Demonio

 Victor estaba sentado frente al escritorio de su habitación, contemplando su corazón. 

—¿Vas a hacer que funcione? —le preguntó al demonio que se hallaba sentado en una esquina, apartado de él. Este negó con la cabeza—. Bien, entonces tendré que hacerlo yo mismo. 

Tomó algunos pedazos de un antiguo reloj y los fue colocando uno por uno en el órgano, dándoles cuerda de vez en cuando a los engranajes para asegurarse de que funcionaran, añadiendo aceite por aquí y por allá. Más tarde se fue a dormir, y se tomó el día siguiente para crear una pequeña máquina de vapor que lo haría funcionar automáticamente. Cuando todo estuvo terminado, le preguntó al demonio: 

—¿Qué te parece? 

—Horrible —respondió él. 

—Bien —replicó Victor. 

Victor abrió el agujero que había quedado en su pecho al quitarse su corazón y volvió a insertarlo en él, sintiendo el calor que la máquina de vapor emanaba, sintiéndolo subir hasta su cerebro, refrescar su memoria y aclarar sus ideas. 

—Si tan horribles te parecen mis corazones, ¿por qué no los arreglas tú? —preguntó Victor al demonio. 

—Porque todo lo que mis manos pueden crear es un profundo vacío. 

—Pero eso no se diferencia de un corazón roto. 

—Creo que no me estás entendiendo. 

El demonio suspiró y salió de la habitación, dejando a Victor en el escritorio. 

—¿Quién los entiende en realidad? —exclamó en voz alta—. Nadie entiende a los demonios ni a los corazones, creo que incluso a veces podrían ser lo mismo. 


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