaba si era un pedazo ya masticado o escupido por sus compañeros, tan sólo su sabor.

Isabela era una entidad que cuidaba con mayor precaución sus modales, aunque no podía evitar abalanzarse sobre la nueva comida que era servida cuando empezaba una nueva ronda. Se limpiaba, eso sí, pero ya había transcurrido mucho tiempo desde que su vestido había sido cubierto por toda clase de salsas y jarabes. 

—Isabela, ¡mira cómo tienes el vestido! —le reclamó Índigo. 

—Ay, no seas exagerado. Se quita rápido, ya verás como mis sirvientes lo lavan inmediatamente cuando llegue a mi casa. ¡Traigan más de esos manjares!

Los sirvientes acudieron a su llamado con cincuenta nuevos platillos que fueron devorados con rapidez por las cuatro deidades. Baal, como siempre, recogiendo las sobras del suelo e Isabela manchando su vestido. 

La noche apenas había comenzado, apenas los platillos fuertes comenzaban a ser servidos. Transcurrieron varias horas hasta que llegó el momento del té, fueron minutos que disfrutaron conversando con mayor tranquilidad y decencia, aunque este relato no se estancará en detallar y agobiar con los temas que se abordaron durante aquella tertulia. Lo relevante del mismo recae en lo que sucedió momentos después del postre. 

Se habían servido dulces de toda forma, tamaño y sabor, los invitados de Vínico se encontraban más que fascinados con la gran variedad disponible. Los aperitivos no se detenían y el hambre tampoco, hasta que Baal tuvo una grandiosa idea. 

—Vínico, ¿por qué no traes el alcohol? ¡Abramos todas las botellas! 

El grupo entero estuvo de acuerdo y se hicieron traer múltiples carros repletos de botellas de todo tipo de alcohol. Todos degustaron de sus punzantes sabores, pero Baal fue el más entusiasmado, tomando más de quince envases a la vez, llenando su barriga rápidamente.

Pasadas unas horas Vínico, Isabela e Índigo comenzaron a darse por satisfechos, pero el apetito de Baal continuaba incrementando. Índigo, en un gesto de broma, le hizo traer más comida además de los licores. 

—Quiero ver su reacción. ¿Será que se los comerá todos? 

Y, para su sorpresa, Baal pudo continuar devorando tanto la comida como la bebida. En su estómago, mientras tanto, comenzaba a bullir una mezcolanza de todos los alimentos divinos que había tragado, y el alcohol no ayudó demasiado a controlarla. Comenzó a rugir y eructar, haciendo reír a sus amigos, y su estado físico comenzaba a deteriorarse. Se le notaba pálido, su estómago ardía a un punto de comenzar a quemarle las tripas.

—¡No me siento nada bien! —exclamó con una voz que era obstruida por los eructos. 

—Ya nos dimos cuenta —rio Índigo. 

Pero Baal no pudo contenerlo más, comenzando a vomitar a chorros una masa oscura que se esparció sobre la mesa y los sirvientes. En ella había diminutos y grandes fragmentos de la comida y algunas masas de consistencia indefinida. 

—¡Qué asco! —gritó Índigo. 

—¡Limpien esto ahora! —exigió Vínico a sus serviles. 

Ellos comenzaron a barrer la porquería que había salido de la garganta de Baal, quien ahora era atendido por Isabela, limpiándole la boca con un trapito y diciendo: 

—Será mejor que te lleve a casa, mira el desastre que has hecho. Vamos, andando. 

Comenzó a acompañar hacia la salida a la glotona deidad cuando ésta posó su mirada sobre el vómito oscuro, encontrando algo de aspecto curioso en él. Veía que, entre sus densas capas de negro, algunas luces comenzaban a emerger, acompañadas por estallidos diminutos que parpadeaban de vez en cuando. 

—Espera —le dijo a Isabela, caminando de vuelta hacia el vómito esparcido, centrando todavía más su mirada en él. 

—¿Qué le pasa a este? —preguntó Índigo. 

No hubo respuesta, todos miraban pasmados la admiración que Baal había contraído con su porquería nacida de su tripa. 

—¿Qué no lo ven? —exclamó él con una voz sollozante—. ¡Es bellísimo! 

El resto de las deidades estalló en carcajadas que duraron varios minutos. 

—Estás muy borracho —le hizo saber Isabela—. Vamos a tu casa, ya se te pasará. 

Mientras Baal abandonaba el vestíbulo, antes de cerrar la puerta detrás de él, vio con añoranza a los sirvientes recoger los restos de su vómito, metiéndolo dentro de un carrito que fue empujado por uno de los repugnantes atravesando una entrada de servicio ubicada al otro extremo de la sala. El abominable condujo el carro descendiendo con velocidad por una rampa, llegando después a un compartimiento de almacenaje donde más de su especie se reunía. Cuando lo vieron pasar con el vehículo permanecieron pasmados, intentando comprender qué clase de asquerosidad habían producido sus amos. Se aproximaron hacia él, centrando sus miradas en el interior del carro. Lo vieron y quedaron encantados; la oscuridad, su infinidad, la grandeza, sus luces, la vida. El Universo. 

—¿Qué hago con él? —preguntó el sirviente que había traído el carrito. 

—Definitivamente nos lo que daremos. Llévalo a la bodega y procura que esté en un lugar a salvo —respondió otro de su especie. 

El ser llegó a la bodega, guardando el vómito en un compartimiento asegurado y limpio. De aquella manera, el Universo comenzó a ser cuidado y querido por las criaturas más repugnantes que la existencia misma jamás haya podido concebir, y con el transcurso de los eones los habitantes de aquel espacio oscuro los adorarían, sin pensar que su nacimiento fue el producto de un festín normal de deidades a las que nada les importaba el vómito. Sin embargo, dentro de aquella bodega donde el Universo se encontraba, existían también más compartimientos. Algunos cerrados y otros abiertos, pero todos diferentes, extraños e inimaginables para la mente y, como podrá pensarse, ajenos al Universo conocido.


Comentarios

Entradas populares