El Gato con Botas (Reimaginado)

 Había un gato en el parque de las minas que tenía cierto desprecio por Douglas, el muchacho recién llegado. Cuando los trabajadores no se encontraban dentro de la red de túneles y salían para tomar un descanso tras una larga jornada, el gato se echaba sobre la hierba, con una espiga de centeno entre los labios y un sombrero de ala ancha cubriéndole el rostro de la luz del sol, con las piernas cruzadas cubiertas por botas negras. Sin embargo, cuando llegaba el momento de retomar las labores, el gato se encargaba de hacerle la vida imposible al pobre Douglas, haciéndole toda clase de travesuras, alejándolo del grupo de mineros y, en ocasiones, hasta dejándolo fuera de los túneles. 

Un día, durante uno de aquellos descansos, el muchacho decidió confrontarlo, dirigiéndose hacia el gato con paso enfurecido mientras este reposaba sobre el suelo con el sombrero echado sobre el rostro. 

—¿Tienes algún problema conmigo, gato? —exclamó—. Sé que a esta mina envían a gente que ha cometido crímenes, pero aún así me atrevo a decir que no le he hecho daño a ni una sola persona. ¡Yo solo estoy aquí por haber robado un pan! ¡Un mísero pan! ¡Cuando mi familia se moría de hambre! Así que dime, gato, cuál es tú problema, porque honestamente no lo entiendo. 

El gato se quitó la espiga de centeno de los labios, removió el sombrero de su cabeza y miró al muchacho con sus grandes ojos verdes. 

—Justo es por eso que te molesto —dijo, señalándolo con un peludo dedo—. Porque eres un buen chico. 

—¡Así menos logro entender por qué me fastidias! 

El gato le lanzó una sonrisa retorcida, mostrando sus colmillos y respondió: 

—Siéntate, muchacho, y te lo explicaré —el muchacho hizo como se lo ordenó y continuó—: Verás, hace unos meses tuve un serio conflicto con una cocatriz. Tanto así que he terminado mutilado —entonces, el gato hizo algo inesperado: se quitó sus botas, revelando así un par de muslos que terminaban en muñones, de los cuales colgaban un par de piernas hechas de hierro viejo y oxidado. Douglas las miró con sorpresa—. Esa cocatriz… —siguió el gato mientras se cubría de nuevo las piernas de metal, rápidamente para que nadie más las viera— me rebanó ambas piernas con sus garras y luego fue a esconderse. Claro que yo también logré hacerle un daño considerable… Le arranqué las alas. Pero he de terminar mi trabajo. 

—¡Pero eso sigue sin explicar por qué me tratas así! 

—Paciencia, muchacho. Ten paciencia hasta el día de mañana y lo verás. 

A la mañana siguiente los mineros se reunieron para adentrarse en los túneles; el gato les era de gran ayuda, pues podía acceder a rincones subterráneos imposibles de alcanzar para hombres corpulentos, sin embargo ese día se mantuvo algo apartado del resto y, al encontrarse con Douglas, se subió a su hombro, clavándole las garras. 

—Será mejor que te quedes fuera, muchacho —le dijo al oído mientras que este se quejaba.

—¡No! —replicó Douglas—. ¡Tengo trabajo que hacer!

El gato se encogió de hombros y bajó del muchacho. 

—Cómo tú quieras —dijo, y en ese instante lo mandó a llamar el capataz. 

—¿Qué dices gato? —preguntó éste al animal—. ¿Hay algún rincón que nos haga falta explorar? ¡La mina esta casi vacía! 

El gato con botas meneó la cabeza repetidas veces, en señal de negación. 

—No, no, no y no, señor —respondió—. ¡Aún queda un tramo por explorar! Uno muy rico en hierro y oro, sí señor. Los llevaré hacia él y les indicaré el lugar preciso por el cual entrar. Si me presta un pico de mi tamaño yo mismo puedo facilitarles la entrada, pues esta es muy pequeña para ustedes.

—¡Pues bien! —exclamó el capataz—. ¡Que así se haga! ¡Traiganle un pico al gato! 

El pico se le fue entregado al gato con botas y este los condujo de buen agrado a un amplio túnel que terminaba en un cúmulo de rocas amontonadas entre sí, impidiendo acceder más allá de ellas a los hombres comunes. Sin embargo, el animal se acercó hacia el derrumbe y logró asomar su cabeza por una de las aberturas, para después reagruparse con los mineros. 

—Es aquí mismo, camaradas —dijo—. Ahora les abro un espacio… Denme un segundo. 

El gato se acercó de nuevo hacia las rocas y, de un solo golpe en una de ellas, hizo que cayeran hacia un profundo y oscuro abismo. Rápidamente y todavía con el pico en la mano corrió con paso tambaleante hacia el final de la fila que formaban los mineros alrededor de él. 

—¡Gato! ¿Qué crees que estás haciendo? —le gritó el capataz, cuando de repente fue interrumpido por un fuerte graznido proveniente de la caverna. El suelo comenzó a temblar y las miradas de los hombres se petrificaron. 

—¡Rápido, Douglas! —gritó el gato con botas al muchacho—. ¡Vámonos de aquí! 

Douglas, igual de perplejo que el resto de los hombres, vio una silueta emerger desde las sombras del abismo; una gigantesca ave de ojos blancos y plumas gruesas, con las alas cortadas por la mitad. Comprendiendo el peligro, se echó a correr junto al gato. Algunos hombres le imitaron y también huyeron, sin embargo pronto fueron alcanzados por el desgarrador pico de la cocatriz. 

Douglas, ágil y rápido, pudo adelantarse al gato. 

—¡Gato! —exclamó entre jadeos—. ¡Súbete a mi hombro!

El gato con botas, al que se le dificultaba caminar por sus piernas prostéticas, obedeció y se montó en el hombro izquierdo del muchacho y pronto se encontró junto con él en la salida del túnel, de nuevo al aire libre, pero con la cocatriz pisándole los talones. 

—¡Mantente quieto! —ordenó de repente el animal.

—¡Pero aquí nos va a comer el monstruo! —replicó el chico

—¡Silencio! ¡Házme caso! 

Douglas obedeció y se detuvo. El gato con botas se puso de pie sobre ambos de sus hombros, sosteniendo el pico con las dos manos como si se tratase de una espada. Entonces, el cuello de la monstruosa ave se asomó por el hueco de la mina y, rápidamente, el felino lanzó su ataque, clavando el pico en el ojo derecho de la criatura. La bestia graznó y rugió, pero el gato continuó hundiendo la herramienta dentro de su cráneo, hasta que por fin se quedó quieta, muerta por el ataque del animal. 

El gato por fin se bajó del muchacho y arrojó el pico ensangrentado al suelo. Se ajustó el sombrero y se quitó las botas, ofreciéndoselas al muchacho en un gesto imprevisto por él. 

—Por esto te quería mantener lejos de la mina —le dijo—. Porque eres un buen muchacho. 

Douglas tomó las botas del gato sin apenas darse cuenta, aún confuso y asustado por el ataque de la cocatriz. El felino le sonrió una última vez y se dio media vuelta, abandonando las minas con su paso tambaleante y silbando una despreocupada melodía. 


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